Las cucarachas, cada día crecen más las cucarachas. Antes eran chiquitas y asustadizas, huían al verme. Pero eso era antes, cuando yo aún me levantaba de la cama. Eran cucarachas rinconeras, salían exclusivamente de noche, como las putas de mis tiempos. Y yo las despreciaba igual que a ellas y las aplastaba con el zapato. Viejas descaradas, se burlaban de mí porque pasaba a su lado sin verlas, lanzando un escupitajo a sus pies. Y ellas todas pintarrajeadas y con los vestidos pegados a la carne desnuda. Las odiaba tanto como a las cucarachas; las odiaba de esquina en esquina, de noche a noche, de rincón en rincón. Después fueron saliendo más temprano. A plena luz del día salían las cucarachas de sus nidos y las putas de sus burdeles. Yo ya caminaba despacio y no me tenían miedo, ni siquiera se movían al verme pasar cojeando frente a ellas. Y cada vez eran más. Ya no aparecían en las esquinas y en los rincones, sino que se untaban de a dos, a media calle, a buscar clientes o se me atravesaban en cualquier parte de la cocina.
Enseguida invadieron la planta alta y las putas comenzaron a parecer señoritas. Una de ellas me ayudó a bajar del camión y no me enteré hasta que me entregó una tarjeta. Cuando las cucarachas empezaron a parecer putas decidí extinguirlas con un insecticida en aerosol que únicamente me provocó urticaria en aerosol que únicamente me provocó urticaria: continuaron yendo y viniendo a su antojo.
A causa de la urticaria me vendaron y a causa de la venda me salieron llagas y se me infectaron; y a causa de todo vine a dar al hospital. Mi vecino de cama está aquí por un navajazo que le dio una de aquellas mujeres. Él también se rio de mí el día que le conté que nunca tuve tratos con ninguna porque me daba asco el sexo. Desde entonces siempre que va al baño regresa con una sonrisa de triunfo, mientras yo me debato entre mis excrementos. Detrás de él vienen las cucarachas amaestradas. A una orden suya vuelan sobre mí y la mayor se posa en mi cara inmóvil y se pasea por ella. La siento caminar por mi piel sudorosa, rodear mis labios, subir por mi nariz para mirarme a los ojos y hundirse luego entre mi pelo. Las demás se meten bajo las cobijas y me cubren el cuerpo totalmente. Desde que me paralicé hacen lo mismo todos los días. Yo trato de gritar y no puedo, mas, si pudiera, nadie haría caso porque las enfermeras son unas putas ciegas que no las ven. —Cuáles cucarachas, a ver, cuáles, —me contestaban— al oírme gritar: Quémenlas, por el amor de Dios.
Hoy en la mañana escuché que estaba muerto. Una enfermera me tomó el pulso y dijo: “Está muerto”. No lo sé, no hay diferencia entre estar muerto o paralizado por el terror. Pero es la primera vez que las cucarachas se meten por mi boca abierta.
Martha Cerda
No. 123-124, Julio-Diciembre 1992
Tomo XXI – Año XXIX
Pág. 214