Sátiro siglo veinte

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Desde que me conozco, mi único oficio ha sido el de sátiro. Claro: hasta ahora lo he enmascarado muy bien. Todos los días salgo pulcramente al trabajo saludando de manera impecable a los amigos del vecindario, y en todo el trayecto a la oficina, apenas si tengo tiempo de mirar de reojo los muslos, los pechos y los demás encantos de las jovencitas que llenan mis ensueños.

Durante la falsa y fatigosa tarea cotidiana con la cual me gano el sustento, sudo como un condenado; sin embargo siempre tengo una sonrisa para cada uno de mis compañeros de trabajo; tengo unos ojos sin mancha, unas manos bien limpias y el cabello perfectamente engomado.

Al llegar a mi decente departamento de soltero, me quito los zapatos, me saco la peluca de goma, me desvisto y me voy al espejo a cerciorarme de mi identidad. Después me dedico a merodear la vida de todas las mujeres del enorme edificio donde vivo: una torre repleta de féminas bastante enfermizas, nunca están conformes.

Dejo casi toda la diversión para los domingos, en los cuales correteo por los parques de asbesto detrás de las ninfas con blue-jeans y lentes ahumados. Muchas van a parar a mi departamento; allí dejan su ropa íntima, único trofeo que guardo para consolarme en los días tristes y lluviosos.

Hoy es lunes otra vez, tendré que disfrazarme. Anoche despedí a un manojo de ninfas púberes de la última orgía, que se alejaron bostezando con cierta melancolía. Ahora mismo, en la oficina, mi secretaria da un grito: se me han olvidado mis zapatos, y ella mira mis fabulosas pezuñas relucir debajo del escritorio.

Gabriel Jiménez Emán
No. 82, Julio-Agosto 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 211

Épica del supermercado

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La otra tarde entré a un supermercado y vi que una gran cantidad de comestibles salía a mi paso, me hacían invitaciones y me conducían por un pasadizo donde a cada lado los ojos de los frascos me vigilaban, los enlatados hacían crujir los dientes de manera escalofriante, y de los paquetes plásticos salían unas manos gangosas que a veces se quedaban pegadas a mis pantalones.

Como yo iba a adquirir poca cosa, los carros salían de sus sitios e intentaban acomodarse a mis manos; yo los rechazaba y entonces daban unas vueltas locas. En las esquinas había espejos para controlar a los consumidores menores que, como yo, sólo iban a meter los dedos en los encurtidos o a tocar algunas copas vírgenes. Los polizontes andaban detrás de mi barba a ver si yo metía una lata de sardinas en mi bolsillo, o si era capaz de sublevarme comprando una carísima botella de vino francés. Pero no: yo me entretenía con las piernas de las recién casadas, que iban al supermercado a desinflar los primeros sueldos de sus maridos. También a comer pasas o almendras, o a pellizcar arenques ahumados. Los embutidos parecían recobrar su antigua forma animal y me halaban las mangas de la camisa. Yo quería evadirlos, pero de todos modos lograban tomar desprevenido a mi estómago, haciéndolo rugir.

Fui rápido a buscar lo único que necesitaba: una lechuga fresca, la cual pagué con la última moneda que llevaba. Miré hacia atrás, y el supermercado me miraba con una mueca de fracaso. Salí silbando con mi lechuga y un poco más adelante se la di a un perro, que necesitaba una almohada para pasar la noche.

Gabriel Jiménez Emán
No. 82, Julio-Agosto 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 171

Un pez arrepentido

Frank Tor lloró tanto que se convirtió en pez. Después se arrepintió tanto de haber llorado que odió ser pez (sus lágrimas no tienen valor en las profundidades del mar), y así, de tanto llorar de ser pez, Frank Tor es hoy el único hombre pez que existe y se cree que jamás podrá ser encontrado para preguntarle porqué ha llorado tanto.

Gabriel Jiménez Emán
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 667

Tratemos de seguir


Además de ir con las manos atadas, voy también sin pies, aunque no sea nada nuevo para mí. Toda la gente que conozco tiene pies y, según dicen, es bastante cómodo para caminar, pero yo no hallo otro medio más confortable para hacerlo que posar mis muñones en el delicioso asfalto de la calle. Y les aclaro esto, no precisamente porque tenga mucha importancia, sino porque forma parte de mi extraña existencia. Sé igualmente que Ulises no tenía pies. He hablado con el viejo Homero en sueños, y siempre me comenta su confusión al intentar colocarse los coturnos. Ustedes se preguntarán por qué tanto empeño en guardar secretos, si se trata precisamente de aclarar la situación. Yo les diré que los secretos aclaran las cosas. Una tarde Penélope caminaba por el parque, cabizbaja. Nosotros, Homero y yo, la vimos. No quería hablar con nadie. Dijo que guardaba muchos secretos. Al fin pudimos darnos cuenta de que sus secretos éramos nosotros mismos. Todo se aclaró. No sé si realmente han llegado a entenderlo. Es un secreto.

Gabriel Jiménez Emán

No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 612

No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 266

Gabriel Jiménez Emán

Gabriel Jiménez Emán

(Caracas, 1950).

Escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en España y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito. En el terreno cuentístico es autor de varios libros entre los que destacan Los dientes de Raquel (La Dragay el Dragón, 1973), Saltos sobre la soga (Monte Ávila, 1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980), Relatos de otro mundo (1988) Tramas imaginarias (Monte Ávila, 1990), Biografías grotescas (Memorias de Altagracia, 1997), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (Imaginaria, 2002), El hombre de los pies perdidos (Thule, España, 2005) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (Alfaguara, Caracas, 2005), Había una vez… 101 fábulas posmodernas (Alfaguara, 2009). Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio Municipal de Narrativa del Distrito Federal, el Premio Romero García de Narrativa del Consejo Nacional de la Culturay el Premio Nacional de Narrativa Orlando Araujo y recientemente el Premio Solar de Ensayo de la Fundaciónde Cultura del Estado Mérida (Mérida, 2007) por el libro El espejo lúcido. En el campo novelístico nos ha ofrecido La isla del otro (Monte Ávila, 1979), Una fiesta memorable (Planeta, 1991), Mercurial (Planeta, 1994), Sueños y guerras del Mariscal (Comala, 2001; Ediciones B, Bruguera, 2007), Paisaje con ángel caído (Imaginaria, Yaracuy, 2004) y Averno (El Perro y la Rana, 2007). Sus libros de ensayos literarios son Diálogos con la página (Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1984), Provincias de la palabra (Planeta, Caracas, 1995), El espejo de tinta (Fondo Editorial Ambrosía, Caracas, 2008) y Una luz en el camino. Fundamentos de ética para adolescentes (Biblioteca Básica Temática, Caracas, 2004), Espectros del cine (Cinemateca Nacional, Caracas, 1998) y El Contraescritor (El perro y La rana, Caracas, 2008). Como poeta es autor de los libros Materias de sombra (Premio Monte Ávila de Poesía, 1983), Narración del doble (Fundarte, 1978), Baladas profanas (La oruga luminosa, 1993) y Proso estos versos (Círculo de Escritores de Cojedes, 1998), Historias de Nairamá (Fondo Editorial del Caribe, Anzoátegui, 2007). Ha realizado una amplia labor como investigador y antologista, entre cuyas obras se encuentran: Relatos venezolanos del siglo XX (Biblioteca Ayacucho, 1989), El ensayo literario en Venezuela (La Casade Bello, Caracas, 1988), Mares. El mar como tema en la poesía venezolana (Banco Unión- Ateneo de Caracas, Premio ANDA, 1990), Ficción Mínima. Muestra del cuento breve en América, (Fundarte, Caracas, 1996), y antologías literarias con sendos estudios sobre Víctor Valera Mora, Luis Fernando Álvarez, John Lennon y Bob Dylan, Brian Patten, Baica Dávalos, José Lezama Lima, Vicente Huidobro, Ludovico Silva, Salvador Garmendia y Adriano González León. Es traductor de poesía de lengua inglesa y editor independiente. Dirige la revista y las ediciones Imaginaria, dedicadas a lo inquietante y lo fantástico y Coordinador General de la Fundación“Elisio Jiménez Sierra”. Ha sido Coordinador de la Plataformadel Libro y la Lectura (Ministerio del Poder Popular para la Cultura) y Director General del Gabinete Ministerial de Cultura en el estado Yaracuy y miembro de la Junta DirectivaNacional de la Redde Escritores de Venezuela.[1]