A VEINTE AÑOS DE QUE LA MUERTE SE DIO EL PERMISO DE DEJARNOS SIN EDMUNDO VALADÉS

valades

Por Jaime Adolfo Muñoz Torres
Este extraño laberinto de testimonios y tiempos, obedece a la
búsqueda de datos sobre Edmundo Valadés y su revista,
que en su totalidad son extraídos de esta misma revista: El Cuento:

1984. A 20 años de la segunda temporada. En el Centro Cultural José Guadalupe Posada, en la culminación de las Jornadas de divulgación bibliográfica del Correo del Libro, en su boletín 54, con sesión dedicada a la revista El Cuento. Agustín Monsreal, Rafael Ramírez Heredia y Edmundo Valadés, charlaron con el público sobre la importancia que la revista ha tenido en nuestro medio literario. Valadés contó cómo junto con Horacio Quiroga en 1939, se le ocurrió la idea de editar una revista dedicada únicamente a la publicación de cuentos, género que a los dos apasionaba. Esta idea fue acogida y patrocinada por Regino Hernández Llergo y se editó por primera vez El Cuento. En su primer número, casi la mitad del material de la revista, recordó Valadés, procedía de traducciones que Quiñones había hecho.[1]

1939. Cuando Lázaro Cárdenas mudó la residencia oficial de Chapultepec a los Pinos y el arco de su-gestión se alargó de cuatro a seis años, surgió en México un periodismo nuevo. Lo trajo del norte don Regino Hernández Llergo. Compañeros de trabajo y de poca diferencia de edades, Horacio y Edmundo formaron amistad en su aprendizaje a la sombra de Don Regino. Ocasionalmente los interrogaba sobre sus proyectos como periodistas. Comenzaban a soñar despiertos su proyecto de publicitar una revista literaria. Querían compartir al mundo sus mejores lecturas.

—Ustedes dos pierden tanto tiempo con esa afición a los cuentos que me van a descuidar  el trabajo ¿Cuánto necesitan para su revista?

—Pues así al tanteo, calculamos unos mil pesos.

—¿Quién va a ser el director?

—Pues, si usted acepta, don Regino, sería un honor para nosotros.

—Muchas gracias, pero a mi no me sobra tiempo.

—Pues entonces, Horacio, o yo, o los dos, o un año cada uno.

—Los veo verdes. ¿En que oficina van a hacer su revista?

—Pues, en eso sí que no habíamos pensado.

—Pongan este domicilio y también los teléfonos ¿Quién va a administrar?

—Pues, nosotros mismos. Cuando tengamos qué.

—No, así no. Están desorganizados. Consíganse un gerente y pongan a Lucía como administradora.

El número uno salió en junio de 1939. Lo bautizaron “El Cuento. Los grandes cuentistas contemporáneos”. Editorial Relox. Directores: Edmundo Valadés-Horacio Quiñones. Oficinas generales: Vallarta Núm. 1. Teléfonos: Mexicana L-60-22 y Ericsson 2-85-64. Gerente: Luis Alcayde. Administradora: Lucía D. de Hernández Llergo. “$10.00 es lo que cuesta la suscripción anual de El Cuento, envíelos sin demora al apartado postal 10405, México, D.F. y obtendrá 12 números de la publicación más amena hecha en México. El número 2 llegó con la misma puntualidad que julio. En la tercera de forros un anuncio llamaba a los señores comerciantes a anunciarse en El Cuento. Esfuerzo inútil. No habría número seis. “Con eso de la guerra en el mar, el papel sueco y alemán que llegaba a México, ya no llegó”[2]

1964. La población de la capital se ha cuadruplicado, la televisión es dueña de la mayor parte del tiempo libre de quienes en 1939 leían. El amigo y coeditor Horacio Quiñones ha muerto. En la calle San Juan de Letrán, un tanto alejada del centro de la ciudad abrió librería don Andrés Zaplana, un tipo muy audaz, el primero que ha quitado el mostrador entre el cliente y los libros. El cliente puede tocarlos sin pedir permiso, mirar precios por sí mismo, hojear y ojear antes de decidirse a comprar. Hay tertulia. Don Andrés la anima.

— Oiga, Edmundo ¿Por qué no vuelve a hacer El Cuento?

—Pues mire usted, señor Zaplana, yo que más quisiera. He acariciado esa ilusión más que a las mujeres. Pero hace falta más dinero que con ellas.

—¿Le sirven tres mil pesos para empezar? … ¿Sirven cinco mil?… Aquí están diez mil pesos. No se hable más. Si es negocio me paga, y si no es lo olvidamos.

—Pues no sé qué decirle, señor Zaplana, pero ya me convenció usted. Se lo agradezco. Espero pagarle pronto.

En mayo de 1964 renace “El Cuento”. Publicación mensual. Director: Edmundo Valadés. Consejo editorial: Andrés Zaplana. Consejo de redacción: Gastón García Cantú, Henrique González Casanova y Juan Rulfo. Suscripción anual treinta pesos.

1995. La sección “Cartas y envíos” se convirtió en un taller de creación literaria por correspondencia. Y no son pocos los autores que han visto por primera vez sus trabajos en letra de imprenta en las páginas de El Cuento. Un camino de siembras, labor fecunda dejó don Edmundo a lo largo de 127 números de la revista, 1968 cuentos de una página o más. Y casi 3,000 de menos de una página.[3]

Su sección de cartas. Que trata de alentar o aconsejar a cuentistas espontáneos, inéditos o nuevos, que en mucho deciden escribir empujados por la lectura de la revista, y que envían sus primeros trabajos, se ha convertido en un taller abierto de cuento.[4]

Valadés, no como un mero recopilador de relatos, sino como un honesto transmisor de experiencias sustantivas, de indagaciones que dejan huellas perdurables, ha sabido combinar certeramente divulgación y estímulo, mezclando con laboriosidad y pericia, con rigurosa deliberación seleccionadora, las narraciones cortas más representativas de los grandes autores de todos los tiempos, con las de aquellos escritores jóvenes y desconocidos en su mayoría, que muestran determinadas cualidades en la práctica del oficio literario. El éxito de la revista se debe precisamente al talento con que han sido manejados sus contenidos. Y también otro rasgo de generosidad inusual, a que no necesita ser ahijado, compadre, sobrino, amigo, cómplice o lacayo de su director para publicar en ella. El Cuento no se reserva el derecho de admisión, no condiciona sus páginas al empleo de la dudosa corbata intelectual, no advierte que los faltos de consagración se abstengan de tocar a su puerta.

Otro acierto ha sido la publicación de escritos teóricos y de crítica literaria. Otro más, su concurso de El Cuento Breve, un hallazgo derivado de los recuadros dedicados a fragmentos, citas, aforismos que proporcionan una riqueza siempre sorpresiva y fluctuante a las páginas de la revista.[5]

1964. Aquellas lecturas me transportaron a un reino mucho más bello y amable de lo que era la Ciudad de los Palacios que empezaba a empuercarse con un aire negro y un vaho de conciencias podridas que lo asfixiaban a uno, a uno de provinciano, pues. “Tus dibujos le gustaron al señor de la revista. Quiere conocerte. Esta es la dirección: División del Norte 501, despacho 106” “Pase usted de la Torre. Si usted quisiera, ilustraríamos tres o cuatro cuentos por número, pero con un estilo diferente en cada uno, para darle cierta variedad ¿me entiende? Aquí le he escogido estos. Yo creo que con su pluma y su talento…” Ni tiempo de decirle que yo no era ilustrador; que apenas era monero, caricaturista. El estaba recortando y pegando galeras en hojas diseñadas como “caja” de El Cuento.

—Usted hace todo eso, don Edmundo?

—Pues sí, de la Torre. Un diseñador me cobra por hacerme este trabajo que yo he simplificado al máximo. Mire…

Y me fue explicando en qué consistía la elaboración de originales para la imprenta.

—Yo puedo hacer eso, don Edmund.

—¿De veras? Oiga, de la Torre, no sabe cuánto se lo agradecería. Por supuesto, cuente con una modesta remuneración. Pero si usted me ayuda a formar El Cuento yo podré leer y contestar mayor correspondencia…

Y así, sin saber formación o diseño, ni ser el dibujante que yo quisiera, apareció mi nombre en el directorio de El Cuento a partir del número 6. Formación y dibujo, Luis de la Torre.[6]

Valadés ejerce las funciones de hombre orquesta en la confección de la revista, o sea, Valadés diseña, forma las planas, selecciona ilustraciones, traza recuadros, corrige galeras y pruebas finas, compagina, arma, decide la portada, cuida la selección de color, lleva a la imprenta, trae de la imprenta, y luego recorre librerías para checar la distribución y cuando es necesario distribuye el mismo, y más luego, en sus ratos libres, lee la correspondencia de sus lectores de toda América y la contesta personalmente, siempre de una manera objetiva, precisa, amable, alentadora. Rasgo de generosidad, dicho sea entre paréntesis, que hasta donde sé no tiene el director de ninguna otra revista.

La historia de la revista El Cuento es la de un hombre que ama definitivamente a la literatura. El Cuento es su creador, su amante puntual y generoso, su artesano: Edmundo Valadés. Muchos hemos descubierto en sus páginas esos mundos mágicos que se nos enredan en el alma para siempre.[7]

La revista El Cuento y el maestro Edmundo Valadés ¿no son lo mismo una y otro, a fuerza de padre previsor y provisor e hijo bien mandado?[8]

Es cierto que su producción literaria es poca, pero también es verdad que un escritor de la exactitud de Valadés tiene por fuerza que ser un escritor de ritmo lento. Basta leer cualquiera de sus narraciones para darse cuenta de que no escribe a lo fácil, no describe: crea; no calca la realidad: la inventa, la transforma, la integra, morosa y amorosamente, pensando, pesando, midiendo la validez, la autenticidad, la credibilidad, la certidumbre de cada estructura, de cada atmósfera, de cada personaje, de cada diálogo, dotando a cada tema de su propia anécdota incanjeable, su propia temporalidad, su respiración propia, su propio vocabulario, amarrando severa, estrictamente cada uno de los elementos que componen el relato para que no haya la menor fisura, para que el lector no se encuentre de improviso con ningún desamparo, para que transcurra sin tropiezos desde la primera línea hasta el punto final.[9]

 

 

[1] N° 91, Pag. 338 (Editorial)

[2] N° 131 Pag. 15-18. Algo de historia sobre la revista El Cuento. Juan Antonio Ascencio.

[3] N° 131. Pag. 20-24 Algo de historia sobre la revista El Cuento. Juan Antonio Ascencio.

[4] Nº 109. Pag. III  Editorial.

[5] Nº  131 Pag. 10-11  El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

[6]  (6)Nº 131. Pag. 25-27 De amistad y lecturas con Edmundo Valadés. Luis de la Torre

[7] Nº 131 Pag. 9 El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

[8] Nº 111-112 Pag. XLII  Alejandro González Acosta. Academia Cubana de la Lengua

[9] Nº 131 Pag. 11-12  El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

Nota de las notas: Cabe mencionar que Edmundo Valadés realiza personalmente hasta el número 127, y deja inconcluso el 128, cuando la muerte lo sorprende. Por lo que antes de ellos, los datos sobre valadés se hacen de difícil pesca. No así sus amoríos que es la misma revista. Y el 131, es en sí un homenaje, que le hacen los mismos colaboradores.

Habla Rulfo

Habla Rulfo

Juan Antonio Ascencio 

EL CUENTO cumple treinta y cinco años. Entre los fundadores de El cuento, como puede ver el lector en la columna del directorio, tuvimos a Juan Rulfo. Para celebrar nuestro cumpleaños, ofrecemos algunos comentarios sobre la creación literaria. Son fragmentos breves, tomados de la biografía, por el momento inédita, que escribí sobre Juan Rulfo.

La escritura de la mañana es distinta de la del medio día o de en la tarde. Es mejor de noche, uno se concentra, el cuerpo está relajado, si no le importa levantarse tarde. Así le hacen los pobres para no sentir el hambre, duermen de día.”

“Usted siéntese. Escriba. Ponga allí a su personaje. Muévalo, que haga cosas. Cuando él camine solo, tire todo lo anterior y sígalo. Pero si el personaje le sale flojo, si él espera a que usted lo empuje, tire todo completo y vuelva a comenzar. Y así, hasta que sea real, porque la literatura es mentira, pero no falsedad.”

“Es muy sencillo. Usted parte de algo real, ni modo de inventarlo todo, quién iba a entenderlo, pero uno va transformando esa realidad hasta que desaparece, hasta que dice lo que uno quiere. Ya para entonces es otra cosa, nada autobiográfico. Imagine, imagíneses el cuento a partir de una realidad y dele la vuelta para adentro”

“No hay por qué hacer historia. Al hombre le suceden cosas importantes una vez, o dos, en toda su vida. Alguien puede morirse a los ochenta y haber vivido, lo que se llama vivir, qince días de su vida, o nada. Si lo importante se presenta hay que tener la decisión de vivirlo. Si uno lo deja pasar es un pendejo, porque ese día no lo vuelve a tener y el vacío se queda…”

“Otros inventan vida de paja a sus personajes, por eso resultan tan aburridos. A quién le interesan las definiciones, o las descripciones de lugar, cuando lo importante son las personas. Los escritores del siglo pasado no podían saltarse diez o veinte años muertos. Comenzaban el capítulo treinta y siete: ‘Recordarás, amable lector, que en el capítulo veinte dejamos a Josefinita a punto de hacer su primera comunión’. Pura basura… Hay mucha historia disfrazada de novela, anécdotas con facha de cuentos, por eso hay tanto cuentista, y no digamos poetas. Se puede barrer poetas y hasta se atora la escoba…”

“Los onderos, y todo escritor, deberían leer el Código de Napoleón. Es de 1808. Y si quieren algo más moderno aquí tenemos el directorio telefónico, más de un millón de palabras sin que falte ni sobre ninguna. Eso es claridad y economía, es lo que necesita la literatura.”

(apareció en el No. 143-145, correspondiente a Abril-Diciembre de 1999)

 

Juan Rulfo

Juan Rulfo

Juan Rulfo

(Sayula, México, 1918 – Ciudad de México, 1986)

 Escritor mexicano. Juan Rulfo creció en el pequeño pueblo de San Gabriel, villa rural dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana (su padre fue asesinado). Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve pero brillante obra.

En 1934 se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publicó sus cuentos más relevantes en revistas literarias.

En los quince cuentos que integran El llano en llamas (1953), Juan Rulfo ofreció una primera sublimación literaria, a través de una prosa sucinta y expresiva, de la realidad de los campesinos de su tierra, en relatos que trascendían la pura anécdota social.

En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real, y obtuvo la que se considera una de las mejores obras de la literatura iberoamericana contemporánea.

Rulfo escribió también guiones cinematográficos como Paloma herida (1963) y otra novela corta magistral, El gallo de oro (1963). En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el Príncipe de Asturias de la Letras[1].

El viaje

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Pobre de ella. Se ha de haber sentido abandonada. Nos hicimos la promesa de morir juntas. De irnos las dos para darnos ánimo una a la otra en el otro viaje, por si se necesitara, por si acaso encontráramos alguna dificultad. Éramos muy amigas.

Juan Rulfo
No. 131, Octubre-Diciembre 1995
Tomo XXVI – Año XXXI
Pág. 59