Los grandes

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—¿Me dejas coger tu perro?

Un lindo chiquillo de cinco años estiraba su manita tratando de acariciar al “Pulgas”, que se dejó hacer sin la menor protesta.

—Claro, cógelo —le dije.

La joven madre, distraída, indiferente, no miraba al niño que, tierno, plantó un beso en la cabeza de mi perro. Con suavidad lo separé del animal, pues algunos adultos no soportan tamaña acción.

En nuestras continuas vueltas por el parque, lo había observado: sentado siempre junto a su madre, quieto y callado, triste.

—¿Él tiene mamá? —volvió a preguntar refiriéndose al “Pulgas”.

Me quedé sorprendida.

—Sí; claro que sí.

—¿Dónde está?

—Bueno, el perro ya es grande y ya no vive con ella.

El pequeño nos miró un rato y suspirando comentó:

—Quisiera ser grande y tener un perro.

El grito de la madre, llamando al niño, nos interrumpió.

Él se alejó y yo, desconcertada, me quedé pensando: ¡Soy grande y tengo un perro!

Matilde Miranda
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 84