Malebolge

“Hay un lugar en el infierno llamado
Malebolge, construido de piedra y de color
ferruginoso, como la cerca que lo rodea”.
(D. Alighieri, “El infierno”; canto XVIII).

¿Malebolge? El recuerdo del magistral pasaje dantesco lo asaltó, irrefrenable, desde el primer momento. La penumbra que se formaba por la huida del sol provocaba que la gran cerca, oxidada e insalvable, a la que se dirigían, adquiriera proporciones ciclópeas. Tenía poco rato sin la capucha que cubría por completo su cabeza; eso había sido suficiente para que se diera cuenta de que la carretera, a no ser por la camioneta en que lo llevaban, aparecía desierta; como si, por dirigirse a un único y sombrío lugar, tan sólo fuera utilizada ocasionalmente.

Al cruzar la extremadamente vigilada puerta de la cerca distinguió, de manera un tanto vaga, la enorme mole oscura que se levantaba al centro del extremo llano rodeado por la cerca. La camioneta siguió por el angosto camino asfaltado que conducía en línea recta hacia el oscuro grupo de edificios.

Forzando su vista pudo distinguir borrosas figuras humanas —¿almas quizás?— vagando por el llano; algunas vestían sucias batas blancas y otras, la mayoría, iban desnudas. Todas vagaban sin rumbo. Uno de los tipos brutales que iba en el asiento delantero dijo con voz sucia y con una mueca sarcástica: “los evadidos se pasean”. Llegaron.

Vaya que es difícil pensar y recordar en medio de tanto dolor y de tanto miedo. Los demonios con apariencia de médicos y de enfermeros no lo dejaban en paz: le inyectaban fuego, lo sumergían en tanques de agua helada y sucia, le aplicaban terribles shocks eléctricos, lo golpeaban hasta hacerlo perder el sentido. Ahora difícilmente recordaba su cátedra de Literatura en la Universidad, sus conferencias, su activa militancia en el PC, a Inés, a ese estudiante abrumadoramente rico y abrumadoramente estúpido al que no tuvo más remedio que reprobar, pese a sus amenazas. Ahora lo único que llegaba con claridad a su mente era una estremecedora confirmación: el horror y dolor infinitos existen, existe el Infierno… Malebolge existe.

Alejandro Valenzuela Escartín
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 743