Los amantes

Uno junto al otro, sudorosos, nos movíamos al unísono. El olor de nuestros cuerpos se percibía en lo cerrado del lugar. Mi mano acarició su muslo, ella se estremeció y animado por su reacción me acerqué aún más. Sorprendida me miró y le sonreí para calmar sus temores. Continué con mis caricias, aceptó mi cercanía y gimió. Extasiado en el juego, ni cuenta me dí cuando las puertas se abrieron y la muchedumbre la bajó en la estación Balderas.

José Manuel Romero
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 644