El cautivo

En aquel planeta situado en un confín de la galaxia, hubo preocupación por haberse detectado rudimentarias explosiones atómicas, originadas más allá de Marte.

Se decidió, por tanto, enviar una nave con la misión de capturar un ser tipificado de aquella probable y peligrosa civilización.

Después de larga travesía la nave arribó, sigilosamente, a las cercanías de una gran ciudad. Y tras cuidadosa observación fue capturando, al amparo de la noche, uno de aquellos seres tan parecidos a los mismos expedicionarios y que pululaban constantemente por la urbe.

El regreso tuvo lugar.

Hasta la fecha, los sabios de aquel planeta ubicado en el lindero de la galaxia, no han podido determinar el coeficiente mental, ni la verdadera naturaleza e intenciones del Volkswagen rojo que fue secuestrado de un estacionamiento de la tierra, cierta vez, como a las dos de la mañana.

Jorge Mejía Prieto
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 451

Teoría de los dinosaurios

Los dinosaurios y otros artificios parecidos fueron gigantescas máquinas accionadas por principios electrónicos.

Llevaban en su interior compartimientos y bien provistos de laboratorios de observación para los técnicos e investigadores, que vinieron a este planeta para estudiar la posible instauración de civilizaciones.

Notable fue la movilidad y destreza de estos grandes vehículos por espacios donde proliferaban ciénagas, formas de vida rudimentaria y pertinaces nieblas.

Una vez terminada su tarea, los expedicionarios regresaron a su lugar de origen, no sin antes desintegrar cuidadosamente los dinosaurios y aparatos similares utilizados en la empresa.

Buscando desorientar a las generaciones que vendrían, los técnicos fabricaron y enterraron algunas estructuras de materia plástica, que los excavadores del pasado han tomado, con singular obstinación, por colosales osamentas prehistóricas.

Jorge Mejía Prieto
No. 58, Abril-Mayo 1973
Tomo IX – Año X
Pág. 672

Apariciones


Tranquila y en extremo discreta era aquella familia que habitaba la escondida casona. Únicamente faltaba a sus costumbres silenciosas las noches en que todos se reunían en la gran sala gótica, para escuchar a la abuela que arrancaba antiquísimas melodías al clavicordio.

Mas no hay dicha perdurable en este mundo. Y una noche, confirmando temores y sospechas de los distintos familiares, el padre dijo con voz que anhelaba ser firme, pero en la que temblaba el miedo:

“Tendremos que abandonar esta casa. Ya no cabe la menor duda de que los vivos se están apareciendo en ella”.

Jorge Mejía Prieto
No. 88, Septiembre- Noviembre 1983
Tomo XIV – Año XIX
Pág. 51

Decadencia


Primero fueron móviles y confusas manchas al pasar frente a los espejos. Al paso de las noches se fueron precisando más y más el rostro pálido, los ojos duros y melancólicos, las finas ropas de luto.

Para mayor vergüenza, fue perdiendo el gusto por la sangre, aún la más rica en glóbulos rojos… Y se aficionó indignamente al vulgar jugo de naranja.

Al comprender su decadencia irremediable el conde Drácula suspiró profundamente. Y por su fría mejilla rodó una lágrima con inconfundible sabor a naranja.

Jorge Mejía Prieto.
No. 83, Septiembre-Octubre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 336

Te comería a besos

Ella dijo: —Te quiero tanto que te comería a besos. —Pues cómeme, repuso él. —¿De verdad, me dejas? —Claro que sí, dijo él, dejándose querer.

Entonces ella comenzó a besarle delicadamente el rostro, mientras sus manos de dedos largos le acariciaban el cuerpo, hundiéndole en un sopor de extraña felicidad. La boca grande y roja tomó la boca masculina, y con finos mordiscos le fue arrancando el labio superior, el inferior, la lengua. Después siguió con las mejillas. Luego, con poderosa y larga succión, sorbió los ojos. Sin prisas, expertamente arrancó oídos y le comió el cuello; para posteriormente clavar sus fuertes dientes y afiladas uñas en el tórax, hasta alcanzar el corazón.

El hombre sentía confusamente que la vida se le iba; pero no podía moverse, sumergido como estaba en un río resplandeciente de crueldad y delicia.

Siete horas más tarde, sólo quedaba el esqueleto perfectamente limpio de él.

La mujer, monstruosamente hinchada, cayó en un pesado sueño.

Jorge Mejía Prieto
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 563