El caballo marino

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El caballo marino suele aparecer en las costas en busca de la hembra; a veces lo apresan. El pelaje es negro y lustroso; la cola es larga y barre el suelo; en tierra firma anda como los otros caballos, es muy dócil y puede recorrer en un día centenares de millas. Conviene no bañarlo en el río, pues en cuanto ve el agua recobra su antigua naturaleza y se aleja nadando.

Wang Tai-hai, en Miscelánea china
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 127

Bertrand Russell

Bertrand Russell

Bertrand Russell

Bertrand Arthur William Russell

(18/05/1872 – 02/02/1970)

Filósofo y matemático británico

Nació el 18 de mayo de 1872, en Trelleck (Gales).

Huérfano a los tres años, fue educado por sus abuelos y por tutores en un ambiente victoriano. Cursó estudios en el Trinity College de Cambridge, graduándose en 1894. Viaja por Francia, Alemania y Estados Unidos.

Influenciado en su temprana juventud por los hegelianos británicos, abandonó el idealismo en 1898 en favor de una suerte de «realismo platónico». Fue miembro del consejo de gobierno del Trinity College. Se lanzó a la fama con Principios de matemáticas (1902), en la que intentó trasladar las matemáticas al área de la filosofía lógica y dotarlas de un marco científico preciso.

Mantuvo colaboración durante ocho años con el filósofo y matemático británico Alfred North Whitehead con el fin de elaborar la monumental obra Principia Mathematica (Principios Matemáticos; 3 volúmenes, 1910-1913), donde se mostraba que esta materia puede ser planteada en los términos conceptuales de la lógica general, como clase y pertenencia a una clase. Su siguiente gran obra fue Los problemas de la filosofía (1912), en la que recurrió a las matemáticas, la sociología, la psicología y la física para refutar las doctrinas del idealismo, la escuela filosófica dominante en ese tiempo, que mantenía que todos los objetos y experiencias son fruto del intelecto.

Desde el inicio de la I Guerra Mundial mostró su desacuerdo y fue encarcelado por defender a los objetores de conciencia y por sus duros ataques contra el belicismo, una actitud pacifista que mantuvo durante toda su vida. Durante su permanencia en prisión escribió Introducción a la filosofía matemática (1919), en la que combina las dos áreas del saber que consideraba inseparables.

Cuando la guerra finalizó, visitó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y en su libro Práctica y teoría del bolchevismo (1920) mostró su desacuerdo con la forma en que allí se llevaba a cabo el socialismo. No estaba de acuerdo con los métodos que se utilizaban para alcanzar un sistema comunista. Entre 1921 y 1922 trabajó como profesor en la Universidad de Pekín (China). Regresó a su país y, desde 1928 a 1932, dirigió el Beacon Hill School, escuela privada y muy progresista donde se aplicaban innovadores métodos de enseñanza para niños.

Desde 1938 hasta 1944 continuó impartiendo clases en varias instituciones de los Estados Unidos. Allí escribió Historia de la filosofía occidental (1945). La Corte Suprema de Nueva York le prohibió dar clases en el College de esta ciudad por lo que consideraban sus ataques a la religión contenidos en textos como Lo que creo (1925) y su defensa de la libertad sexual, manifestada en Modales y morales (1929).

En 1944 volvió a Inglaterra donde fue restituido en su puesto del Trinity College. Tuvo que dejar el pacifismo para apoyar la causa aliada en la II Guerra Mundial, pero fue un ardiente y activo detractor de las armas nucleares.

En 1949 el rey Jorge VI le concedió la Orden al Mérito. En 1950 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Bertrand Russell falleció el 2 de febrero de 1970 en Penrhyndeudraeth[1].

Teoría

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San Agustín se confesaba ignorante respecto a la razón de Dios para crear moscas. Lutero resolvió más atrevidamente que habían sido creadas por el diablo, para distraerle a él cuando escribía buenos libros. Esta última opinión es ciertamenbte plausible.

Bertrand Russell.
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 130

Keres

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Y éstos combatían, y en torno de ellos, rechinando sus dientes blancos, las keres negras de voces broncas y rostro terrible, fatales e insaciables, se disputaban a os que caían, y todas deseaban beber la sangre negra y coger al primero que cayera herido. Y extendían sus largas uñas sobre él, con el fin de llevarse el alma al Hades y hacia el Tártaro helado. Luego, con objeto de saciarse de sangre humana, arrojaban el cadáver detrás de sí, y se abalanzaban de nuevo a la refriega.

Hesiodo
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 123

Valor

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—¿Por qué se ha detenido? —rugió en la batalla el comandante de una división, que había ordenado una carga—. Avance en el acto, señor.

—Mi general —respondió el comandante sorprendido en falta—. Estoy seguro de que cualquier nueva muestra de valor por parte de mis tropas, las pondrá en contacto con el enemigo.

Ambrose Bierce
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 119

Fauna china

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—La serpiente musical tiene cabeza de serpiente y cuatro alas. Hace un ruido como el de la piedra musical.

—El ping-feng, que habita en el país del Agua Mágica, parece un cerdo negro, pero tiene una cabeza en cada extremo.

—El caballo celestial parece un perro blanco con cabeza negra. Tiene alas carnosas y puede volar.

—En la región del brazo raro, las personas tienen un brazo y tres ojos. Son notablemente hábiles y fabrican carruajes voladores, en los que viajan por el viento.

—El ti-chianga es un pájaro sobrenatural que habita en las Montañas Celestiales. Es de color bermejo, tiene seis patas y cuatro alas, pero no tiene cara ni ojos.

Recopilación de Tai P´ing Kuang Chi
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 111

Fauna china

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—El pez hua o pez serpiente voladora, parece un pez, pero tiene alas de pájaro. Su presencia presagia sequía.

—El hui de las montañas parece un perro con cara de hombre. Es muy buen saltador y se mueve con la rapidez de una flecha; por ello se considera que su aparición presagia tifones. Se ríe burlonamente cuando ve al hombre.

—los habitantes del país de los brazos largos, tocan el suelo con las manos. Se mantienen atrapando peces en la orilla del mar.

—Los hombres marinos, tienen cabeza y brazos de hombre y cuerpo y cola de pez. Emergen a la superficie de las Aguas Fuertes.

Recopilación de Tai P´ing Kuang Chi
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 107

El sol

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Los ojebways imaginaron que el eclipse significaba que el sol estaba extinguiéndose y, en consecuencia, disparaban al aire flechas incendiarias, esperando que pudieran reavivar su luz agonizante.

Frazer
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 100

Fauna china

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—El chiang-liang tiene cabeza de tigre, cara de hombre, cuatro vasos, largas extremidades y una culebra entre los dientes.

—Los habitantes de Ch´uan T´ou tienen cabeza humana, alas de murciélago y pico de pájaro. Se alimentan exclusivamente de pescado crudo.

—El hsiao es como la lechuza, pero tiene cara de hombre, cuerpo de mono y cola de perro. Su aparición presagia rigurosas sequías.

—El hsing-t´ien es un ser acéfalo que, habiendo combatido contra los dioses, fue decapitado y quedó para siempre sin cabeza. Tiene los ojos en el pecho y su ombligo en su boca. Brinca y salta en los descampados, blandiendo su escudo y su hacha.

Recopilación de Tai P´ing Kuang Chi
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 96

Vatsiaiana

Vatsiaiana

Vatsiaiana

(entre los siglos I y VI d. C.)

 

Fue un religioso y escritor de la India, en la época del Imperio gupta.

Vatsiaiana era hijo de un erudito bráhmana. Se supone que su nombre real era Mal•li Naga o Mril•lana, y Vatsiaiana su apellido (nombre de familia).

Algunos especulan que pasó su infancia en un prostíbulo, donde trabajaba su tía favorita. Allí, Vatsiaiana habría obtenido sus primeras e indelebles impresiones sobre los artificios sexuales y la seducción.1

Su nombre aparece como el autor del Kama-sutra y del Niaiá-sutra-bhasia (el primer comentario al Niaiá-sutra| de Gótama). Sin embargo es poco probable que el mismo autor haya escrito ambos textos.

Su obra más importante fue el Kama-sutra Al final de ese texto, el autor escribe sobre sí mismo:

Después de leer y considerar los trabajos de Babhravia y otros autores anteriores, y pensando en el significado de las reglas que se presentan en ellos, este tratado fue compuesto de acuerdo con los preceptos de las Sagradas Escrituras, por Vatsiaiana, mientras llevaba vida de estudiante religioso célibe en Benarés y completamente dedicado a la contemplación de la deidad. Este texto no se debe usar meramente como instrumento para satisfacer los deseos.

Úna persona conocedora de los verdaderos principios de este conocimiento, que preserva su dharma [virtud o mérito religioso], su artha [riqueza material] y su kama [placer sexual] y que tiene cuidado con las costumbres de las personas, seguramente obtendrá el control sobre sus sentidos. Es decir, un hombre inteligente y conocedor que cuide tanto dharma como artha y kama, que no se vuelva esclavo de sus pasiones, obtendrá el éxito en todo lo que quiera hacer.[1]

Desplumes

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Con los siguientes tipos de hombre han de unirse las mujeres, para el simple propósito de extraerles el dinero:
Hombres de ingreso independiente.
Hombres jóvenes.
Hombres libres de toda liga.
Hombres que ocupen cargos bajo el rey.
Hombres que han asegurado sin dificultad sus medios de vida.
Hombres poseedores de infalibles fuentes de ingreso.
Hombres que se consideran guapos.
Hombres que siempre se están alabando.
Uno que siendo eunuco quiere aparecer por hombre.
Uno que odia a sus iguales.
Uno que es liberal por naturaleza.
Uno que tiene influencia con el rey o sus ministros.
Uno que siempre es afortunado.
Uno que está orgulloso de su riqueza.
Uno que desobedece los consejos de sus mayores.
Uno en quien los miembros de su casta tienen la vista puesta.
Un hijo único de padre rico.
Un asceta atormentado internamente por el deseo.
Un hombre valiente.
El médico del rey.
Conocidos viejos.

Del Kama Sutra de Vatsiaiana
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 92

Continuidad de los parques

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Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Julio Cortazar
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 87

Post mortem

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En el Paraíso nos atenderán las huríes, vírgenes de ojos como estrellas, de inmarcesible virginidad que renace bajo los besos y de saliva tan suave que si una gota cayera en los océanos toda el agua se endulzaría.

Du Ryére, EL CORÁN
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 86

Vigilia

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Nuestros días eran muy duros y estábamos despiertos dieciocho de las veinticuatro horas. Los tibetanos creen que no es prudente dormir cuando hay luz, porque los demonios del día pueden llevarnos. Hasta a los niños muy pequeños se les mantiene despiertos para que no los infecten los demonios. También tienen que estar despiertos los enfermos, y un monje es el encargado de no dejarlos dormir. Nadie queda libre de esto, hasta los moribundos tienen que estar conscientes el mayor tiempo posible, para conocer cuál es el camino correcto que deben seguir a través de las tierras fronterizas hasta el otro mundo.

Lobsang Rampa
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 83

Cielos apócrifos

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El Testamento apócrifo de los doce patriarcas reconoce siete Cielos. El primero, es decir, el que es para ellos el Cielo inferior, es el espacio situado entre la tierra y las nubes. En el segundo moran las nubes, el agua, la piedra y los demonios. En el tercero que es mucho más alto y más brillante, habitan los ejércitos celestiales que en el día del juicio han de castigar a los malos ángeles. En el cuarto están los santos; en el quinto los ángeles que interceden en favor de los pecados de los justos: en el sexto, los ángeles que llevan las contestaciones a los ángeles que han intercedido con sus ruegos; y en fin, en el séptimo están los ángeles que alaban al Señor sin cesar.

Diccionario enciclopédico de Teología Católica
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 79

Olmecas

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Algunos autores, y entre ellos el Dr. Sigüenza, dicen que los olmecas pasaron de la isla Atlántida, y que fueron los únicos que llegaron a Anáhuac por la parte oriente, pues todos los demás entraron por el norte; pero ignoro los fundamentos de esta opinión.

Francisco J. Clavijero
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 72

El Fénix chino

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En el primer siglo de nuestra era, el arriesgado ateo Wang Ch´ung negó que el fénix constituyera una especie fija. Declaró que así como la serpiente se transforma en un pez y la rata en una tortuga, el ciervo, en épocas de prosperidad general, suele asumir la forma del unicornio, y el ganso, la del fénix. Atribuyó esta mutación al “líquido propicio” que, dos mil trescientos cincuenta y seis años antes de la era cristiana, hizo que en el patio de Yao, que fue uno de los empleadores modelo, creciera pasto de color escarlata. Como se ve, su información era deficiente o más bien excesiva.

En las regiones infernales hay un edificio imaginario que se llama Torre del Fénix.

Jorge Luis Borges
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 76

Horóscopo

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El penúltimo signo que es el diez y nueve era el que llamaban “quiáhuitl”, que quiere decir pluvia o aguacero. A todos los que en él nacían, así hombres como mujeres, les daban y prometían una muy mala ventura, y era que habían de ser ciegos, cojos, mancos, bubosos, leprosos, gafos, sarnosos, lagañosos, lunáticos, locos con todos los males y enfermedades adherentes a éstas.

Fray Diego Durán
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 64

Yo vi matar a aquella mujer

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En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer.

El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero.

Yo grité. Vivieron las guardias.

Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al cual señalé a los guardias diciendo:

—Este ha sido.

Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera.

En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada.

Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte…

—Vean ustedes —dije a los guardias—. Vean… El asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.

Ramón Gómez de la Serna
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 47

Razas extraterrestres

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A medida que la pequeñez del lugar de la humanidad en el plano del universo sea reconocida, ciertamente las consecuencias serán profundas para nuestro orgullo racial. A la pregunta de los Salmos: “¿Quién es el hombre para que te preocupes por él?”, el porvenir podrá dar la respuesta sarcástica: “¿Qué es en realidad?” Nuestra especie ha aparecido en los últimos cinco milésimos de la historia de la Tierra, y toda la duración de la civilización humana se extiende apenas sobre un millonésimo de ese tiempo. A menos de demostrar una presunción que justamente debería ser calificada de astronómica, debemos considerar que hay muchas razas en el universo, mucho más adelantadas que la nuestra intelectual y espiritualmente. La extrema juventud del Homo sapiens hace pensar en que la mayoría de las criaturas inteligentes extraterrestres deben sernos superiores en un millón de años de desarrollo.

Arthur C. Clarke
No. 20, Enero-Febrero de 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 39