—Cuando murió esa amiga…
—¿Cuál amiga?
—…Bueno, es un modo de comenzar el cuento… tuve la sensación de que expiraba por segunda vez.
Fue que una noche, tras años sin noticias suyas, soñé que moría entre horribles tormentos, acosada por un mal extraño.
Naturalmente, el sueño me hizo gracia. Hasta donde sabía, mi amiga era en extremo saludable. Por eso atribuí la visión a unos cangrejos que había comido la tarde anterior. Y hasta pensé escribirle, refiriéndole el suceso. Tal vez el relato la pusiera de buen humor y perdonara mi prolongado silencio y alejamiento. Sin embargo, las ocupaciones me absorbieron y olvidé el asunto hasta cuando, dos semanas después, recibí una esquela participándome su deceso.
Ahora, lo insólito es que ambas muertes —la real y la otra— fueron idénticas, de manera que vivo preguntándome si ella murió para justificar mi sueño o si, por el contrario, éste fue una anticipación de su ausencia.
Pienso que quizás el único medio de obtener una respuesta sería que un amigo (¿por qué no usted?) soñara con mi fin y yo con el suyo. Así averiguaríamos cuánto hubo de azar o de ley inexorable.
Dimas Lidio Pitty
No. 40, Enero-Febrero 1970
Tomo VII – Año V
Pág. 174