Incomprensión

Estallaba de cólera, al verse arrancado de golpe del Paraíso. Aspiró mucho aire, con intenciones de expelerlo todo junto en una protesta que los dejaría tiesos. ¡Él no quería salir!

Pero lo único que consiguió fue un aullido.

—Qué raro —comentó el obstetra—. Ni le pegué en la cola todavía.

Carlos María Federici
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 336

Artesanía bien intencionada

Cuando vi al de los cuernitos y la cola, a pesar de que no era yo más que una forma etérea, me sublevé. Pero él me apaciguó.

—No se alarme —dijo—. Usted está aquí solamente de visita; no se ha cometido ninguna injusticia. Sólo quería que viera lo lindo que quedó su mosaico. Después podrá ir a pasar la eternidad donde guste.

Miré al piso. Reconocí, en su forma pétrea, todas mis buenas intenciones.

Carlos María Federici
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 315

Venidas

Después que la humanidad murió de autopodredumbre, hubo una especie de milagro, recomenzó la vida, y poco a poco el Hombre renació. Andando el tiempo, Él vino de nuevo, pero esta vez era negro. Eones más tarde, el ciclo se repitió con ligeras variantes; las cosas no habían mejorado. Él retornó, pero con el ser de una mujer. Cuando, tras el último suicidio colectivo (a causa de una guerra bacteriológica), el proceso de re-creación exigió una Venida más, Él volvió a probar con la receta primitiva: Un humilde hijo de carpintero, nacido en un pesebre.

Parecía cansado.

Carlos María Federici
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 306

De locos

Miró pasar los automóviles, zumbando como si los persiguiera el mismo Belcebú. Observó atentamente a las personas, de rostros duros, de rostros tristes, de rostros extraviados e indiferentes. No hizo ningún caso de los que se separaban a gritarle: “¡Loco!”, señalándolo con el dedo y riéndose. Se mantuvo en una pose favorita suya, con la mano derecha escondida bajo una solapa, el brazo izquierdo doblado por detrás de la cintura, y una de las piernas ligeramente flexionada. En determinado momento dio media vuelta y retornó a la máquina del tiempo.

—Siga construyéndome los globos para la invasión de Inglaterra —ordenó a Von Hoffelstinger, el sabio alemán—. El futuro no me interesa: es un mundo de locos.

No se habría conocido esta insólita aventura suya, pues a nadie la reveló, ni siquiera a sus Mariscales o a los fieles servidores de Santa Elena; y Von Hoffelstinger, el único testigo, murió casi inmediatamente. Pero, por fortuna para la Societé d´Historie, la vengativa Josefina, que consiguió arrancarle la confidencia entre los delirios de una noche de pasión, la registra fielmente en sus “Memorias Secretas”

Carlos María Federici
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 223

Luna de maldición

Me estoy muriendo. La vida se me escapa en chorros escarlatas que no puedo contener. Igual que los demás… Me descuidé. La horrorosa visión me conmovió de tal manera que olvidé la prudencia. Debe haber visto mi sombra…, o quizás hice algún ruido. Ahora está a salvo. Yo era el único que sospechaba de él. Nadie lo creería. Parecía uno de tantos, a pesar de su reserva y de sus costumbres algo raras. Yo fui el único que recordó que él conocía a todas las víctimas. Y todas muertes habían ocurrido en noches de luna nueva. Y las heridas… ¡Sólo uno de ellos podía causar esas heridas! Pensé en las viejas leyendas… y me dediqué a vigilarlo de cerca. Y ahora confirmo mis sospechas. Pero me muero y ya nadie lo sabrá… Aún lo distingo, aunque cada vez con menos claridad, erguido frente a mí sobre sus dos patas blancas…, su repulsiva desnudez sin pelo, y su hierro tronador humeante todavía. Y ríe…, ríe, con la espantosa risa roma de los lobos-hombres.

Carlos María Federici
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 205

Diferencias ideológicas

Era lo único que había entre nosotros: hasta llevaba la barbada efigie del “Che” impresa en el frente de su abultado suéter. Discutimos muchísimo. Pero por fin se rindió ante mi lógica.

—Vos hablás mucho de libertad y de no-opresión —le observé—. Pero no tenés ningún reparo en guardar a esas dos tan apretadas. Se convenció: sus manos ágiles revolotearon, tironeó del suéter, y el “Che” dejó de interponerse entre los dos.

Carlos María Federici.
No. 57, Febrero-Marzo- 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 548

Último modelo con filosofía programada

Me costó hasta el último centavo y hasta la postrera porción de aire pulmonar; pero valió la pena.

¡Era el último modelo! Pelo natural, seudo-carne y … ready for action, como rezaba el aviso. Hasta hablaba… y filosofaba también.

Judy: el sueño inflatable del solterón.

Avancé hacia ella, anhelante. Sus ojos azules ( ¿de qué diablos los habrían hecho, que hasta se movían? ) rezumaban de promesas. Sentí húmedas las palmas y galopante el corazón. ¡Judy!

… ¿Cómo ocurrió? ¡Ay! Nunca lo supe. Una quemadura en la estufa, un pinchazo accidental… ¡qué importa ya! Todo terminó.

Oí una explosión apagada y la vi encogerse ante mi impotente horror.

De entre las mejillas progresivamente flácidas se escapó un suspiro de voz; una delicada excusa:

—De goma somos… —y Judy murió.

Carlos M. Federici
No. 57, Febrero-Marzo- 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 547

Luna de la maldición

Me estoy muriendo. La vida se me escapa en chorros escarlatas que no puedo contener. Igual que los demás… Me descuidé. La horrorosa visión me conmovió de tal manera que olvidé la prudencia. Debe haber visto mi sombra…, o quizás hice algún ruido. Ahora está a salvo. Yo era el único que sospechaba de él. Nadie lo creería. Parecía uno de tantos, a pesar de su reserva y de sus costumbres algo raras. Yo fui el único que recordó que él conocía a todas las víctimas. Y todas las muertes habían ocurrido en noches de luna nueva. Y las heridas… ¡Solo uno de ellos podía causar esas heridas! Pensé en las viejas leyendas… y me dediqué a vigilarlo de cerca. Y ahora confirmo mis sospechas. Pero me muero, y ya nadie lo sabrá. Aún lo distingo, aunque cada vez con menos claridad, erguido frente a mí sobre sus dos patas blancas… su repulsiva desnudez sin pelo, y su hierro tronador humeante todavía. Y ríe… ríe, con la espantosa risa roma de los lobos-hombres.

Carlos María Federici
No. 51, Enero – Febrero 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 676

Tres palabras

Despertó con la dulce certeza de su presencia. Se sonrió en la semipenumbra, demasiado adormilada como para separar los párpados. ¿Pero qué falta le hacía? Sabía que era él: el corazón se le hinchaba de amor. Atisbó por entre las rubias pestañas y vio la silueta adornada recortarse contra la luz del candil, negra, negra. Se incorporó sobre las almohadas, siempre abierta la sonrisa, agradeciéndole en silencio a Dios el haberla bendecido con aquel amor tan inmenso y tan exótico… Los oscuros labios de la silueta comenzaron a moverse, y ella se estremeció, anhelante de aquellas sus tres palabras de siempre, que la colmaban de dicha y de deleite: Yo te quiero. Esperó.

—¿Rezasteis vuestras oraciones? —dijo el Moro.

Carlos María Federici
No. 48, Septiembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 309

… de Carlos María Federici

¡Muchas gracias por el recuerdo! Conservo los ejemplares de la gran revista de Edmundo Valadés que albergaron mis minificciones, pero siempre me ha quedado la frustración de no haber visto allí publicados algunos de mis relatos más extensos (de seis páginas, por lo menos)… Lo cual no menoscaba en nada mi gratitud hacia don Edmundo, que supo dar oportunidad a tantos novatos (yo lo fui por entonces) codo a codo con verdaderas lumbreras de la pluma.
¡Una gran satisfacción el haber encontrado esta página! ¡Gracias de nuevo!
C.M. Federici

Carlos María Federici

 

 

 

Lo cierto es que fue una verdadera sorpresa para mí este maravilloso “blog” evocativo, que encontré casualmente, porque me “picó la curiosidad” el ver, entre las “Imágenes” de “Google” referidas a mi persona, una de Ana María Shua. Le di un “click” y así fue como llegué aquí. Lo que sí, hubo varios minicuentos más publicados en la revsita, y sería para mí una satifacción hacérselos llegar. Sólo indíquenme cómo proceder. Y gracias otra vez. Si desean actualizarse un poco más en cuanto mis producciones, en la siguiente página encontrarán varios relatos, de diversos géneros y extensión, la mayoría de los cuales se publicaron a lo largo de mi trayectoria, que se extendió entre los años 1961 y 2000. Hoy por hoy ando un poco “retirado”, pero siempre con ganas de difundir mis cuentos.
La URL es: http://urumelb.tripod.com/autores/fedirici/index.htm
¡Muchos saludos desde Montevideo!…

Carlos María Federici


Carlos María Federici [Charles Fedson]. Es montevideano, y se ha obstinado en residir en esta pequeña gran ciudad durante más años de los que el decoro consiente en mencionar, pese a que la peripecia de alguno de sus personajes roce la frontera exótica del Extremo Oriente, o incluso los límites de la Nebulosa del Cangrejo. Su actividad, cuyo comienzo puede situarse a principios de la década del ’60, se ha venido centrando mayormente en la narrativa «de géneros» (policial, fantasía, ciencia ficción y/o terror); pero el comic ha tenido sin duda un lugar de preferencia, aunque no de volumen, en ella. Si la cantidad de sus obras en este medio de narración secuencial es decididamente magra, y su calidad debatible, en cambio no puede negársele, en varios casos, cierta cualidad pionera, al menos en nuestro ámbito. Barry Coal, su primera producción publicada (1968), tuvo dos interesantes particularidades: por un lado, constituyó el primer intento de realizar una tira «de aliento internacional» que se registró en estas playas; por otro, el hecho de que el protagonista (cuyo apellido puede traducirse, literalmente, «carbón») fuese un detective negro, no tenía hasta entonces precedente, ni siquiera entre las historietas extranjeras. Su trayectoria, por desgracia, fue tan breve como la del periódico que la albergara, clausurado en pocos meses por motivos políticos. En 1973, Dinkenstein, la segunda incursión por parte de Federici en el comic digna de mención, materializó toda la admiración del autor por las viejas películas de terror del sello Universal, además de su casi culto por los creadores norteamericanos de comic de los años ’50. Concebida en principio para el mercado de EE. UU., se publicó, en cambio, en Argentina, Bélgica y finalmente en nuestro país (la etapa, paradójicamente, de más difícil culminación de su accidentado ciclo). Finalmente, «Jet» Gálvez, que apareció en 1980-81 en páginas de una revista paraescolar de la época, resumió también una serie de convicciones sustentadas por quien la firmó. Una aventura de ciencia ficción en episodios a colores, destinada a públicos preadolescentes, no dejaba de lado, sin embargo, ciertos guiños al lector veterano, en forma de alusiones a personajes e historietas clásicos, como asimismo en la factura de los diálogos, que mucho debían al modo norteamericano de los buenos tiempos. Se evitaba la apariencia desagradable, agresiva y áspera del comic más reciente, procurando una general impresión de simpatía, inclusive por parte de los «villanos» y de los escasos «monstruos» que figuraban en la trama. «Un futuro ‘como los de antes'» fue la frase que un crítico le dedicó, en son de encomio, halagando al autor, que se vio correctamente interpretado en sus esfuerzos. Luego de eso, Federici realizó exposiciones de originales (1981, 1984, 1985), aunque sin perder de vista la principal finalidad del género, que debería destinarse a la dinámica de las prensas antes que al estatismo de la galería. Sin perjuicio de lo cual , él opina que resulta conveniente que, de vez en cuando, se facilite al público la visión de la obra original, a fin de que le sea posible hacerse una idea más clara -generalmente inaccesible a través de las reproducciones- de todo el sudor y en ocasiones, la sangre, que van mezclados con la tinta china. Por motivos similares estuvo de acuerdo con que parte de sus realizaciones figuren en el Museo del Humor y la Historieta de la ciudad de Minas.

Homo brevis: Omega

Entorné los ojos.

No cabía duda. Era ella.

Hermosa siempre, aun con el cabello sucio de polvo flotándole al viento y las ropas hechas jirones. El oro de su carne relucía entre las desgarraduras de la tela y sus ojos reflejaban el cielo.

Recordé como una vez me había arrastrado a sus pies, y me había tragado mi orgullo de varón, olvidándome que existía algo llamado dignidad ¿Cuándo había sido eso…?

Ahora éramos los únicos sobrevivientes de la guerra nuclear.

Me vio: una silueta oscura entre los escombros, con barba de mes y medio.

Sentí su miedo, que se abría camino dolorosamente por entre el peso de su soledad. Sentí mi propia soledad derretirse, y mezclarse con la secreción amarga de mis recuerdos.

Cuando estuve más cerca en su mirada, la alegría incipiente y tal vez alguna cosa más, y no hice sino sonreír sin ningún humor.

Vi en sus ojos muy abiertos que no comprendía.

Y siguió sin entender nada, hasta que yo, con la sonrisa congelada, dejé caer mi destrozado pantalón y ella supo lo que había hecho aquella maldita esquirla.

Carlos M. Federeci
No. 46, Noviembre 1970
Tomo VIII – Año VII
Pág. 63

Homo brevis: Alfa

—Está bien, nos acercamos más —acepté—. Pero, por Vol, ten mucho cuidado con el captador de sico-ondas. Ya sabes que…

Él era testarudo, y de todas maneras yo tampoco creía del todo en un peligro excesivo. Ya se sabe que los libros siempre exageran.

Y me agradaba poder ver mejor a los nativos de Gurla, 3er planeta, XXX Sistema, sol amarillo. Me ponían sentimental. Sus cuerpos bípedos, casi erectos, relucían sobre el fondo de la jungla, en retozos despreocupados. El confortable abrigo de varios millones de generaciones los protegía de las sofisticaciones de la racionalidad que eventualmente llegarían a desarrollar.

—Voy a encender el captador —anunció él—. ¿Listo?

—Si —respondí—. Pero, ¿no te parece que convendría tomar alguna precaución…? Me asusta pensar que las variables degenerativas se propaguen en progresión geométrica. Si se apresura el normal desarrollo mental de una raza, puede generarse una esquizofrenia hereditaria de consecuencias catastróficas… —Ignoré su gesto de ironía—. Ya sabes qué delito tan grave es el perturbar a una subcultura… Y, francamente, las ondas del captador podrían provocar la racionalidad forzada, antes de tiempo, saltándose etapas, y causando por ende una hiperparancia racial. Al menos, así opina el doctor…

Me interrumpí. El sonreía abiertamente.

—Muy bien, “profesor” —dijo—. Ya te mandaste el discurso. Estoy muerto de miedo. Ahora déjame trabajar, ¿eh?

Ululó suavemente el captador al encenderse.

Tres revoluciones después, ocurrió la catástrofe. Me volví al oír su grito sofocado.

—¡Gran Vol! —susurró, en el colmo del horror, señalando con un miembro tembloroso—. ¡Fíjate en aquella hembra!

Sentí flojas las piernas. ¡La hembra se estaba cubriendo de hojas la parte media del cuerpo!

Carlos M. Federeci
No. 46, Noviembre 1970
Tomo VIII – Año VII
Pág. 62