El gato

El gato entró por la ventana de la cocina con una decisión normalmente ajena a los felinos, como siempre hubiera vivido en mi casa.

Acaricié su cabeza y comenzó a ronronear y a enroscarse en mis piernas con movimientos sensuales, untuosos.

—¡Qué bonito gatito! Ven, chiquito, sí bonito. ¡Ay, qué bonito gatito! Ven, chiquito, si bonito. ¡Ay, qué bonito gatito! ¿Quieres lechita, minino?

—¿No tendrás algo un poco más fuerte? —dijo abruptamente ¿Cerveza, tal vez?

Destapé una coronita, la última en el refrigerador. Serví la mitad en un plato hondo y reservé el resto para mí. El gato me miró resentido, con unas esmeraldas que intimidaban de tan ojos, y no tuve más remedio que cederle mi parte.

Bebió a velocidad de tabernero, sólo deteniéndose a eructar de vez en cuando. Nadie le había enseñado modales.

—¿Has leído El Prin… ¡jip! —volvió a intentarlo: —¿Has leído “El principito”?

—Sí, ¿por qué?

—¿Recuerdas el cap-¡jip!-tulo del zorro? Bueno, pues yo te la voy a poner más fácil: ya estoy amaestrado.

Soltó una carcajada que le robaba el aire y no paró de reír hasta quedarse dormido, todavía con sonrisas intermitentes.

—¡Chst! ¡Chst! —me despertó al día siguiente—. ¿Dónde guardas los alka-seltzers?

El gato tenía las esmeraldas cuarteadas.

—En este armario… Detesto que me despierten.

—No seas mamón, por favor —era la primera vez que pedía algo educadamente.

Jamás había tenido una mascota y no deseaba comenzar con un gato perdido en el alcoholismo. Y tan majadero. Y tan conchudo. Volví a dormirme pensando en cómo deshacerme de él.

Me despertó una segunda vez, con música. “Esto es el colmo. Ahorita lo largo”, pensé mientras bajaba la escalera, preocupado por mi disco de Rachmaninoff.

Pero era el gato, sentado al piano, con los ojos entrecerrados. Las notas lo calaban hasta el alma. Cuando me vio, dijo:

—La “Rapsodia” me recuerda a una minina, el alcohol me ayuda a olvidarla —y una lágrima cayó en el Do sostenido.

Me senté junto a él, a llorarle a las ausentes.

Roberto Max
No. 125, Enero-Marzo 1993
Tomo XXII – Año XXVIII
Pág. 57