Ellas

Al entrar la encontré alicaída y nerviosa.

—¿Te pasó algo?— le pregunté, saludándola.

—No, nada… Bueno… sí. Me cansaron y se lo dije a él, esta mañana.

—¿No te precipitaste?

—Les tomé tanto cariño y… ¿no crees que merecí de ellas un mejor comportamiento?

—Deberías haber esperado. Con un poco de paciencia y tiempo, quizás…

Su rostro se entristeció aún más. Intenté cambiar de conversación. Insistió con ansias de catarsis:

—Les he prodigado mis cuidados, como una madre verdadera. Me desvelé por ellas. Y ya vez, nada he logrado. Siempre indolente. No sé si te acuerdas en que estado llegaron cuando él las trajo a casa, al decidir nuestra unión. Les dí amor y el calor de un nuevo hogar. A ellas no les importó. Por eso, esta mañana, al fin, me animé a decírselo.

—¿No estará exagerando…?

—No. Que se las lleve, le dije. Que las devuelva a su suegra, le dije… ¡ya me tienen hastiada estas plantas!

Cristina Turégano
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 669