Un gentil hombre andaba enamorado de una dama, y como en ninguna manera ella pudiese venir en lo que le pedía, si no era sacándola de casa de sus padres, concertaron que para cierta noche la sacase, y fue así que el galán la llevó fuera del pueblo para ir con ella a otro lugar. Yendo por su camino, como hiciese muy buena luna, le dijo:
—Señora, más que buena noche hace para engañar putas.
La dama, como mujer cuerda, aunque hasta allí no lo había sido, calló, y andando por su camino le dijo:
—Señor, lo más principal y necesario para nuestro camino se nos olvida, y es cien ducados que había tomado a mi madre; por eso, volvamos por ellos, si os parece.
Él estuvo muy bien en ello, diciendo tener razón, y que era cosa que importaba, porque sin pan ni vino no se puede andar camino, aunque hubiese carne. Vueltos al lugar y a la casa de la señora, el galán quedó, después de entrada dentro, haciendo del armado a la luna, suspirando por su señora y su tardanza. Al cabo de rato, ella se paró a una ventana y le dijo:
—¡Ce, señor!
Él, como respondiese: Mi señora, ¿Qué manda Vm.?, replicó ella:
—Más que buena noche hace para engañar necios.
Y cerrada su ventana, se quedó el galán para tal.
Narración de la España renacentista
No. 138 – 141, Enero – Diciembre 1998
Tomo XXX – Año XXXIV
Pág. 134