Santa

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La santa que habitaba dentro de una columna dórica, se desfiguró la cara, se sacó los ojos, se cortó la lengua, se amputó los miembros: los muñones de sus brazos y piernas tenían algo hermoso de estatuas mutiladas, un halo mosquil los aureolaba. Y así entró al martirologio perlada de pus y de gusanos. Cuando creía haber ganado, definitivamente, la batalla a las tentaciones del demonio éste, en forma de enfiladas hormigas, tomó posesión plena de esa llaga que, inerme, no puso ninguna resistencia.

Tomás Espinosa
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 95

El regalo

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Entró en su cuarto, jadeando. Sus ojos encandilados por la luz se toparon con un bulto, mejor dicho, alguien ocupando su cama, esperándolo como en los cuentos infantiles, posiblemente ya habían visitado su refrigerador y comido las lascas de jamón. Se acercó a la cama, listo para luchar contra un león agazapado o contra un sicario que aparentaba dormir. Sus ojos, llenos de pasmo, resbalaron por el cuerpo de esa mujer, porque era una mujer dormida en su cama, a él le pareció que estaba vestida con armadura, de antiguo. Sus manos se anticiparon el placer de mondar cebollas, una capa lacrimógena tras otra, de arrancarle hojas a una col hasta llegar al cogollo sin sorpresas, tal vez un gusano verde. Sintió que sus manos se colmaban al abrir muchas puertas, al levantar telones, muchos telones y descubrir columnas, muchas columnas de mármol como piernas, hartas piernas.

El vestido de la mujer estaba recamado de relojes. Diferentes tamaños, colores y formas. Era fascinante, parecía algo vivo, la eternidad, un enjambre de tictacs. En el momento en que sus manos acariciaban una pierna larga, cubierta por una media negra igualmente llena de relojes como amapolas, y un cielo de encajes tapizado de números fosforescentes le ordenaba imperiosamente que diera término al beso con esa su lengua húmeda sobre el muslo negro tachonado de relojes blandos como hot cakes… en ese preciso momento, el león tan temido abrió sus fauces manchadas de sangre y de bostezos, diseminó su pelambre de fuego, destrozando con sus garras paredes enteras, el cielo raso, pedazos de carne de los amantes, dejando jirones de ropa teñidos de púrpura y un montón de chatarra de relojes bajo la luna que entró por el boquete del techo, en esos momentos estallaron las bombas.

Tomás Espinoza
No. 68, Enero-Marzo 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 211

Beauty parlor

A Rosa Furman

Entró muy decidida, moviendo graciosamente las caderas. Sombrero de ala ancha y lentes oscuros. Aguardó malévolamente su turno; disimulando su ansiedad fingió leer. Al fin, la peinadora vino y la invitó a sentarse. Se quitó el sombrero con gran ostentación; su cabellera de un fascinante brillo metálico se alborotó.

—Corte de pelo a la Mia Farrow, dijo, esperando ver caer fulminadas a la peinadora y a todas esas viejas cretinas. Pero grande fue su sorpresa cuando le empezaron a cortar las serpientes. Súbitamente miró que cerca de ella, la esfinge de Tebas se daba manicure y pedicure. Ya no soportó más, se quitó los lentes lanzando imprecaciones.

Pero, oh fatalidad, el salón de belleza estaba lleno de espejos… y la pobre Medusa quedó petrificada.

Tomás Espinosa
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 195

Uno de los trabajos

Al ver lo inútil de las flechas, de la guadaña de oro, de la pesada maza; la inutilidad de su extraordinaria fuerza —probada desde la cuna— empleó el último recurso: herir mortalmente la vanidad de ella.

—Señora, cada cabeza es un mundo.

La Hidra de Lerna se desplomó. Otro mito muerto. Hércules había vencido.

Tomás Espinoza
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 149

Ex votos

Milagro de oro: un ojo dorado prendido al vestido negro de la Virgen de los Dolores: Bajo los pies de la milagrosa hay una nota escrita en tinta sepia:

“Agradezco infinitamente a la Santa Virgen el haberme devuelto la vista (y con letra más pequeña) y al señor Edipo que me donó sus ojos”.

Tomás Espinosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 625

Vox populi

En realidad no se trataba de un gran espectáculo. El hombrecillo, delgado y macilento, comenzó su número sacando de su boca: mascadas de colores, serpentinas, un periódico alemán, huevos para zurcir, etc.

El público, visiblemente defraudado, exigía más.
Con dos finísimos dedos, el hombrecillo se sacó la lengua, el esófago, la laringe, los pulmones, el corazón, los intestinos. Siguió jalando. Solamente le quedaron las manos y la cabeza: Vomitó todo el cuerpo.

El público salió chiflando, exigiendo la devolución de las entradas. El espectáculo había sido exageradamente inocente

Tomás Espinosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 625

Misántropo

Hace tiempo hice un pacto con el diablo: un poco de fuego para encender un cigarro a cambio de mi alma.

Ahora cumplo mi condena en el averno. Se me acabaron los cigarros; tengo que salir a comprarlos en algún estanquillo. ¿Habrá peor castigo que el tratar con humanos?

Tomás Espinosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 625

Calixto

Desnudo, muriendo de amor, Calixto miraba unas fotos pornográficas: facsímiles de grabados medievales.

De bruces en la cama, deseaba vehementemente el término a sus sufrimientos y la presencia tantas veces anhelada en sueños.
Llamaron a la puerta. Con gran ansiedad corrió a abrir:

—Romeo, eres tú?

Una voz delicada respondió.

—No, soy Julieta.

Tomás Espinosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 625