Derogada

Cuando la señora tomó la mano de su pequeña hija para que palpara su abultado vientre y le dijo “Aquí está guardao tu hermanito”, comprendí que mi función estaba liquidada, que el mito de mi personalidad había sido destruido. Recordé con nostalgia la reproducción de mi figura en los monogramas de biberones y pañales, sentí pena de estar aún dentro de las calcomanías que adornaban los respaldos de las cunas y derramé una lágrima por la cancelación de mis vuelos a París. Con la derrota desde el pico hasta las patas, emprendí el vuelo al África para integrarme como un elemento más de la fauna, tristemente convencida de haber perdido aquella categoría de símbolo sostenida durante tanto tiempo por mis nobles antepasados.

Guillermo Melendez
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 104

La subdesarrollada

Apareció una vez en Chile y México, nunca había estado en Canadá ni en Nueva York, soñó con estar en Londres y en Moscú y estuvo dos veces en Haití y Dominicana. Era una “i” latina, sin punto y muy delgada.

Guillermo Meléndez.
No. 75, Enero-Febrero 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 135

Las mariposas

Yo lo sabía, lo sabíamos todos, lo sabía ella. Superaban en realismo los gatos bigotones, sus trazos aparecían más perfectos que el jarrón de margaritas, sus tonos más vivos que la pagoda china; ni las caritas de niños sonrientes ni los lagos con patitos competían con mi elegante mariposa. Era el mejor trabajo de todos. Pero ella dudó de mi capacidad y estúpidamente concluyó: “Te dije claramente que no te ayudara en la tarea tu padre”. Por eso cuando ordenó diseñar para el examen las “Colias addus”, yo no reproduje la disecada mariposa, trace algunas formas geométricas, las coloree y entregué el dibujo. Y cuando ella palideció de coraje al observar los irregulares cubos, vengué la ofensa a mi talento, con todo y que después dijera biliosamente: “¡Pablo Ruiz Picasso, estás reprobado!”

Guillermo Meléndez
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 447

Guillermo Meléndez

Guillermo Meléndez
(Nuevo León, 1947)

 Es  Licenciado en Ciencias Jurídicas. Colaborador frecuente de la prensa cultural nacional e internacional: Aquí vamos, del periódico El Porvenir; El Volantín, del periódico Milenio Diario de Monterrey; Ensayo, del periódico El Norte; Armas y Letras, revista literaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León; Deslinde, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL; Revista El cuento; Periódico de Poesía del DF; Fronteras de México; Empireuma de Orihuela España; Repertorio Americano de Costa Rica.[1]

Minisemblanza enviada por Guillermo Meléndez:

Nací en Galeana N.L. 1947. Licenciado en Ciencias Jurídicas UANL.

Premio de las Artes (Área de Literatura) UANL 2008.

Obras (entre otras):

La penúltima piel (Ediciones del Azar, Chihuahua 1994)
Inmundi (ediciones Toque, Guadalajara 1995)
Memorias del aljibe (Libros de la Mancuspia, Monterrey N.L 1998)
Ciudad del náufrago (Fondo de Cultura Económica, México DF 2002)
Cuaderno de la nieve (Mantis Editores, Guadalajara 2004)
Circo romano (El árbol ediciones, Morelia 2007)
Legajo de la noche (Ediciones Intempestivas, Monterrey 2008)
Hiel. Diario de un ruco (Posdata Ediciones, Monterrey 2011
La penúltima piel, reedición (Tucan de Virginia/Conarte, México D.F. 2011)

El canto del cisne

Fina y delicada, elegante como un cisne en su lago. Expresiva y graciosa, soñadora como la bella durmiente.

Tan dedicada a mí: que en mis momentos melancólicos inclina su cabeza y cierra los ojos demostrando su tristeza y en mis ratos festivos baila de felicidad con sus brazos extendidos y una sonrisa iluminada. Ella es triste, concordando conmigo; es alegre, cumpliendo nuestro tácito pacto.

Cuando la euforia es grande me comparte con sus amigos y en estética sincronización: entrelazan sus manos o se toman de la cintura y brincan y parece que vuelan embriagados con mi sola presencia.

Cuando ajusta sus zapatillas y desarruga su traje —cómo muestra entereza por mí— entra al escenario de puntillas, como una palomita blanca, comparte el tiempo de vals conmigo manteniéndome cerca de su oído, se concentra en mi arrullo y baila participando a todos que me comprende y conoce.

Pero la dicha termina cuando mi canto muere, mi sonido se apaga: ella se despide de su público, ellos le aplauden el perfecto acoplamiento de sus giros con mis notas y yo finalizo la noche con las cuerdas desajustadas, mi arco silencioso y sepultado en la oscuridad de mi estuche.

Guillermo Meléndez
No. 83, Septiembre-Octubre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 285