Anécdotas de antaño

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Afirman los “profetas del pasado”, que el siglo XXII fue particularmente interesante, pues llegaron delegados de otros mundos y se efectuaron trueques con metales y animales desconocidos.

Estudiando el estilo de las crónicas periodísticas que estaban de moda en aquellos remotos tiempos, consignaron detalles deliciosos, reveladores de una elegante mundología y de una perversa sensualidad. Especialmente los sabios comentan una información de la revista Hogar en el espacio, en donde se dice que una actriz de la citada época, famosa por su belleza, visitó la Exposición de Urano “y no pudo reprimir un sentimiento de repulsión ante las águilas bicéfalas”, pero en cambio “se extasió ante un maravilloso pegaso blanco, del tamaño de una garza pequeña que compró para su jardín”. El alimento del pegaso, que la artista con mucha gracia llamaba “trozo vivo de mitología doméstica”, consistía en rocío mezclado con éter. Se lo suministraba por las mañanas, y confesó al periodista: “Estoy feliz porque después de comer, el pegasito se posa en mis hombros, cariñoso y olfateante, ni más ni menos que como una mariposa con belfos.”

Los salones de belleza del siglo XXII eran muy curiosos. Los cabellos se rociaban con un polvo lumínico que salía de los atomizadores en forma de arco iris, y las cabezas femeninas brillaban al sol como estrellas con faldas. Además un sistema radial convenientemente aplicado en los tobillos y mulecas, producía armonías individuales que duraban de dos a tres meses, de manera que cada cuerpo de mujer efundía una música sutilísima, íntima y personal, que era como el emblema de su temperamento. Cuando las armonías se debilitaban, acudían de nuevo a los salones de belleza para recibirlas, pero tenían necesidad de ellas, como los coches primitivos de gas. Las damas cultas preferían frases de Bach con preludios de Debussy. Pero claro, los gustos eran muy variados. Abundaban las señoritas que gustaban aplicarse música exitante de salón nocturno, mientras otras, recatadas y mustias, cargaban sus almas con fúnebres armonías. Éstas últimas eran Hermanas de la Caridad del Cosmos y enviaban ayuda a planetas atrasados o bárbaros.

Alfredo Cardona Peña, en Fábula contada
No. 5, Septiembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 85

El brebaje

Puso a calentar la marmita, y cuando el agua estaba hirviendo, comenzó a preparar la receta infalible: una hoja de Las Mil y Una Noches; senos, ejércitos y relámpagos de la Biblia; pétalos del Asia; jazmines orientales; una cucharada sopera de Poe; otra de Villiers; café de Balzac; media cucharadita de Maupassant; un gramo de Lautreamont en polvo; lágrimas rusas; crótalos de Quiroga; dos ajos de Quevedo; naves de Bradbury; gotas de Flaubert; laberintos de Borges; miedos de Lovecraft, etc., etc., sin olvidar, naturalmente, juego de sauces de Blackwood, uñas del hijito de Mary Shelley, deducciones de Agata Christie, cuartos perfumados de amantes, fantasmas elegantísimos, criminales en argumentos de aluminio y algunas plumas de vampiro con gotitas de sangre de sonámbula virgen.

Revolvió bien los ingredientes, encendió un cigarrillo y esperó. A los pocos minutos se encendió una luz roja, indicando que el brebaje estaba en su punto; entonces apartó la marmita del fuego y vació el humeante líquido en una tacita de porcelana china, cerró los ojos y bebió el contenido, lenta, exquisita, perversamente. Sintió un delicioso mareo, oyó un estruendo de temas desbocados como caballos, fue atravesando por el arte de encerrar en unas cuantas palabras el misterio de la pasión humana, percibió el resplandor de mil plumas de fuego; pasó, rugiente, el amor, pisoteando su corazón, y además, la locura, el sueño y la muerte con sus textos en llamas, de las que se desprendían jirones de estilos fantásticos, coronadas de visiones empapadas en sensualidad, belleza, horror y crueldades inauditas. Luego, inspirado, fuera de sí, escribió el cuento más breve y dramático del mundo, tan breve que la palabra FIN era como el alma y la justificación del relato, tan definitivo que al día siguiente, al lado de la sonrisa inmóvil, junto a la marmita de la que aún se desprendía un penetrante olor a letras descompuestas, leyeron:

“No se culpe a nadie de mi cuento; lo he escrito por mi propia voluntad”.

Alfredo Cardona Peña
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 99

El alud

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No tenía brazos, no tenía piernas; le habían arrancado los ojos y la lengua y vertido aceite hirviendo en los oídos. El tirano, durante un festín, así lo había decretado. Pero el corazón no cesó de latir, y un día que abrieron la mazmorra se lanzó escaleras abajo, como un tonel en donde hubiesen depositado todos los sufrimientos del mundo, como una rueda ensangrentada, como un tronco empujado por la tempestad, y así, rodando, rodando, atravesó la ciudad, entró en el mercado, y atropellando manzanas y ladrones, puestos de flores y mendigos, fue a detenerse a los pies del pueblo. Su sola presencia hizo que se escuchase el rugido de mil leones. Los ojos vieron, las piernas corrieron, las lenguas pronunciaron maldiciones, los brazos se agitaron las manos agarraron puñales, y la multitud, como una incontenible masa de fuego, asaltó el palacio y colocó en su trono a la libertad.

Alfredo Cardona Peña
No. 14, 1965
Tomo III – Año II
Pág. 28

Fantasmas

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Preguntado Alfredo Cardona Peña cómo describía a un fantasma:
“Un gigante, un enano, un castillo con alaridos, una flor sonámbula, unas viejas viajando en ramas secas, un extraño animal, unas cadenas como culebras, una ráfaga luminosa, un simio, un silencio con palpitaciones, unos sudarios ágiles, una ausencia habitada, un vestido andante, el alma de un eco, la cola de un perfume, unos espejos con muertos movibles, y una mano con dientes… es inútil porque nadie ha podido describirlo jamás”.

Noemí Atamoros
No. 61, Octubre-Noviembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 139

Sinceridad

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Durante el desfile, precedido de elefantes y timbaleros, un apuesto y fornido muchachón dijo a su acompañante, una bella rubia con senos desmesurados:

—¡Te adoro… pero te advierto que no soy hombre!

—No importa —contestó la muchacha con una sonrisa—. Yo sí lo soy.

Ambos se quitaron los trajes y las máscaras, y se unieron en un apasionado beso. Luego, agarrados de la mano, se perdieron entre el bullicio del carnaval. La calle quedó desierta, y entonces los disfraces que los enamorados habían tirado, cobraron vida. El disfraz de hombre abrazó tiernamente el disfraz de mujer, y ambos sollozando, maltrechos, pisoteados, se prometieron solemnemente no dejarse alquilar jamás.

Alfredo Cardona Peña
No. 63, Febrero-Marzo 1974
Tomo X – Año IX
Pág. 393

Exactitud

—¡Por las barbas de Jehová! —gruñó el anciano—. El correo anda muy mal. Acabo de recibir una carta fechada el 5 de Octubre de 1895, fecha de mi nacimiento.

—Te equivocas, querido —le contestó la anciana—. El correo de hoy en día es muy eficiente. Esa fecha corresponde al día de tu fallecimiento.

Alfredo Cardona Peña
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 555

Zapatillas eróticas

La condesa Spalantani acostumbra acariciar amorosamente a sus perritos con la fina zapatilla de su pie derecho, que mueve rítmicamente debajo de una mesita circular, cuando se reúne con sus amigas para jugar al “bridge”. Al sentir la zapatilla humedecida, grita:

—¡Heeenry!

Acude el mayordomo, ataviado como un almirante, y con patética seriedad, rodilla en tierra, procede a quitar la zapatilla “usada” y a colocar otra igual en el piececito de su ama. La condesa tiene tantas zapatillas como perritos, aquellos de raso de Arabia, y éstos de la raza pekinés.

Alfredo Cardona Peña
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 503

Alfredo Cardona Peña

Alfredo Cardona Peña nació en San José el 11 de agosto de 1917. Cuando tenía trece años partió con su familia hacia El Salvador; al regresar en 1933, entró en contacto con Joaquín García Monge, quien editó una antología con sus poemas y convenció a su familia de que lo enviasen a México.

Con 23 años hizo sus primeras armas en el periodismo en el diario Novedades, donde participó en las secciones: editorial y de crítica literaria. Sus crónicas caminaron por medio México, entraron en los barrios pudientes, pasaron por el quinto patio, dieron cuenta de su edad de oro. Acaso ese contacto, prácticamente cotidiano, con artistas, escritores e intelectuales de talla continental y mundial, explica su obra generosa en número y méritos. En 1950 inició una serie de entrevistas semanales con Diego Rivera, algunas verídicas, otras imaginarias, que luego recogió en el libro El monstruo y su laberinto.

Como periodista, además de columnista en México, fue colaborador en Costa Rica del periódico La Nación y del semanario Universidad, sin olvidar que probó suerte en el ensayo literario con un análisis de la poética nerudiana. En unos y otros oficios, Cardona Peña se mostró poseedor de una cultura amplísima, especialmente en cuanto a literatura y poesía, y de una saludable confianza en sus recursos.

En cuanto hacedor de ficciones, Cardona Peña fue uno de los primeros y todavía pocos narradores costarricenses que se apartó del realismo y exploró la fantasía, en colecciones como Cuentos de magia, de misterio y de horror (1966), Fábula contada (1972), Los ojos del cíclope (1980). Sin embargo, fue su obra lírica la que le dio temprana fama y que se recuerda con persistencia; se destacan tres o cuatro poemarios sobre el conjunto, apenas es posible mencionar algunos nombres y apuntar que es mucho lo que falta: su primer poemario El mundo que tú eres (1944), Los jardines amantes (1952), Cosecha mayor (1964), Anillos en el tiempo (1980). Con una antología de sus poemas ganó el Premio Nacional de Campeche en México, en 1983.

En su lírica, Cardona Peña participó con sus coetáneos de una renovación del lenguaje, combinó con acierto lo retórico y no retórico, la palabra florida con la salida coloquial, sencilla. En sus primeros poemarios se aproximó directamente a los temas por los que todo poeta ha de pasar: el amor y la muerte; sin embargo, conforme fue encontrando una escritura personal, pudo hacer algo extraordinario con cualquier evento cotidiano, con la aparición de un nuevo libro, con el recuerdo de su padre, con la memoria de Marilyn Monroe.

Aunque abandonó Costa Rica poco más que adolescente, este “poeta de felices emociones y de felices palabras”, al decir de Alfonso Reyes, vivió con nostalgia su residencia lejos de la patria. Cada año visitaba el país para ver a su familia, revisar cómo andaban sus libros que por aquí se publicaban y dar una o dos conferencias.

Al morir el 1° de febrero de 1995, estaba escrito en su testamento que quería ser enterrado en Costa Rica, en el Cementerio General, al lado de su madre. Nuestro poeta, quien dijo que la patria “acaso sea la infancia subiendo por los días”.

“La patria del poema está en el sueño del niño sin edad que en todos danza”.

Puñales de cera

Se ha descubierto que una abeja asesina fue la primera en inaugurar un mueso de figuras de cera. Apuñalaba a sus compañeras y luego revestía el cuerpo de las víctimas con el material de trabajo de la comunidad. Un día invitó a la abeja reina a visitar sus espléndidas colecciones, y la reina sufrió tal impresión al ver a sus súbditas convertidas en estatuas, que condenó a la criminal a morir y renacer en una mujer morbosa. La sentencia se cumplió en París a mediados del siglo XVIII, cuando nació una niña que tenía inquietud de abeja y coqueteaba con lo horripilante. Con el tiempo, esta niña se convertiría en la famosa madame Tusad, que inauguró, a fines de septiembre de 1849, un flamante Museo de Figuras de Cera. Y no son cuentos: afirman que por las noches, las ensangrentadas figuras de madame (las de la cámara de horrores) producen un rumor semejante al que emite el “alma de la colmena”, percibido por Mæterlinck.

Alfredo Cardona Peña
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 489

Medidas radicales

Después de asaltar el poder de la ciudad vampírica, la Junta Militar dio a conocer el siguiente edicto solemne: Primero: Queda terminantemente prohibido, bajo pena de estaca en el corazón, succionar gargantas de cadáveres recientes. Segundo: A partir de esta fecha, quedan clausurados todos los restaurantes en donde se expida, venda u ofrezca sangre de animales, como son la de todo, vaca, carnero, perro o cualquier rumiante o ser irracional.

Representantes de la “Congregación dela Sed” acudieron presurosos ala Junta, extrañados de tan drásticas y fascistas medidas, demandando por lo tanto una explicación. Se les dijo que la primera cláusula del edicto se había firmado tomando en cuenta que la grandeza de los verdaderos vampiros “consiste en chupar cuellos vivos, preferentemente de aldeanas vírgenes”, y la segunda, porque “esos establecimientos comerciales donde se consume sangre de perro y otras inmundicias, no hacen más que prohijar un detestable vegetarianismo, impropio de nuestra raza tantas veces milenaria”

Alfredo Cardona Peña
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 488