Contempló Dios todo el esplendor y magnificencia de su obra, y comprendió que hacía falta algo, muy distinto a todo aquello. Había formado creaturas y cosas materiales, pero faltaba la espiritualidad. Reunió en un ser la esencia de la materia, lo humano y espiritual y creó al HOMBRE.
Le dio la facultad de multiplicarse, de razonar, de buscar, y de lograr cumplir la misión que le había encomendado.
Despertó el hombre de su letargo, y vio que la tierra era extraña y enorme, y sintió por primera vez, soledad y tristeza. Después la luz del día le dio a conocer la belleza.
Era indefenso, y comprobó su pequeñez e insignificancia; buscó “algo” que le protegiera de la obscuridad, de la furia de las tormentas, de los animales y le llamó DIOS.
Se encontró con otros hombres, semejantes a él, y le miraron con recelo y desconfianza.
Sufrió las inclemencias del tiempo, y lloró muchas noches, de miedo; sólo le consoló su Dios protector.
El medio ambiente le obligó a emigrar a nuevas tierras y le siguieron los débiles y fue guía.
Cuando le quitaron la mujer que le había dado el calor de su cuerpo, sintió ira, y del instinto de posesión nació el amor.
Con el transcurso del tiempo, se sintió cansado y comprendió que la vida era breve y llena de penalidades y por primera vez renegó.
Tuvo conocimiento de la muerte, le rindió tributo, y le hizo reflexionar.
Observó el infinito, determinó su situación, e inició su obra.
Rafael Aguirre Castro
No 41, Marzo 1970
Tomo VII – Año V
Pág. 339