Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno. Al amanecer, el ataúd se elevó y se quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.
—Oh, venerado suegro —suplicó—, no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.
El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
Giles, en CONFUNCIANISM AND ITS RIVALS (1915)
No. 3, Julio -1964
Tomo I – Año I
Pág. 26
Giles
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 68