Era fascinante verte confundir lo lúdico y tus porquerías, decirle chunche al reloj y hablar largas distancias sólo porque tienes sed. “Hay que ser positivistas” decías creyendo conjurar el mal humor. Nunca se te atoró un solo problema, eres positivista y le tienes puesto el mal de ojo al ocio; profesas alto irrespeto a los doctorados en Oxford y altos miramientos a los bachilleratos en Oaxaca y Taxco. Porque eres positivista y de izquierda, porque eres bajita y pleitera, les arrancas la voz cantante a los ejecutivos del yo, haces cabriolas de verbo hasta enmudecer con tu nudo de fragmentos y tu víscera incoherente.
Era imposible no aprender de sus fracturas en la realidad, de tu vehemencia confundida con razón, del olvido de tu cuerpo enarbolado banderas mitad filantropía, mitad tortura al malo —¿cuál mitad es cuál?—, y del cariño a solas con mis muchos huesos y tu poca piel.
Te he amado. Te amo aún, pero ha terminado. Tal vez en algún rincón de tus deshilvanes exista esa ira que no encuentras para odiar el nombre que rondó por tu recámara.
Julio Hubard
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 261