Pasé muchas veces por la casa abandonada y mis ojos siempre se fijaron en una carcacha de los cuarenta. Padecía cáncer, síndrome de herrumbre.
Avanzadas cataratas cubrían sus faros delanteros; los posteriores no existían. Parálisis total en sus centros nervioso y cardiaco. En sus llantas se percibían las huellas dejadas por innumerables infartos: flácidas y con ostentosos parches. Sus asientos presentaban vestiduras deshilachadas, alternadas por artríticos nudos de sus muelles, aflorando entre la sucia borra.
Mohosa y lastimeramente deshidratada, sus líquidos habían cesado de fluir por décadas…
Ahí se encontraba, dentro de su asilo, tan deprimente y desvencijado como ella.
María de los Ángeles Soldevilla
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 217