Sueño y verdad del doctor Ducasse

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Anoche soñé que al entrar al quirófano veía, sorprendido, sobre la mesa de operaciones, una máquina de coser y un paraguas. Esta mañana entré en la sala de operaciones y sobre la mesa estaban, efectivamente, el paraguas y la máquina de coser del sueño. No me asombré esta vez, porque supe que la máquina de coser era de la enfermera jefe, que la dejó allí un momento, de pasada entre el cuarto de vestir y los talleres (que se ocupan de repasar nuestras batas, botas de tela, gorros, y de remendar los fondillos), quien además me pidió permiso para hacerlo el día anterior por la tarde. El paraguas pertenecía a Andrés bretón de los Herreros, anestesista de profesión y hombre distraído hasta el absurdo y el asesinato.
Además, la sorpresa la había agotado ya el sueño.

Anotado en: Montevideo, el 15 de julio de 1879
Dr. I Ducasse, médico cirujano
Avenida del General Mitre 5.

Guillermo Cabrera Infante
No. 132, Enero – Marzo 1996
Tomo XXVI – Año XXXII
Pág. 95

Marx y Engels


La señora posiblemente acababa de salir de la peluquería; uno nunca sabe con ella. Aunque bien mirada parecía que no había estado nunca en una peluquería. Si se la conocía, se veía que siempre parecía que no acababa de salir de la peluquería. Aún cuando acabara de salir. O de entrar.

La señora tal vez acababa de salir de la peluquería. Nunca se supo. Lo único que se sabe es que miró al escritor y al poeta y con el mismo gesto de ensartarse una mecha rubia a su cabeza para decirles histórica con una entonación inocente pero culpable y tal vez todavía inocente, en falsete:

—¡Lo que es la ignorancia! Hasta hace muy poco yo creía que Marx y Engels eran una sola persona. Ustedes saben, como Ortega y Gasset.

Guillermo Cabrera Infante
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 794

Guillermo Cabrera Infante

Guillermo Cabrera Infante.

(Gibara, Cuba, 22 de abril de 1929 – Londres, 21 de febrero de 2005).
Escritor, periodista y crítico de cine.

En 1941 se traslada con su familia a La Habana y allí empieza a escribir, por lo que abandona sus estudios de Medicina y comienza a trabajar en diversos oficios, ingresando en 1950 en la Escuela de Periodismo de Cuba.

En 1951 funda la Cinemateca de Cuba junto a Néstor Almendros y Tomás Gutiérrez Alea, y lo dirige hasta 1956. Trabaja como crítico de cine con el seudónimo de G. Caín desde 1954, en el semanario Carteles, del que tres años más tarde es redactor-jefe. En 1959, tras el cambio político en Cuba, se le nombra director del Consejo Nacional de Cultura y, a la vez, subdirector del diario Revolución. Poco después es director del magazine cultural cubano Lunes de revolución, desde su fundación hasta su clausura en 1961.

Durante el primer gobierno de Fidel Castro (1962-1965) es enviado a Bruselas como agregado cultural y también como encargado de negocios, pero sus discordancias con el nuevo gobierno llegan a su punto máximo en 1968, cuando concede una entrevista a la revista argentina Primera Plana criticando al régimen cubano; esto provoca una fuerte reacción en Cuba que le lleva a abandonar su cargo diplomático. Pasa una temporada en Madrid y, más tarde, pide asilo político en Inglaterra donde se nacionaliza, fijando su residencia en Londres.

El conjunto de su obra es una especie de «collage» de La Habana prerrevolucionaria, además de una síntesis de la ideología del autor; considera que el compromiso no es indispensable para hacer una literatura crítica y que, en ciertas condiciones, el goce estético sirve también para cuestionar los poderes establecidos.

El erotismo está presente en toda su obra, pero siempre «en función de la parodia y de la risa, cosa que un autor erótico no haría nunca», según dice él mismo. Siendo el cine lo que le atrae e impulsa al comienzo su actividad cultural y periodística, marcha a Hollywood y se convierte en el primer escritor latinoamericano guionista, con títulos como Punto de fuga y Wonderwall. Ejerce también como profesor en las universidades de Virginia y de West Virginia y conferenciante en otras universidades americanas, como la de Oklahoma.[1]

Cuento cubano


Una mujer. Encinta. En un pueblo de campo. Grave enfermedad: tifus, tétans, influenza, también llamada trancazo. Al borde de la tumba. Ruego a Dios, a Jesús y a todos los santos. No hay cura. Promesa a una virgen propicia: si salvo, Santana, pondré tu nombre Ana a la criaturita que llevo en mis entrañas. Cura inmediata. Pero siete meses más tarde en vez de una niña nace un niño. Dilema. La madre decide cumplir su promesa, a toda costa. Sin embargo, para atenuar el golpe y evitar chacotas deciden todos tácitamente llamar al niño Anito.

Guillermo Cabrera Infante
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 780