Cuando la señora tomó la mano de su pequeña hija para que palpara su abultado vientre y le dijo “Aquí está guardao tu hermanito”, comprendí que mi función estaba liquidada, que el mito de mi personalidad había sido destruido. Recordé con nostalgia la reproducción de mi figura en los monogramas de biberones y pañales, sentí pena de estar aún dentro de las calcomanías que adornaban los respaldos de las cunas y derramé una lágrima por la cancelación de mis vuelos a París. Con la derrota desde el pico hasta las patas, emprendí el vuelo al África para integrarme como un elemento más de la fauna, tristemente convencida de haber perdido aquella categoría de símbolo sostenida durante tanto tiempo por mis nobles antepasados.
Guillermo Melendez
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 104