“Te presto mi espejo, anda, mírate en él que yo por años lo he usado y prestado con éxito”.
Está conciente. Observa su imagen en el espejo para otros inveterado. Se desagrada. Aún más cuando pretende ser de natural bondadoso y ligero. Más y más cuando se esfuerza, con el ánimo al parecer bien dispuesto, y sólo se encuentra grotesca.
Se opaca la imagen. Siente invadiéndole el miedo. Quiere asirse a aquellas que supone pródigas, que necesita fuertes, más su mano que se alarga tendida flota ingrávida, aterrada en su astenia. Busca aquí y allá y nada encuentra. Al fin la eleva hacia ella con el cansancio infinito de volverla a su posición primera. La mira, la analiza… ¿qué marcas lleva?… las de incolmables abismos. Las de ausencias, las de indeseables presencias, las de los amores no dados, las de los no recibidos…
“ya, ya calma. Estas marcas son cicatrices indelebles en tu mano, la que pertenece a tu imagen, la del espejo ¿recuerdas? “Al oír esto, vuelve la mano con tal fuerza que rompe el espejo en cuarenta y tres mil fragmentos de imágenes truncas y se queda flotando en la nada.
Gloria de Hirose
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 441