María Esther Vázquez

María Esther Vázquez

María Esther Vázquez

(n. Buenos Aires, 1937)

Es una escritora argentina. Hija única, su infancia transcurrió rodeada del afecto materno y con la presencia de su abuela, en una suerte de matriarcado, ya que tanto su madre como su abuela enviudaron muy jóvenes. A los 16 años, ingresó en la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. En 1957, empezó a trabajar en el Departamento de Extensión Cultural de la Biblioteca Nacional, de la calle México, donde conoce al escritor Jorge Luis Borges.

La amistad con Borges me abrió las puertas al mundo, esa es la verdad. Por ejemplo; él me llevo a Sur, conocí a Victoria Ocampo y a todo ese pequeño mundo que estaba separado, como si fuera una escalera superior. También por él amplié mis conocimientos de muchos escritores que yo no conocía o conocía muy poco; sobre todo de literatura inglesa. Viajé con Borges a congresos de literatura muy importantes, recorrimos toda Europa juntos y conocí a mucha gente con la cual después seguimos por correspondencia una bella amistad. Durante un año trabaje en la Biblioteca Nacional. Entonces recibí una beca y me fui a Europa y al regresar retome el trabajo, aunque iba un día si y un día no.

Es autora de los libros de cuentos Los nombres de la muerte y Desde la niebla, entre otros; de los ensayos Introducción a la literatura inglesa y Literaturas germánicas medievales -escritos en colaboración con Jorge Luis Borges-; y las biografías Victoria Ocampo y Borges. Esplendor y derrota. Como columnista del diario La Nación, publicó más de mil quinientos artículos. Recibió el Premio Konex (1987 y 2004), el Premio Comillas de la Editorial Tusquets en España (1995) y el Premio de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (1997)[1].


Lázaro


Elevándose por encima del viento, su voz dijo, tres veces, las necesarias palabras: Lázaro, sal.

Alzado del túmulo, cubierto aún por el sudario y ligadas las manos con el cordón de los muertos, sumiso y ciego, salí a la noche de Betania. Su voz, ahora dulcísima agregó: desatadle y dejadle ir.

Rescatado de la sombra silenciosa, el aire de la noche parecíame embriagador; no sabía yo qué había pasado por mí y conmigo, pero todo mi cuerpo, agradecido y espléndido, como recién vuelto del amor, latía a la vida.

Esa noche mi hermana lo ungió de nardo, no hubo noche más feliz para mí. Pero ha pasado tanto tiempo. ¡Jesús, príncipe del día! ¿Por qué me abandonaste en esta tierra hostil, que no me deja cambiar, ni envejecer, que no me deja morir?, y me pregunto, preguntándote, por qué y para qué yo, Lázaro, fui el elegido y el olvidado.

María Esther Vázquez
No. 75, Enero-Febrero 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 150