La norma

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Des parales inconnues
chantérent-elle sur vos
lévres, lambeaux maudits
d’une phrase absurde?—
                                                  Mallarme

Hay palabras que se deslizan y nos abren el corazón como una espada fría y sutil. A veces convidan a la locura y a veces a la prudencia. Se caen de la portezuela de un coche: ruedan desde una ventana a la calle, articuladas entre un suspiro y un bostezo. Y nadie las advierte. No hacen más ruido que el de un guante que se deja caer.

Yo he oído a dos niños preguntarse si las mariposas tejen nidos como los pájaros; pero —efectos de la mala literatura— la pregunta me pareció artificial, hecha para los museos de frases. Y me desvié con indiferencia.

En la edad que erais tan locos que hubierais callado al jilguero para hacer sonar el cascabel; cuando la petulancia del primer bigote quiere pasar por virtud, yo oí, al azar, un “Efectivamente, efectivamente”, pronunciando con todo el aplomo del que todavía quiere tener aplomo, del que quiere echar la primera amarra al barco de la vida, y que valía de por sí todo un madrigal.

Pero nada vale lo que sorprendí ayer tarde.

Por la calle han pasado dos señoras, charlando. La más joven dice a la más vieja:

—Cambian los colores, cambia todo; pero lo que queda siempre es el azul marino.

Alfonso Reyes
No. 33, Noviembre – 1968
Tomo V – Año VI
Pág. 111

Suicidio

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Hay muchos modos de suicidarse. El que yo propongo es el siguiente: suicídese usted mediante el único método del suicidio filosófico.

—¿Y es?

—Esperando que le llegue la muerte. Desinterésese un instante, olvídese de su persona, dese por muerto, considérense como cosa transitoria llamada necesariamente a extinguirse. En cuanto logre usted posesionarse de este estado de ánimo, todas las cosas que le afectan pasarán a la categoría de ilusiones intrascendentes, y usted deseará continuar sus experiencias de la vida por una mera curiosidad intelectual, seguro como está de que la liberación lo espera. Entonces, con gran sorpresa suya, comenzará usted a sentir que la vida le divierte en sí misma, fuera de usted y de sus intereses y sus exigencias personales. Y como habrá usted hecho en su interior, tabla rasa, cuando le acontezca le parecerá ganancia y un bien con el que usted ya no contaba. Al cabo de unos cuantos días, el mundo le sonreirá de tal suerte que ya no deseará usted morir, y entonces su problema será el contrario.

Alfonso Reyes
No. 132, Enero – Marzo 1996
Tomo XXVI – Año XXXII
Pág. 51

El veredicto

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La mujer del fotógrafo era joven y muy bonita. Yo había ido en busca de mis fotos de pasaporte, pero ella no me lo quería creer.

—No, usted es el cobrador del alquiler, ¿verdad?

—No, señora, soy un cliente. Llame usted a su esposo y se convencerá.

—Mi esposo no está aquí. Estoy enteramente sola por toda la tarde. Usted viene por el alquiler, ¿verdad?

Su pregunta se volvía un poco angustiosa. Comprendí y comprendí su angustia: una vez dispuesta al sacrificio, prefería que todo sucediera con una persona presentable y afable.

—¿Verdad que usted es el cobrador?

—Sí —le dije resuelto a todo—, pero hablaremos hoy de otra cosa.

Me pareció lo más piadoso. Con todo, no quise dejarla engañada, y al despedirme, le dije:

—Mira, yo no soy el cobrador. Pero aquí está el precio de la renta, para que no tengas que sufrir en manos de la casualidad.

Se lo conté después a un amigo que me juzgó muy mal:

—¡Qué fraude! Vas a condenarte por eso.

Pero el Diablo, que nos oía, dijo:

—No, se salvará.

 

Alfonso Reyes, en BRIZNAS
No. 18, Noviembre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 546

Los alivios

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Los nombres que se usan en castellano para el W. C. o restroom o son del todo impropios (como el baño) o son del todo abominables. Proponemos un nombre, inocuo… y evocador: “los alivios”.

—¿Adónde ha ido Fulana?

—Ahora vuelve, fue a los alivios

Alfonso Reyes
No. 18, Noviembre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 512

Catástrofes

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¿Qué me pasa? Ya he hablado de cierta catástrofe cósmica que nos amenaza desde el fondo del universo (“La Catástrofe”, Ancorajes, fragmento de 1937). Pues sucede que alguna distante e ignorada catástrofe repercute en este cofrecito vibratorio del corazón. Muchas veces no sabemos qué rara inquietud nos traviesa de parte a parte, como un dolor inesperado o un malestar que llega a ser físico y corpóreo. A lo mejor es que ha reventado un cometa, que ha estallado una nebulosa, que un viento de energías etéreas se ha desatado a varios millones de años-luz, y ahora está llegando a nuestra casa, como esas nubes radiantes que no visitan. No puede extinguirse una estrella sin que lo paguemos, aún sin merecerlo. Vivimos y morimos asaetados de oscuras flechas. Hay unos arqueros en las sombras que nos tienen sitiados.

Alfonso Reyes, en BRIZNAS
No. 18, Noviembre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 492

Rancho de prisioneros

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Cuando daban de comer a los prisioneros recién traídos, fatigados, torpes y hambrientos, aquellos soldados de cuarenta años, ya sensibles a las comodidades del cuerpo, ya conscientes de las limitaciones del alma, se quedaban apoyados en el fusil, mudos, sin cambiar entre sí un guiño ni una mirada. Se entregaban al espectáculo: pensaban, pensaban…

Y veían comer, en silencio, el enemigo; fríos, absortos, como se mira comer a los animales del jardín zoológico: al mono y al elefante, al ciervo y al avestruz, al zorro, a la oca. Así con una sensibilidad renovada, virgínea, miraban comer al hombre –que nunca hasta entonces habían visto comer.

Alfonso Reyes
No. 32, Septiembre 1968
Tomo V – Año V
Pág. 736

Toño Salazar


Toño Salazar volvió a París tras larga ausencia. Los viejos poetas que había admirado en su juventud ya no existían. Las calles recordaban sus nombres. Lo mismo le pasó en México, de donde también faltó muchos años. Y me dijo: —Mis amigos se han convertido en calles…

Alfonso Reyes
No. 117, Enero-Marzo 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 97

Del bestiario mexicano

I

En el norte de México acostumbran poner a los gallos en lo alto de un templete, para que no se los coman los coyotes. Desde su mirador, el gallo va y viene, y mira de reojo al coyote que se va acercando con un airecillo bondadoso:

—Buenos días, hermano gallo.

—Buenos días, hermano coyote.

—¿Qué haces ahí trepado?

—Ya lo ves, tomando el sol.

—¿Por qué no bajas un rato a “platicar” conmigo?

—No me atrevo, ¡no vaya a pasarme “alguna cosa”!

—¿Qué puede sucederte? Si desconfías de mí, acuérdate de que ya el León, el Rey de la Selva, acaba de dictar una ley ordenando que ningún animal le haga daño a otro. ¡Anda, baja, no tengas miedo!

—No me atrevo…

—¡Pero si la nueva ley te ampara!

—No creas, hermano: hay cabrones que ni la ley respetan.

II

—¿Adónde con tanta prisa hermano chango? ¿Por qué corres así?

—Voy a esconderme, hermano tejón.

—¿Por qué?

—El Rey de la Selva acaba de ordenar que maten a todos los elefantes.

—Sí, ¡pero tú eres mono y no elefante!

—Cierto, pero, mientras lo averiguan, me chingan.

(Y siguió corriendo)

Alfonso Reyes
No. 117, Enero-Marzo 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 9

De Kelserling


—Conocí a un hombre que recibía noticias del cielo. Un día me comunicó las últimas novedades que se contaban en el cielo. ¿Saben ustedes cuales eran? Que puede ser que Lucifer se redima con un acto de arrepentimiento; que Lucifer puede redimirse, pero no sus criaturas.

Alfonso Reyes
No. 28, Febrero 1968
Tomo V – Año IV
Pág. 330

Ley profunda


Se trata de libertarnos, simplemente. De enseñarnos a descubrir —sin libros, porque el mago no debe valerse de subterfugios— la ley profunda que cada uno lleva en el eje de la vida. El acento pasa del saber al comprender. Y el que comprende, crea. La sabiduría es un peso específico del alma, y no una suma de conocimientos allegados desde afuera. El pensamiento tiene que encarnar en la vida Lagos spermatikós.

Alfonso Reyes
No. 28, Febrero 1968
Tomo V – Año IV
Pág. 273

Educación


Y en este punto, es fácil que piense de Inglaterra lo que de la educación de su hijo pensaba la viuda de Shelley:

—Lo llevaremos —le decía un amigo en cierta ocasión— a una escuela donde le enseñen a conducirse de acuerdo con sus propias ideas.

—No, gracias —repuso al instante la viuda—. Así fue educado su padre. Pero yo para mi hijo preferiría una escuela donde lo enseñaran a conducirse de acuerdo con las idea de los demás.

Alfonso Reyes
No. 28, Febrero 1968
Tomo V – Año IV
Pág. 259

Sabor a mí


Hay entre nosotros mujeres del pueblo algo regordetas (“retacos”, dice el español) pero todavía apetecibles, de boca levemente inflada, que constantemente se saborean. No porque hayan comido nada: es para mejor disfrutar el sabor de sí mismas.

Alfonso Reyes
No. 91, No. de 20 Aniversario – 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 451

Alfonso Reyes

Alfonso Reyes

 Alfonso Reyes nació en la ciudad de Monterrey (Estado de Nuevo León) el 17 de mayo de 1889; fue hijo del General Bernardo Reyes y de doña Aurelia Ochoa de Reyes. Hizo sus primeros estudios en escuelas particulares de Monterrey, en el Liceo Francés de México, en el Colegio Civil de Nuevo León, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultadde Derecho de México, en donde obtuvo el título de abogado el 16 de julio de 1913. En 1909 fundó, con otros escritores mexicanos, el «Ateneo de la Juventud». Allí, junto con Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos se organizaron para leer a los clásicos griegos. En 1910 publicó su primer libro «Cuestiones Estéticas». En agosto de 1912 es nombrado secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, en la que profesó la cátedra de «Historia de la Lengua y Literatura Españolas», de abril a junio de 1913. El 17 de este mes fue designado segundo secretario de la Legaciónde México en Francia, puesto que desempeñó hasta octubre de 1914. Exiliado en España (1914-1924), después de la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes. Se integró a la escuela de Menéndez Pidal y posteriormente en la estética de Benedetto Croce, más adelante publicó numerosos ensayos sobre la poesía del siglo de oro español, entre los que destacan: «Barroco» y «Góngora»; además, fue uno de los primeros escritores en estudiar a sor Juana Inés de la Cruz. De esa época son «Cartones de Madrid» (1917), su breve pero magistral obra, «Visión de Anáhuac» (1917), «El suicida» en 1917 y «El cazador» en (1921).

En España se consagró a la Literatura y al periodismo; trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid bajo la dirección de don Ramón Menéndez Pidal.

En 1919 fue nombrado secretario de la comisión mexicana «Francisco del Paso y Troncoso», también en este año efectuó la prosificación del poema del Mío Cid, y en junio de 1920, fue nombrado segundo secretario de la Legación de México en España. A partir de entonces hasta febrero de 1939, en que regresó definitivamente a México, ocupó diversos cargos en el servicio diplomático; Encargado de Negocios en España (1922-1924), Ministro en Francia (1924-1927), Embajador en Argentina (1927-1930 y 1936-1937) y en Brasil (1930-1936). En abril de 1939 fue presidente de la Casa de España en México, que después se convirtió en El Colegio de México, Fue miembro de número de la Academia Mexicana correspondiente de la Española, y catedrático fundador del Colegio Nacional. En 1945 obtuvo el Premio Nacional de Literatura en México. De 1924 a 1939 se convirtió en una figura esencial del continente hispánico, como lo atestigua el propio Borges. Entre sus ensayos de esos años se cuentan «Cuestiones gongorinas» (1927), «Simpatías y diferencias» (ensayos, 1921-1926), «Homilía por la cultura» (1938), «Capítulos de literatura española» (1939 y 1945) y «Letras de la Nueva España» (1948). Maestro del lenguaje, de 1939 a 1950 llegó a la cumbre de su madurez intelectual y escribió una larga serie de libros sobre temas clásicos, como «La antigua retórica» y «Última Tule» en 1942, «El deslinde» (1944), «La crítica en la Edad Ateniense» (1945), «Junta de sombras» (1949). También escribió temas muy variados tales como: «Tentativas y Orientaciones» (1944), «Norte y Sur» (1945), «La X en la frente» y «Marginalia», en 1952. Entre sus traducciones se encuentra parte de «La Iliada» de Homero, en 1951. Su trabajo con el mundo clásico no se limita al de la erudición, es más bien una reinvención de metáforas poéticas y hasta políticas que definen nuevas perspectivas para articular la realidad de México, como su «Discurso por Virgilio» (1931).

En «Ifigenia cruel» (1924), poema dramático en el estilo del teatro clásico, el mito contado por Eurípides se reinventa, y se transforma en una reflexión sobre la identidad y el pasado, una alegoría de su propia vida personal y también de la del México surgido de su propia Revolución.

Fallece este insigne poeta mexicano en el año de 1959.[1]