Estoy convencido de que nadie sufre tanto en las noches de invierno como las estatuas íntimas y desnudas de los jardines públicos. Las estatuas impúdicas de los palacios privados están a salvo hasta que las miradas del dueño de casa que, en su situación de fauno decrépito, se limita a pasar frente a ellas, concentrado en los dolores de la úlcera duodenal que le acompañan sin darle reposo para escribir sus memorias.
A mí me han colocado en la colina más alta de este nuevo parque, Apolo solitario expuesto a todas las corrientes de aire sin musas a mi alrededor porque el presupuesto no alcanzó y el escultor se resignó a dar por terminada la obra, dejándome entre los brazos algo parecido a una lira sin cuerdas.
Sueño con la posibilidad de que alguno de los críticos estetas del régimen me considere obra de arte y solicite mi traslado a un museo con calefacción.
Roberto Bañuelas
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 87