Una tonada triste


Encendió un cigarrillo al momento en que el tocadiscos se detuvo. Después de fumar vio con tranquilidad cómo el humo se escapaba por el ventanal del apartamento. Dio media vuelta sobre la silla giratoria. Colocó de nuevo la aguja sobre la banda número tres y la tonada triste siguió sonando en sus oídos. Buscó mayor comodidad. Se echó para atrás de la silla y colocó las botas sobre el escritorio. Abrió una gaveta y sus ojos de iluminaron de satisfacción. Estiró el brazo y sacó del fondo una pistola cachas blancas. La acarició con morbosidad. El disco seguía sonando: “… y sólo quedará mi voz en tu recuerdo…” Con mucha calma revisó el cargador y se aseguró de que no faltaba un solo tiro. Colocó la pistola sobre el escritorio. “… Y tus ojos llenos de melancolía posarán sobre las huellas de mi pasado…” Siguió fumando con deleite; como queriendo aprovechar al máximo su cigarrillo y extraviando sus ojos en un punto indefinido de la pared desnuda. Observó el reloj de puño. “… Y nunca dirás a nadie lo que fue de nosotros…” Se incorporó con lentitud y se abrochó la chaqueta verde olivo. Tomó de nuevo la pistola con mucha seguridad. Sacó un papel de la gaveta. Leyó el instructivo de la operación y abandonó el apartamento. El disco siguió sonando.

René Velasco
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 373