¿Amor?

Cierta tarde, cuando el sol habíase ocultado ya, y la bóveda del cielo con mil y un luceros se adornaba, lo siguiente a mis oídos llegó…:

—¿No es verdad que es lindo el amor, ma´?

—Mi querida niña, ¿cómo puedes a tu corta edad saber cosas del amor?

—¡Oh sí!, es tan rico…, simplemente, al sentarme en tu regazo siento yo amor.

—El amor es incertidumbre.

—El amor es amar al prójimo, ¿no?

—El amor es sufrir y morir al unísono.

—El amor esta hasta en esa florecita que ni tú has visto, ¿verdad?, mira, esa chiquitita.

—El amor es despiadado y cruel, es darte para salir perdiendo, es desconcierto y temor…

—¡Ah!… y yo que creía que tú eras amor…

Martha García Torres Arrioja
No. 43, Junio 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 556

Extraña visita

¡Ah!,… sucedió hace tantos años, que ya más bien creo que lo que voy a contar es sólo un cuento ¡Já!, pero es tan cierto que aún siento su mano sobre mi pelo y su gélida mirada sobre mis ojos infantes. ¡Qué personalidad la suya! Era alto, más bien grueso, cabello erizado y ojos color pantano tamaño almendra. Hacía uso de un lenguaje rebuscado que a duras penas yo captaba y sólo en las noches de intensa niebla me visitaba. No quería ser visto por nadie. La última noche que lo vi se sentía cansado, le pesaban los labios… —Si te decides y aceptas mi proposición, serás dueña de un dulce castillo, tendrás además de lo que desees esta capa mía, de terciopelo suave y negro que tanto admiras…

—Todo eso lo quiero, pero sobre todo el trinche bordado de rubíes.

—Pides demasiado.

—Si no tengo el trinche, no acepto nada.

—¡Imposible! Pero óyelo, toda tu vida serás una mediocre humana, ¡Por todos los rayos que sí!.

—No acepto.

Salió despidiendo chispazos dorados por las pupilas, espumándole la boca, diciendo incoherencias que no logró recordar.

Platiqué con mi abuela a la mañana siguiente. Le conté lo del extraño que me invitaba a su reinado lejano:

—Así que opté por no hacerle caso, hasta que regrese y se decida a darme lo que le pedí.

—Bendita tu terquedad de la que tanto renegué, gracias al cielo, mil veces; ¿No comprendiste, querida niña, que ese extraño no era un ser humano?

—¡Caray!, a lo mejor es por eso que le veía yo esa cola tan larga ¿no?…

Martha García Torres Arrioja
No. 46, Noviembre 1970
Tomo VIII – Año VII
Pág. 91