Autorretrato

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Sé que puedo tocar el rostro dormido de mi madre y dibujar su imagen en segundos. Describir la sencillez que tanto admiro den mi padre; y las experiencias al convivir con siete hermanos. Pero yo, ¿quién soy?

Nací en San Gabriel, arcángel y vecino del ánima de Sayula; donde los montes y los cerros embriagan sus entrañas con la sabia de los magueyes. Ahí abro una ventana y me desnudo, avanzo y plasmo a una niña apiñonada de ojos obscuros e inquietos, que siguen el vuelo de las aves y despiertan en un tejabán rodeado de estrellas. Veo unos pies descalzos, que a los cinco años le presumen y le reclaman al río sus zapatos nuevos. Unas manos grandes que juegan con tepalcates y sostienen una muñeca de trapo, manos que hacen del suelo un pizarrón para enlazar las vocales.

Una ráfaga de viento recorre los caminos; es la niña que acompaña a los pájaros hasta la ciudad; busca su campo y cielo, crece, y dirige a los pequeños de primaria; vestida de blanco se entrega y atiende a los enfermos.

Se perfuma de azahares; su vientre enciende tres luces, trece años es esposa. Acude a los tribunales, firma en el frío su divorcio. Regresa a su pizarrón y busca su derrotero.

Marycruz Estrella
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 139