Ante un espejo

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Un hombre espantado entra y se mira en el espejo.

—¿Por qué se mira usted en el espejo, cuando no puede encontrar allí más que desagrado?

—El hombre espantoso me responde:

—Señor, de acuerdo a los inmortales principios del 89, todos los hombres somos iguales en derechos; por consiguiente yo estoy muy en mi derecho de mirarme en el espejo, sea  con agrado, sea con desagrado,  pues eso es asunto que sólo concierne a mi conciencia.

En nombre del buen sentido, sin duda yo tenía razón; pero desde el punto de vista de la ley, él no se equivocaba.

Charles Baudelaire
Número 129 – 130, Abril-Septiembre 1995
Tomo XXV – Año XXXI
Pág. 17

Existen

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Un hombre de genio melancólico, misántropo y deseoso de vengarse de la injusticia de su siglo, arrojó un día al fuego todas sus obras manuscritas. Y como le vituperasen por este espantoso sacrificio de todas sus esperanzas, respondió:

—¿Qué más da? Lo importante era que estas cosas fuesen creadas; han sido creadas, luego existen.

Charles Baudelaire
No. 25, Agosto 1967
Tomo IV – Año IV
Pág. 700

El espejo

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Un hombre horroroso entra y se mira en el espejo.

—¿Por qué os miráis en el espejo, si no podéis veros en él más que con disgusto?

El hombre horroroso me responde: ”Caballero, según los inmortales principios del 89, todos los hombres son iguales en derechos; de modo que tengo derecho a mirarme; con gusto o con disgusto es cosa que sólo atañe a mi conciencia”.

En nombre del sentido común, tenía yo razón indudablemente; pero desde el punto de vista de la ley, no estaba él equivocado.

Charles Baudelaire
No. 52, Abril 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 751

El extranjero

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—Di, a quién amas más, hombre enigmático, ¿a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?

—No tengo ni padre, ni madre, ni hermana ni hermano.

—¿A tus amigos?

—Empleas una palabra cuyo sentido me ha sido desconocido hasta hoy.

—¿A tu patria?

—No sé bajo qué latitud está situada.

—¿A la belleza?

—La amaría gustoso, diosa e inmortal.

—¿Al oro?

—Le aborrezco como tú aborreces a Dios.

—Entonces ¿a quién amas, singular extranjero?

—Amo las nubes… las nubes que pasan… allá lejos… ¡las nubes maravillosas!

Charles Baudelaire
No. 52, Abril 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 737

Charles Baudelaire

Charles Baudelaire

(París, 1821 – 1867)

 Poeta francés. Huérfano de padre desde 1827, inició sus estudios en Lyon en 1832 y los prosiguió en París, de 1836 a 1839. Su padre adoptivo, el comandante Aupick, descontento con la vida liberal y a menudo libertina que llevaba el joven Baudelaire, lo envió en un largo viaje a las Antillas entre 1841 y 1842 (según algunas fuentes, podría haber llegado también a la India). De regreso en Francia, se instaló de nuevo en la capital y volvió a sus antiguas costumbres desordenadas.

Empezó a frecuentar los círculos literarios y artísticos y escandalizó a todo París con sus relaciones con Jeanne Duval, la hermosa mulata que le inspiraría algunas de sus más brillantes y controvertidas poesías. Destacó pronto como crítico de arte: el Salón de 1845, su primera obra, llamó ya la atención de sus contemporáneos, mientras que su nuevo Salón, publicado un año después, llevó a la fama a Delacroix (pintor, entonces, todavía muy discutido) e impuso la concepción moderna de la estética de Baudelaire. Buena muestra de su trabajo como crítico son sus Curiosidades estéticas, recopilación póstuma de sus apreciaciones acerca de los salones, al igual que El arte romántico (1868), obra que reunió todos sus trabajos de crítica literaria.

Fue además pionero en el campo de la crítica musical, donde destaca sobre todo la opinión favorable que le mereció la obra de Wagner, que consideraba como la síntesis de un arte nuevo. En literatura, los autores Hoffmann y Edgar Allan Poe, del que realizó numerosas traducciones (todavía las únicas existentes en francés), alcanzaban, también según Baudelaire, esta síntesis vanguardista; la misma que persiguió él mismo en La Fanfarlo (1847), su única novela, y en sus distintos esbozos de obras teatrales.

Comprometido por su participación en la revolución de 1848, la publicación de Las flores del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica que se creó en torno a su persona. Los poemas (las flores) fueron considerados «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres» y su autor fue procesado. Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos.

El mismo año de la publicación de Las flores del mal, e insistiendo en la misma materia, emprendió la creación de los Pequeños poemas en prosa, editados en versión íntegra en 1869 (en 1864, Le Figaro había publicado algunos textos bajo el título de El esplín de París). En esta época también vieron la luz los Paraísos artificiales (1858-1860), en los cuales se percibe una notable influencia de De Quincey; el estudio Richard Wagner et Tannhäuser à Paris, aparecido en la Revue européenne en 1861; y El pintor de la vida moderna, un artículo sobre Constantin Guys publicado por Le Figaro en 1863.

Pronunció una serie de conferencias en Bélgica (1864), adonde viajó con la intención de publicar sus obras completas, aunque el proyecto naufragó muy pronto por falta de editor, lo que lo desanimó sensiblemente en los meses siguientes. La sífilis que padecía le causó un primer conato de parálisis (1865), y los síntomas de afasia y hemiplejía, que arrastraría hasta su muerte, aparecieron con violencia en marzo de 1866, cuando sufrió un ataque en la iglesia de Saint Loup de Namur.

Trasladado urgentemente por su madre a una clínica de París, permaneció sin habla pero lúcido hasta su fallecimiento, en agosto del año siguiente. Su epistolario se publicó en 1872, los Journaux intimes (que incluyen Cohetes y Mi corazón al desnudo), en 1909; y la primera edición de sus obras completas, en 1939. Charles Baudelaire es considerado el padre, o, mejor dicho, el gran profeta, de la poesía moderna[1].

on.com/biog.htm

Punto de referencia


No es posible acusar a una muchacha honesta que desea casarse de realizar una elección imprudente, ni a una mujer que se extravía a causa de un amante innoble. La una y la otra —¡he aquí nuestra condición desgraciada!—, son igualmente ignorantes. A estas infortunadas víctimas, llamadas muchachas casaderas, les falta una vergonzosa educación: es decir, el conocimiento de los vicios de los hombres. Quisiera que cada una de estas pobrecillas, antes de sufrir el lazo conyugal, pudiera escuchar en un lugar secreto y sin ser vista, la conversación de dos hombres hablando entre sí de las cosas de la vida y, especialmente de mujeres. Después de esta primera y terrible prueba, podrían librarse con menos peligro de los horribles azares del matrimonio, conociendo la fortaleza y la debilidad de sus futuros tiranos.

Charles Baudelaire
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 43