El toque de oro

La noticia subía y bajaba por los caminos, entraba en casas y tabernas, ora en un murmullo, ora a viva voz, uniformando las caras en una mueca de admiración e incredulidad. Las manos que transformaban lo que tocaban en oro era el tema que como buen vino llenaba las bocas de guerreros, sacerdotes, nobles, mendigos. A lo lejos, en los jardines reales, todo había cambiado de color. Olivos, rosales, fuentes, columnas, carruajes, todo resplandecía a la luz del mediodía, cual si fuera un pedazo de sol incrustado en el amplio valle.

Sin embargo, en el palacio había gran preocupación. Por primera vez en muchos años, el rey se había demorado en bajar a comer. Fue entonces cuando alguien gritó desde los aposentos reales. En un abrir y cerrar de ojos, toda la servidumbre había acudido al lugar. La multitud se congregaba alrededor de la estatua, mezclando risas y expresiones de asombro. Delante de un bacín se encontraba una réplica perfecta del rey, toda dorada, con las ropas caídas a la altura de las rodillas. Las manos de oro, sostenían un pene también de oro, del cual escurría una última gota de orina.

Carlos d´Arbel
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 274