Suicidio

119-120 top
Adelina se asomó a la calle desde la azotea, y vio los autos circulando por la vena de cemento de la avenida principal. Se paró en la cornisa del edificio y caminó haciendo equilibrio con los brazos. El viento hacía ondular su vestido y lo ceñía contra su vientre abultado. Volvió a mirar hacia abajo y se dio cuenta de que una multitud la miraba expectante. Imaginó la angustia de sus rostros, sus respiraciones contenidas por el terror. Luego, saltó al vacío. En la caída todavía pudo ver los pisos del altísimo edificio pasando vertiginosamente. Después, se despedazó contra el pavimento. En ese momento estallaron los aplausos.

Fernando Ruiz Granados
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 415

La respuesta

“¿Qué es la vida?”, preguntaba Liu-Yi a su maestro bajo la suave luz de una delicada mañana primaveral. “La vida es un misterioso círculo en cuya circunferencia todo va y todo viene sin posibilidad de encontrar algún día la salida salvadora”. Pero Liu-Yi no estuvo de acuerdo. Discutió acaloradamente y enfadado marchó a su casa que estaba rumbo al bosque. Al llegar a la encrucijada vio, bajo la sombra de una piedra, un viejo papiro enrollado donde pudo leer lo siguiente:

“Todas las respuestas están más allá del mar, en la vigésima isla, en medio de la cual crece un frondoso cerezo en cuya sombra yace un cofre grande veteado de piedras preciosas. Al abrirlo hallarás un cisne en cuyo interior encontrarás un blanquísimo huevo que al romperse mostrará una delicada mañana primaveral bajo cuya suave luz Liu-Yi dice a su maestro: ¿Qué es la vida?…”

Eliseo Carranza Guerra
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 409

La niña

¡Si, eso es! ¿Cómo no lo había pensado antes? Yo gastando en médicos tras la solución, cuando lo que sucede es que la niña dejó de serlo y por eso está tan teñida de rojo. El equivocado del especialista seguirá insistiendo que fueron los lentes de contacto quienes me atrofiaron las glándulas lagrimales, dejándome los ojos propensos a irritaciones, ¡bah!

Jaime Adolfo Muñoz Torres
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 407

Sin palabras

Te confieso que ansiaba este momento; este delicioso momento en que puedo sentir lo tierno de tus ojos, recorrer con mi lengua tu barbilla, palpar la consistencia de tu cuello y los músculos duros de tu espalda, en que puedo lamerte orejas y mejillas y morder con avidez lo carnoso de tu boca, esa boca espléndida que hoy se rinde a mis antojos.

Cuántas noches sin sueño por esta ansia febril y de pronto la delicia de tenerte así: a mi disposición, en este hermoso acto de canibalismo, con tu carne vuelta hebra entre mis dientes, mientras reconozco que tu sabor supera todas mis fantasías.

Queta Navagómez
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 405

La cita

Nerviosa entré al lugar de nuestra cita donde él estaba esperando. Me recostó con suavidad, e hizo conmigo lo que quiso, sin que pudiera articular palabra, sólo cerré los ojos y no puse resistencia, pues como siempre, él era dueño de la situación.
Cuando al fin terminó se veía cansado, pero satisfecho. Sonriendo nos despedimos.

Tardaré seis meses para volver al dentista.

Lilia Narváez
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 403

Honor declinado

 

El policía T. Tooliver, después de haber sobrevivido a innumerables batallas libradas contra asesinos, ladrones y tratantes de blancas, negras y amarillas, fue ascendido a detective.

Colgó en el armario el uniforme y, sin esperar a que su esposa le acompañara, corrió a comprar el mejor equipo de policía secreto: impermeable de gabardina; pipa y tabaco; libreta y bolígrafo; lámpara y magnetófono de bolsillo; maquillaje, toda clase de postizos y unas gafas oscuras para disimular su mirada penetrante.

Pero un año de vida nocturna, abriéndose paso entre la niebla, soportando lluvias y escarchas para conjugar con su presencia toda suerte de peligros en la calle y en los peores lupanares clandestinos; confundido por los suyos como delincuente en receso y por los contrarios como activo delator; lejos del hogar, entre gente que habla en clave; los alimentos a cualquier hora y el vicio adquirido de fumar la pipa hasta completar el turno que marca el reglamento, han dado su salud.

Decepcionado por no hacer atrapado ni siquiera al criminal de una de las muchas novelas policiacas que lee para matar las horas perdidas, ha solicitado su reincorporación al servicio, como policía uniformado, con la esperanza de exponer la vida ante amenazas menos abstractas, recuperar el gusto por las cosas simples y volver a dormir tiempo completo con su mujer.

Roberto Bañuelas
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 393

Muso inspirador

119-120 top
El Dr. J. F. debió renunciar a su cargo de asesor legal en el Congreso cuando su esposa Carla escribió, detalló y hasta editó, con pelos y señales, las palizas que antaño él le propinara.

El grueso volumen fue best-seller, y Carla empezó a pucherear como Dios manda.

El Dr. J. F. no pudo desde entonces conseguir digno trabajo. Pero en cambio ganó un juicio imposible sobre estímulo creativo y propiedad de textos.

Ahora comparte con Carla los derechos de autor.

Marta Nos
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 385

Sorpresa

119-120 top
Una vez, para ser más precisos el 17 de junio de 4784, el capitán Kayle Clark entró en una casilla de telepantalla pública para llamar a su novia, la agente secreta Lucy Rall. Le informaron que no podía hablar con ella, porque se había casado la semana anterior. “¿Con quién?”, preguntó el exasperado capitán. “Conmigo”, contestó el hombre con el cual estaba hablando. Al mirar con más atención la telepantalla, el capitán descubrió, con ligera sorpresa, que el hombre con quien estaba hablando era él mismo.

Este asombroso misterio fue resuelto por Mr. Robert Headrock, el primer hombre inmortal de la tierra. Utilizando su supercerebro calculador electrónico, Headrock descubrió que el capitán Clark había hecho un viaje en la máquina del tiempo; que en una curva del pasado se había casado con Lucy Rall sin que su yo actual, ajeno a esa curva, lo supiera. Por medio de esta pequeña travesura se convirtió también en el hombre más rico de la tierra, porque supo de antemano las oscilaciones de la Bolsa de Comercio. Cuando se llegó al punto del tiempo en que Clark había tomado la curva con la máquina del tiempo, el Clark del pasado y el del presente se volvieron de nuevo uno solo, y vivieron felices para siempre. Enretanto, Robert Headrock, el hombre inmortal, envió a un periodista llamado MacAllister varios trillones de años atrás, y le hizo producir una explosión atómica, que dio origen a nuestro sistema planetario, tal como lo conocemos.

A. E. van Vogt (citado por Koestler )
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 383

Los duendes

Esa es la misma historia que oí a mi bisabuela: “Los duendes rondan la casa, los duendes se van acercando y de pronto los duendes ya han hecho una habitación suya bajo el piso de la sala. Tú no los notas, los duendes se empiezan a esconder, saben bien cuáles son sus propósitos y no quieren ser descubiertos; las cosas se pierden como por arte de magia, todo lo tienen los duendes: el dedal, el cortaplumas, los pisapapeles, las perlas y la mermelada de fresa. Es un trabajo que nunca podría ser de ratones. Tú dudas de la existencia de los duendes y los dejas que destrocen la casa. Y todo iba muy bien, hasta que de pronto tu hijita que ya tiene cuerpo de mujer, pero su mente es aún de niña, se ha puesto a jugar con los duendes. Su infancia le impide traicionarlos y descubrirlos: hasta que de pronto el vientre empieza a ensanchársele y notas hasta entonces que en su útero menarca está gestándose la fantasía”.

Jorge Cubría
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 372

Caballero desarmado

119-120 top
Yo no podía quitarme semejantes ideas de la cabeza. Pero un día mi amigo el arcángel, al doblar una esquina y sin darme tiempo siquiera de saludarlo, me cogió por los cuernos y levantándome del suelo con sinceridad de atleta, me hizo dar en el aire un salto de carnero. Las astas se rompieron al ras de la frente (tour de force magnifique), y yo caí de bruces, cegado por la doble hemorragia. Antes de perder el conocimiento esbocé un gesto de gratitud hacia el amigo que se escapaba corriendo, gritándome excusas.

El proceso de cicatrización fue lento y doloroso, aunque yo traté de acelerarlo lavándome a diario las heridas con un poco de sosa cáustica disuelta en aguas de Leteo.

Volví a ver hoy al arcángel, en ocasión de mi cuadragésimo cumpleaños. Con un gesto exquisito me trajo mis cuernos de regalo, montados ahora en un hermoso testuz de terciopelo. Instintivamente los coloqué en la cabecera de mi lecho como un símbolo práctico y funcional: de ellos he colgado esta noche, antes de acostarme, tomos mis arreos de juventud.

Juan José Arreola
No. 35, Abril 1969
Tomo VI – Año IV
Pág. 300

Juan José Arreola
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 371

Consejos

119-120 top
Si quieres ser feliz una hora, bebe un vaso de buen vino. Si quieres serlo un día, toma un baño. Si una semana, fornica una vez. Si un mes, púrgate. Si quieres ser dichoso un año, cásate. Si quieres ser feliz toda la vida, no te cases.

Julio Torri
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 368

El ganador

119-120 top
Bandidos asaltan la ciudad de Mexcatle y ya dueños del botín de guerra emprenden la retirada. El plan es refugiarse al otro lado de la frontera, pero mientras tanto pasan la noche en una casa en ruinas, abandonada en el camino.

A la luz de las velas juegan a los naipes. Cada uno apuesta las prendas que ha saqueado. Partida tras partida, el azar favorece al Bizco, quien va apilando las ganancias debajo de la mesa: monedas, relojes, alhajas, candelabros…

Temprano por la mañana el Bizco mete lo ganado en una bolsa, la carga sobre los hombros y agobiado bajo ese peso sigue a sus compañeros, que marchan cantando hacia la frontera. La atraviesan, llegan sanos y salvos a la encrucijada donde han resuelto separarse y allí matan al Bizco. Lo habían dejado ganar para que les transportase el pesado botín.

Enrique Anderson Imbert
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 360

Fastidio divino

119-120 top
A las cuatro y media de la tarde bajó Dios a recostarse en la inmensidad del océano. Sumido en la eufonía de reflexiones inalcanzables, jugaba a provocar altísimas marejadas al golpeteo de su divina mano sobre las aguas.

Eran las cuatro cuarenta y cinco cuando, fastidiado de tanta quietud, concibió la idea de una tormenta gigantesca. Los mares se desbordaron entonces cayendo con estrépito en el abismo que se encuentra más allá de los límites del mundo: un lugar muy plano y muy liso formado por millones de mosaicos blancos.

En punto de las cinco, viendo el estado lamentable en que había dejado el Universo, tomó una enorme toalla y concluyó su baño.

Dulce María González
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 357

Otro

119-120 top
No soy yo. Pero sus conocidos me saludan en la calle.

Como en su misma mesa.

A la noche me acuesto en su cama.

Su mujer no le es infiel. Realmente somos iguales y yo mismo podría confundirme.

Ella tiene una forma extraña de gozar. Después se queda fría y duerme como un animalito.

A. F. Molina
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 351

Ulises

119-120 top
Sus días eran eclipses, sus noches: blancos. El insomnio fue siempre un puerto, el proyecto vital un barco. Sueño de los ojos que se sueñan divisando Itaca y los prodigios. Él nunca se percató de ese manto; sus ojos un día se curvaron como las olas en el horizonte sin fin y sin principio. Un día soñó que lo soñaron. Se levantó, entró a la Iliada y sigue recalando en los puertos fantasmas del presagio.

Jennie Ostrosky
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 346

Matigramas

El primer hombre, ¿fue simio o fue congénito?

Si el problema es de trigonometría, que lo resuelva un tricéfalo.

A simple vista, parecía un hombre mediocre. Conociéndole bien, era un cretino.

Si Einstein se hubiera con-formado en su destino, estaría relativamente muerto.

Hablaba con tanta seriedad, que en lugar de ocurrencias, decía recurrencias.

Me parece que el mundo no tuvo madre. No será un pensamiento muy original, pero es auténtico.

Cuando te diga ¡Sí!, no pienses más allá de la metáfora.

Era tal su adicción por las mujeres, que procuraba estar siempre al alcance de la cama.

Era poseedor de un cerebro, donde la inteligencia no tenía nada que hacer.

Era tan ingenuo, que confundía sarcasmo con orgasmo.

 

Matilde Pons
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 341

La idea

119-120 top
Fue a los catorce cuando el hombre caminaba por la alameda y encontró entre los arbustos una pequeña idea abandonada. Tomó a la diminuta entre sus dedos y sin saber qué hacer con ella la metió en su cabeza. Esa misma tarde llovió sobre él y a la mañana siguiente la idea había florecido. Al paso del tiempo la idea creció y se hizo fuerte; grande, persistente y un ramal de pequeñas ideas se cernió sobre la cabeza del hombre. Una enorme sombra acompañó su adolescencia y parte de su adultez. Pero la idea siguió creciendo hasta que resultó molesta. El hombre entonces, en medio de la neuralgia que lo acompañaba desde los quince, topó con un espejo y descubrió el álamo enorme que le pesaba como si fuera una gran idea de muchacho instruido.

Eduardo Osorio
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 335

El sobreviviente

Está solo. Es el único hombre que queda sobre la tierra. Lo sabe y esa verdad le atosiga el alma: cree que su destino es atroz. Ignora, sin embargo, que el destino le reserva una verdad aún más horrenda. En efecto, buscando víveres entre las ruinas de la ciudad descubre un espejo. El espejo no lo refleja.

Miguel Bonilla López
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 331

Sentencias del juez de los infiernos. II

119-120 top
Contaba el maestro Lu-Chang:

Delante de Yen Wanzi, juez de los muertos, comparecieron el alma de una cortesana y el alma de una mujer que se creía virtuosa.

Yen Wanzi pronunció su fallo:

—Tú —le dijo al alma de la cortesana— vete a la Torre de las Delicias. Y tú —le dijo al alma de la mujer que se creía virtuosa— irás a la Torre de los Tormentos.

—Esto sí que está bueno —se encolerizó el alma de la mujer—. ¿Qué clase de juez eres? ¿A una ramera, que se pasó la vida vendiendo su cuerpo, la destinas a la Torre de las Delicias? ¿Y a mí, que nunca cometí pecado, me envías a la Torre de los Tormentos?

—Con tu lengua de víbora —le replicó el juez Yen Wanzi— sembraste la discordia en tu familia. Por tu culpa se anularon matrimonios, fenecieron amistades, gente que se ama se detestó. A causa de tus chismes muchos hombres se vieron obligados a rasurarse la cabeza y hacerse bonzos. Más te hubiera valido ser como esta cortesana, que jamás ocasionó mal a nadie. En la Torre de los Tormentos aprenderás a que es preferible hacer el bien que evitar el pecado.

Marco Denevi
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 319

Los paraísos perdidos

Cuando me fui del siglo XX a buscar el paraíso utilicé el avión, el tren, una lancha de motor, un caballo doliente de mataduras, una rústica canoa y un machete para abrirme paso en la espesura, cortando ramas y algunas cabezas de ofidios en acecho. El día que llegué a una laguna donde las garzas devoraban peces dorados, también llegaron unos hombres desnudos que tensaron sus arcos y dispararon flechas rojas hacia lo alto de las arboledas: ese fue su saludo. Me llevaron a conocer su tribu, formada en su mayoría por mujeres que amaban indistintamente a los pocos hombres para conservarse embarazadas.

Esa tarde comimos la carne del caimán y bebimos los ácidos licores de frutas deslumbrantes. Con la luz del crepúsculo y el canto de reiterativo de los niños se inició una danza en la que todos los varones se desplazaban en círculos para ser elegidos por las mujeres impacientes. Antes de quedar sumido en la embriaguez, alcancé a mirar el inicio de aquel ceremonial de cópulas.

Con el llegar de cada noche, todos los participantes en el rito de la fecundación duermen y sueñan; las mujeres que no pudieron atrapar macho, para encontrar paz, se quedan mirando largamente la luz de las estrellas.

Por las edades de los niños que se asombran con ojos parecidos a los míos, puedo calcular el número de inviernos transcurridos en el país que un día abandoné para perderme en este infierno de torturante fecundidad.

Roberto Bañuelas
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 307