El anfitrión

Tito dejó caer la mano cerrada pesadamente, sobre la mesa, manchando el mantel de ron con coca que saltó de su vaso.

—Bueno, ya; a chingar a su madre todos. ¡Váyanse! Fuera todos, pinches gorrones. ¡A la chingada!

Se paró tambaleante, dejando caer la silla.

—Tito, por favor, no mames.

—Sí, pinche Tito; derecho, no mames.

—¡A la chingada, a la chingada! Ya no quiero ver a nadie. ¡Fuera de mi casa todos! Voy a hacer el amor con mi mujer ahorita, a-ho-ri-ta; así que fuera todos. Quiero quedarme sólo con Rita.

Rita, con el rostro enrojecido, comenzó a llorar, tratando de contener sus lágrimas:

—Perdónenlo, por favor; ya está muy tomado.

 

Se fueron los invitados, uno a uno, despidiéndose nada más de Rita: “adiós, amiga”. “Cuídalo”. “Dale café bien cargado…”

Se quedaron solos. Tito, bailando grotescamente, de cachetito con una mujer imaginaria, con su cuba en la mano derecha, se manchó el traje sin darse cuenta. Rita lo observaba con pena:

—¿Por qué te pones así cuando tomas?

—Porque ya todo me vale madre. Odio a todo el mundo, nadie me quiere, tengo deudas y nadie me ayuda. Todos son unos hijos de la chingada además…

—Eso no es cierto. Tienes a tus amigos que te quieren, te va bien en tu trabajo, ¿o no? Tienes deudas, pero no son de millones de pesos, ¿o sí? No seas tan desesperado Humberto. Mira, trata de serenarte, piensa bien en todo lo que te digo, ya vas a ver que tu situación no es tan terrible como tú crees. ¿Me prometes que lo vas a hacer?

—Está bien, te lo prometo. Voy a tratar de serenarme.

Rita consultó con aflicción su reloj:

—¡Hijos! Adiós Tito, ya me voy; ya es muy tarde. Por lo visto esta fiestecita fue un fracaso gracias a tus berrinchitos, ¿verdad? Si me apuro, a lo mejor alcanzo a alguien que me pueda llevar a mi casa.

—No te vayas, Rita, por favor; si corrí a todos fue para quedarme a solas contigo, porque te necesito, porque eres una muchacha extraordinaria.

—¡Ay qué lindo! De veras, no me puedo quedar, aunque quisiera; gracias por lo que me has dicho; tú también eres un muchacho extraordinario. Rita abrió la puerta, y antes de salir se volvió repentinamente indignada:

—Por cierto, pinche idiota: ¿de dónde sacaste que yo soy tu mujer?

 

Jesús Falconi
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 271

Estruendo

“Voy a dormir”, dijo con decisión; se colocó a la orilla de sus sueños, se asomó a fondo, y se precipitó lentamente.

Un movimiento brusco lo despertó; escuchó un ruidero de cristales, se asomó desde la orilla de su cama, y vio todos sus sueños rotos.

Jesús Falconi
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 641