Dragones

La oscura noche hacía resaltar la luz de las llamas, el dragón se movía lanzando fuego a derecha e izquierda. Ella estaba asombrada y temerosa, aún cuando había escuchado hablar de los dragones, nunca se imaginó que fuesen tan terribles como el que ahora observaba. Por instinto se encogió de hombros y apretó sus manos con fuerza, como si así pudiera protegerse.

Cuando vio el dragón dirigirse hacia donde ella estaba, sintió una punzada en el corazón y mientras el miedo la invadía, el dragón se acercaba, sí, se acercaba y cada vez le parecía más gigantesco.

—¡Dios mío! ¿Qué hago? —pensó. Su corazón latía más rápido una y otra vez, más rápido y cuando miró que el dragón estaba exactamente frente a ella, no pudo más y gritó:

—¡Mamá! ¡Mamá!

—¿Qué te pasa? —preguntó extrañada la madre.

—¡Un dragooónnn…!

—No hijita, no es un dragón, es un señor que lanza fuego para vivir, pero no es un dragón.

Las palabras de su madre la tranquilizaron un poco, pero no del todo; todavía, cuando siguió de largo, vio cómo el dragón sacaba humo de su nariz y arrastraba su gran cola.

Víctor Jiménez Cruz
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 61