Vladimiro Rivas Iturralde


Vladimiro Rivas Iturralde

Nació en Ecuador, pero posee la nacionalidad mexicana. Escritor. Ha publicado cuatro libros de relatos (El demiurgo, 1967; Historia del cuento desconocido, 1974; Los bienes, 1981; Vivir del cuento, 1993); dos novelas cortas (El legado del tigre, 1977; La caída y la noche, 2000, con cuatro ediciones) y tres libros de ensayos (Desciframientos y complicidades, 1991; Mundo tatuado, 2003; César Dávila Andrade: el poema, la pira del sacrificio, 2008). Ha difundido obras de autores ecuatorianos (Jorgenrique Adoum, Jorge Carrera Andrade, Pablo Palacio, César Dávila Andrade, Bruno Sáenz, Javier Ponce, Cuento ecuatoriano contemporáneo, etc.) y ha publicado, con prólogo, obras de autores de otras latitudes (Melville, James, Mahfuz, Chéjov).
Premio a la docencia 1999-2000, es profesor fundador de la UAM- Azcapotzalco y Maestro en Letras Iberoamericanas por la UNAM. Es crítico de ópera en el diario Milenio y la revista Pro Ópera y difusor de la ópera en la UAM desde más de seis años consecutivos.

El hombre espejo


Hoy he visto pasar, por la acera de una calle apartada, al hombre de vidrio. Caminaba, lustroso y brillante, recogido e infeliz, en medio de una faramalla del barrio que, entre curiosa y fascinada, se acercaba a preguntarle si podía amar. Pedía el hombre de vidrio no acercarse mucho a él porque podría romperse y ellos, cortarse. Tomaba distancia y observaba. Lo vi desde mi asiento en el bus. Estudié su conducta y esto estaba claro: el hombre de vidrio, al tomar distancia, se esfumaba, quería desaparecer, ser eso: un espejo, para que los demás se distrajeran de la pregunta que era una pedrada y sólo se cuidasen de verse reflejados. Observado de cerca, el hombre de vidrio era plano y anguloso, filudo, peligroso, una transparencia, una entelequia, que sólo se cuidaría de ser pasional, temperamental, vital. Descubrir fuego en su interior sería peligroso; esa fuerza, lanzada hacia fuera, podría también quebrarlo. Así que mejor era ladear el cuerpo y ofrecer, como respuesta, el costado en que el cristal fuera espejo, y la luz, imagen de los otros.

Vladimiro Rivas Iturralde
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 75