Brenda Alcocer

Brenda Alcocer Martínez

Brenda Alcocer Martínez

Nacida en Mérida, Yucatán, en 1947. Es autora de cuentos y poemas publicados en diversos libros colectivos y revistas. Coordina desde 1992 la Biblioteca ISSSTE-CNCA de Mérida. Es miembro del Centro Yucateco de Escritores, A. C. desde 1990. Ha publicado poemas y relatos en los suplementos culturales “El Juglar” del Diario del Sureste y “Unicornio”. Ha sido coordinadora de talleres de iniciación a los textos literarios para niños y personas de la tercera edad[1].

Una bibliotecaria ejemplar

Por Jorge Cortés Ancona

Poco se reconoce el trabajo de los bibliotecarios en Yucatán y por ello es muy triste haber perdido a una bibliotecaria ejemplar. Brenda Alcocer Martínez falleció hace unos días luego de una dolencia de algunos meses. El número 1 la marcó pues nació un 11 de septiembre (casualmente, igual que yo) y falleció un día 1 del primer mes de este 2012. Aunque quizá se le conozca más como escritora, ella trabajó alrededor de 20 años en la Biblioteca ISSSTE-CNCA No. 9, ubicada en la colonia Pensiones. Un recinto pequeño, pero al que le dio mucha vida durante los casi 19 años en que le tocó coordinarla.

A pesar de su llegada tardía a las labores bibliotecarias, demostró una vocación natural. En una de las últimas conversaciones que tuvimos antes de que se le detectara la enfermedad, ella me recordó que yo había sido el motivador para dicho trabajo. En efecto, cuando se iba a impartir algún curso relacionado con las bibliotecas le recomendé que se inscribiera. Logré vencer su inicial escepticismo, indicándole que aunque no tuviera la intención de laborar como bibliotecaria, el curso le serviría cuando menos para aplicar en su biblioteca personal lo aprendido. Tomó el curso y quedó tan motivada que cuando hubo una oportunidad en el ISSSTE de cubrir una vacante en la biblioteca, ella no dudó en aceptar. Al cabo de poco tiempo, fue designada coordinadora, sin oposición alguna de las cuatro personas que de menor a mayor jerarquía participamos en la decisión de darle el puesto.

Fui su jefe inmediato varios años y siempre demostró una capacidad para sobreponerse a la marginación burocrática y los olvidos presupuestarios. Batalló con las compañeras que estuvieron o que siguen estando (Teresa, Carmen, Rosy) para que la biblioteca brindara con efectividad sus servicios culturales y educativos. Muchos niños que asistían a los talleres que impartía decidieron prestar su servicio social cuando tuvieron oportunidad de hacerlo y trabajar como voluntarios cuando ya eran estudiantes de una carrera profesional.

Le tocó vivir algunas injusticias, como cuando algún nefasto funcionario la acusó increíblemente de no estar trabajando (¡a ella, que brindaba todo su tiempo y su pasión por leer, contar e imaginar!) y movió los hilos para hacerla renunciar. Pero los compañeros de Sociales y Culturales cerramos filas y logramos que ella permaneciera.

También sorteamos juntos una auditoria hecha de mala fe, que fue resuelta con una simple inspección ocular y verbal. Nos habían cargado problemas de años anteriores a nuestro ingreso laboral y habían inventado otros, con algunas situaciones reales, aunque menores, a resolver. El día en que los auditores revisores iban a evaluar si se había cumplido con las observaciones hechas un par de años antes por un colega suyo, le había yo indicado al personal del área que muy probablemente tendríamos que trabajar doble jornada para la revisión.

Ese día, como tantas veces, Brenda estaba impartiendo un taller para niños. Los auditores observaron un par de minutos la naturalidad con que ella se desenvolvía y, aprovechando que había marcado alguna dinámica la llamaron, le hicieron unas cuantas preguntas, que ella contestaba puntualmente a la vez que atendía las solicitudes personales de los niños que se le acercaban y daba instrucciones al resto del grupo. En concreto, estaba trabajando como nuestras híper-trabajadoras amas de casa mexicanas, que cumplen con eficiencia varias tareas a la vez.

No habían pasado ni quince minutos, cuando los auditores intercambiaron opiniones en voz baja, luego se volvieron hacia mí y con el ceño fruncido me pidieron que los regresáramos a las oficinas de la Subdelegación. Angustiado, pregunté si eso implicaba una evaluación negativa, pero ellos me pidieron calma y me explicaron que no tenía caso hacer una revisión a fondo: “No sabemos en qué estaba pensando nuestro colega. Se nota que esta señora adora su trabajo y que tiene total vocación de bibliotecaria. Todo parece funcionar bien, así que damos por resueltos todos los problemas”. Y me dieron indicaciones para un par de sencillos trámites a fin de concluir el asunto.

Recordaremos a doña Brenda y su labor de cuentacuentos, su teatrino y sus títeres, sus creaciones literarias propias, su constancia como integrante de varios talleres literarios y como instructora de talleres para fomentar la literatura y la lectura en niños y adolescentes. Nos hizo muy felices su libro para niños El Cuartel de Dragones (ICY-Conaculta, 2009). Ya me había tocado editar algunos de sus cuentos y poemas en prosa años atrás en el libro Mariposa, la vida (ISSSTE-ICY, 1995), en el que también participaron Hortencia Sánchez y Lupita López.

Brenda Alcocer fue un orgullo para la Red Estatal de Bibliotecas Públicas Municipales. Un justo reconocimiento sería que la Biblioteca ISSSTE-CNCA No. 9 lleve su nombre[2].

[1] http://yucatanliterario-escritores.blogspot.mx/2010/10/alcocer-martinez-brenda-nacida-en.html

[2] http://poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=33&idTitulo=138967

Sin esta hoguera infierno

136-137 top

Un hombre y una mujer se encuentran, se reconocen. Algo nuevo les recorre los huesos y las venas. A los ojos de cada uno, el otro se agiganta, deifica y hace la ofrenda de uno mismo. Deciden permanecer juntos.

En los ratos de ausencia, él la lleva en los ojos, ella se queda teniéndolo en la piel. Sigilosamente gotea sobre la relación el ácido de la rutina.

Cualquier día se odian, por falta de un botón en alguna camisa, periódico regado en el piso… El motivo es lo de menos.

Sin embargo, basta el roce de una piel, o que una mano los toque por descuido, para incendiarlos. No es por amor, sino por miedo. Pretenden que el fuego ilumine las noches para que, al ver la llamarada, no se acerque ese puma al acecho que es la muerte.

Brenda Alcocer
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 92