Discutimos por última vez y todo se acabó. Me fui. El eco de tu última frase me golpeaba las sienes y cuando cerraba los ojos, aparecías, y junto contigo un sabor amargo, humedad en mis ojos y opresión en mi corazón. Los recuerdos me abrumaban y me culpaba por haberte querido sin reservas. Entonces te odié.
Después recordé cierta tarde lluviosa en que, tomados de la mano, corrimos a refugiarnos debajo de un árbol. Me embriagó de nuevo al aroma del bosque húmedo. Sentí otra vez tu abrazo, tu cuerpo temblar, —hacía frío— entre mis brazos. Vi otra vez tu cara húmeda y tu pelo escurriendo. De nuevo sentí tus labios cálidos sobre mi boca. Desde el fondo de mi alma dije otra vez “te quiero”.
Entonces, pensé, valió la pena soportar todo aquel beso.
Fernando Ortiz Lachica
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 109