El diagnóstico

Por fin, mis ojos fijaron bien su silueta. El lunar definitivamente es agradable. Sus tonos armónicos y obscuramente balanceados, hacen, resaltar, la blancura, definitiva, de su tez… sonríe.

¿Hubo una vez?

Y nuevamente los azules envolventes, y su mano se conjuga a un calor, amable.

Ya es de día. (Claroscuros desvanecentes). El ¿sueño? Ahora remarca la luz que se convierte pasivamente en objetos. Y, la ventana es azules y oros, murmullos de luz.

Todavía sonríe,…es…como un…

La cama es cuna. No, ¡más bien es nido!

Correr hacia el mar (frío). La piel está tostada y cuando las olas llegan, las piernas están firmes y lo envolvente quiere playas envolventes.

Me acaricia la frente e identifico al sol. El nido. El agua y su sonrisa se conjugan.

Estoy agradablemente identificado con las cosas… y las amo.

El doctor dice: ¡Es amnesia!

Manuel Gutiérrez Sotomayor
No. 46, Noviembre 1970
Tomo VIII – Año VII
Pág. 41

Manuel Gutiérrez Sotomayor (nacido en Jalisco en 1925), fue un poeta y narrador  que residió primero en Mexicali y después en Ensenada. En los años sesenta encontró en el camino de la creación artística una forma de equilibrio personal, un vehículo para la expresión artística una forma de equilibrio personal, un vehículo para la expresión de sus triunfos y fracasos […]. Su obra poética está contenida en Al enemigo del Quijote (1965) y su obra prosística abarca Ecos circundantes (1974) y A vuelapájaro (1985) colecciones de relatos con alto contenido poético […]. El afán viajero jamás se le quitó a nuestro escritor. En1990, a sus 65 años de edad, notificaba a sus amigos que “me voy con los ginatos. Quiero saber si García Lorca y Pessoa tenían razón. Luego les cuento qué averigüé. […] En su lectura-conferencia ofrecida en el club Rotario de Mexicali, el 9 de septiembre de 1965, está su ideario poético. Afirmaba entonces que “en lo personal abomino de lo que pretende ser estático. Siempre he encontrado emoción y poesía en una nueva experiencia, en un nuevo paisaje… en una nueva visión de belleza y armonía”. Y aseguraba que

La poesía está allá, en lo más recóndito de la obra (ya sea esta material o ideal) esperando despertar la emoción del que está en aptitud de captarla. Es decir, la poesía no es la pintura deslizada en un espacio dado, no es la piedra o el mármol esculpido, ni las frases o palabras que definen objetos, situaciones o formas. ¡No! La poesía está en la idea creadora revestida de sentimientos e imaginación.

Siendo una ruta hacia el espíritu que por lo general trasciende de la realidad, para encaminarse por caminos idealísticos, la poesía que trate de encontrar un mensaje valedero, debe acutalizarse. Debe encontrar y envolverse en formas estéticas que estén de acuerdo con el espacio y tiempo que le rodean, para con esas bases, se lance a forjar puentes hacia todos los tiempos, con ideales, recursos y formas que rompan cada día los límites de lo legado ayer, que rompa en todos los tiempos el cascarón endeble de las limitaciones por ser más ideal, para ser más poesía.

Me son desesperantes siempre los que, en cualesquier rama del arte, se aferran a los medios de expresión ya caducos y que, neciamente, toscamente, repiten en consecuencia ideas y formas que a través del tiempo, fuera de su mundo, han perdido ya su fuerza, su poesía.[1]

 


[1] Trujillo Muñoz, Gabriel., Mensajeros de Heliconia. Capítulos sueltos de las letras bajacalifornianas 1832-2004. Mexicali, Universidad Autónoma de Baja California, 2004.