Marcial Fernández

Marcial Fernández

Marcial Fernández

Estudió Filosofía en la UNAM.

Ha escrito los libros Andy Watson, contador de historias (cuentos, 1997, 2001) y Balas de salva (novela, 2003). Y con el pseudónimo de Pepe Malasombra, En el umbral del miedo (ensayo, 1993), La voz primigenia (cuento, 1997), Citar, templar, mandar (diccionario, 2000), Misterios del señor de negro (taurosofia), (ensayo, 2001), Mano a mano en Bucareli, Primer foto-reportaje taurino (ensayo, 2001) y Los Nuestros, Toreros de México desde la Conquista hasta el Siglo XXI (biografía, 2002).

Su obra literaria, asimismo, aparece en más de diez antologías nacionales y extranjeras, y ha sido becario del FONCA en tres ocasiones. También es el director de la Editorial Ficticia y del portal http://www.ficticia.com.

¿Por qué y para qué escribes?

Es una pregunta común, aunque un poco difícil de contestar. Remite a un pasado genético o a una habilidad natural con la que nacemos. Conviene remitirse a esa habilidad, ya sea para poner ladrillos o dar discursos, y a partir de allí encontrar las mayores satisfacciones posibles. Escribo por placer, y porque concibo mi vida como la de un narrador de hechos reales o ficticios que, al traducirlos y transcribirlos, me dan satisfacciones plenas.

Todos leemos el mundo y siempre lo estamos traduciendo. Yo también escribo para entender ese mundo, ya que todo microcosmos es expresión de un macrocosmos: uno se desenvuelve en su mundo particular y de allí pasa al mundo social, universal.

¿Para quién escribes?

Primero para mí mismo en el sentido en que uno está traduciendo el mundo; y a partir de esa traducción, uno intenta darlo a entender o explicarlo a las demás personas. Escribo para todos y para nadie en específico. La escritura está dada como un compromiso para que lo pueda leer cualquier tipo de persona.

Para ti, ¿escribir es una profesión, un oficio o una afición?

Como en todas las profesiones, uno comienza por una afición, después esa afición se puede convertir en un oficio (que viene a ser la técnica de la que uno se vale para contar ciertas cosas). Después, para ser escritor, uno debe ir más allá de esas técnicas y convertir la palabra en una profesión, es decir, un modo de vida: estar en «escritor» todo el tiempo.

¿Cómo relacionas la lectura con la escritura?

La lectura al igual que la escritura es un acto creativo; el escritor está traduciendo el mundo en el momento que lo escribe, pero el lector también está traduciendo lo que está escrito. Ambas tienen el mismo peso específico en este sentido. Tanto el escritor como el lector mientras más cultura tengan, más educación, más lecturas hagan, sentirán más placer en la lectura que les abrirá otro tipo de paisajes, otro tipo de mundos y universos.

Al escribir, ¿piensas en el lector?

Pienso en los personajes, pienso en las atmósferas; jamás pienso en el lector como tal, sino que me abandono a la obra que estoy creando. No me puedo imaginar a un torero, por ejemplo, que en el momento de realizar una faena esté pensando en el público, pues si es así, entonces no estamos hablando de un artista, sino de un farsante. ¿Por qué? Porque no está exteriorizando su interior, sino simulando lo que los otros quieren percibir, lo que significa en sí un engaño, una traición a la propia creatividad, a una posible apuesta personal.

¿Tienes algún método para escribir?, ¿horarios o rutinas?

No tengo un horario ni ritos para escribir, aunque uno esté en «escritor» todo el tiempo. Y en este sentido todo sirve: uno siempre está observando las cosas, uno se está nutriendo del entorno. Escribo a diario dependiendo las situaciones que se dan durante el día.

¿A quien se parecen los personajes de tus textos?

Uno está sobrepoblado de personajes que están en los medios, en la calle, en todas partes.

¿Crees en la inspiración?

Creo en los dones, creo en habilidades, creo en situaciones promisorias. Hay una inspiración que no se crea sino que se propicia, pero toda inspiración tiene un trabajo atrás. Está presente cuando uno se olvida de la técnica, cuando uno se abandona al acto creativo.

Algunos afirman que escribir es doloroso, ¿lo es para ti?

El fin último de escribir siempre es un acto placentero, quien diga lo contrario es porque, tal vez, nunca ha escrito una línea que valga el trabajo de escribirla.

¿Cuándo descubriste que eras escritor?

Desde los doce o trece años no he dejado de escribir…

¿Has tenido problemas con la escritura?

No, jamás. En este sentido agradezco los talleres literarios de la maestra Beatriz Espejo. Luego empecé a escribir un periódico en donde siempre busqué perfeccionar el oficio de escritor, evitar el «maquinazo» o la paja en las notas. Y ya con los recursos necesarios para poder tejer y destejer historias, abandonarse en la propia literatura es lo más gozoso del mundo.

Una vez que tu texto está terminado, ¿lo revisas?,

¿se lo das de leer a otros? ¿Qué piensas de la autocorrección?

Cuando ya escribí un texto, lo dejo descansar y después lo reviso, considerando que el que está escribiendo ayer no es el mismo lector de hoy, ni el que empezó esta entrevista será igual mañana… Además, siempre pasa por una revisión final antes de editarse.

Marcial, cuando estás en el proceso de escribir, ¿te retroalimenta la lectura de otros autores?

El oficio del escritor y el oficio del lector, -si se le puede llamar oficio- son vitales… Un ejemplo: yo no puedo concebir a, por ejemplo, un futbolista al que no le guste ver partidos de futbol. Igual sucede con la literatura: uno no puede ser escritor si no lee, pero sí lector sin ser escritor, sí se puede ir al estadio y disfrutar un partido de futbol sin jamás haber tocado siquiera una pelota… La escritura, por otra parte, no es más que la respiración del escritor, eso que en la antigüedad se llamaba alma, neuma, aire, que se respira en cada palabra escrita y que es en donde se encuentra la magia de la literatura. En este sentido no me gusta leer a ningún clásico mientras escribo, pues la respiración del clásico es tan fuerte que le puede partir el ritmo, el estilo a mi propia respiración. Por eso, por lo general, gente joven suele imitar a grandes autores, pues la respiración de estos autores es tan fuerte que envuelve a un joven todavía sin un estilo definido.

¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?

La Biblia probablemente. No, mejor aquel que estoy a punto de escribir.

¿Nos quisieras hablar libremente de tu obra?

Preferiría que se leyera y que los lectores hablaran de la misma.

¿Deseas agregar algo a esta entrevista o decir algo a los jóvenes?

La lectura es más placentera que la televisión, que el cine… Es más, es el origen de lo que vemos y oímos en las pantallas. Algo que cada quien puede paladear según las propias experiencias. Recomiendo leer, leer lo que sea y que los alumnos, tarde o temprano, encontrarán en este acto uno de los placeres mayores de su vida[1].

El engaño

114-115 top

La conoció en un bar y en el hotel le arrancó la blusa provocativa, la falda entallada, los zapatos de tacón alto, los ligueros, las medias de seda, las pulseras y los collares, el corsé, el maquillaje, y al quitarle los lentes negros se quedó completamente solo.

Marcial Fernández
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 139