El proyecto apolo

Estoy convencido de que nadie sufre tanto en las noches de invierno como las estatuas íntimas y desnudas de los jardines públicos. Las estatuas impúdicas de los palacios privados están a salvo hasta que las miradas del dueño de casa que, en su situación de fauno decrépito, se limita a pasar frente a ellas, concentrado en los dolores de la úlcera duodenal que le acompañan sin darle reposo para escribir sus memorias.

A mí me han colocado en la colina más alta de este nuevo parque, Apolo solitario expuesto a todas las corrientes de aire sin musas a mi alrededor porque el presupuesto no alcanzó y el escultor se resignó a dar por terminada la obra, dejándome entre los brazos algo parecido a una lira sin cuerdas.

Sueño con la posibilidad de que alguno de los críticos estetas del régimen me considere obra de arte y solicite mi traslado a un museo con calefacción.

Roberto Bañuelas
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 87

Misión frustrada

Con las municiones que le quedaban (y sabía que eran las últimas) tenía que acabar con el enemigo que, oculto tras las peñas, esperaba con su ametralladora a que se acercara el último avión de bombas y derribarlo. Ambos, además de querer salvar la propia vida, tenían un objetivo acrecentado por la respectiva propaganda, el odio y el heroísmo.

A la una en punto, ninguno de los dos soldados había dejado de observar y de protegerse, acumulando paciencia y rencor contra el sol que aumentaba el malestar de la fatiga y la sed.

A lo lejos se oyó el zumbar conocido de un avión. Cuando el de la ametralladora, con los nervios tensos y las manos empapadas de sudor se aprestaba a disparar, llegó la orden de tregua en la voz de la madre de otro niño: “Arno, te llama tu mamá para que vayas a comer”.

Roberto Bañuelas
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 48

El sueño es vida

—El engreído cree que nos atemoriza con su látigo bordado de lentejuelas. Ojalá supiera que su traje de lujo nos da risa, y que rugimos para dejar contentos a los padres de familia, que son los que pagan. Además —supongo que estarás de acuerdo—, si aceptamos hacer acrobacias y bufonadas propias de monos, es porque con tanto viaje ya perdimos para siempre la ruta de regreso a la selva, sin contar que, para sobrevivir, todos nos vendemos un poco cada día… Pero, ¿tú qué opinas? —preguntó el tigre, sin obtener respuesta del viejo león, dormido desde hacía muchas palabras para poder resistir la segunda función.

Roberto Bañuelas
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 309

El hombre fuerte

Obsedido por la publicidad y hostilizado por la exhibición de la fuerza bruta ostentada como humana virtud, ingresó en un gimnasio para convertirse en un atleta de campeonato. El tiempo libre que le dejaban sus negocios, estafas y contubernios, lo dedicaba a un apasionado entretenimiento que, gradualmente, fue aumentando su habilidad y potencia muscular.

La vanidad lo impulsó a querer levantar, antes de tiempo, el peso de la conciencia… Al día siguiente, los diarios daban la noticia de que el hombre de negocios había muerto, según el parte médico, herniado y víctima de una rara asfixia.

Roberto Bañuelas
No. 123-124, Julio-Diciembre 1992
Tomo XXI – Año XXIX
Pág. 283

Tercera dimensión

Fui uno de los últimos afortunados en conseguir localidad para el gran estreno del film con tanto estrépito y antelación anunciado.

Nadie recordará las excelencias de esa magna producción, salvo aquella escena en que la protagonista, esplendorosamente desnuda, avanzó hasta un primerísimo plano y la pantalla fue dique inútil para contener los senos que se desbordaron sobre los tres mil espectadores.

Roberto Bañuelas
No. 123-124, Julio-Diciembre 1992
Tomo XXI – Año XXIX
Pág. 173

Marcha fúnebre y final

Al iniciarse el siglo XXI habrá audiciones para todos los músicos especializados en la ejecución de instrumentos de aliento. Los seleccionados (elegidos en este caso) formarán parte de los conjuntos que interpretarán fanfarrias en las ceremonias del Juicio Final.

Roberto Bañuelas
No. 126, Abril-Julio 1993
Tomo XXII – Año XXIX
Pág. 169

Nuevos inquilinos

Exceptuando la palidez verdosa de su piel, lo vidriado de sus ojos y lo metálico de su voz, el aspecto del agente vendedor que apareció ante la puerta de mi casa, era abrumadoramente normal. Trató de venderme la mejor variedad de semillas para el cultivo de plantas exóticas, y, ante mi negativa de comprar, me obsequió un paquetito con semillas de guisantes.

Dos semanas después de haber arrojado despectivamente las semillas al jardín, una malla de plantas —luminosamente verdes— comenzaron a trepar por las azoteas de los edificios vecinos; pero pasado un mes, se convirtieron en árboles enormes y monstruosos que, desde la más alto, han estado abriendo sus vainas para soltar guisantes que caen sobre las casa o ruedan por las calles destruyendo vehículos.

Lo que queda de la ciudad, muestra las heridas de un cruel bombardeo; la desolación aumenta y se transforma, al mismo tiempo, en una selva de invasoras leguminosas que todo lo ocupan.

Algunos científicos afirman que este fenómeno macrovegetal es sólo el principio de la ensalada que una especia de gigantes usará al devorarnos mientras se adueña del planeta.

Roberto Bañuelas
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 191

Recompensa

—Hace unos meses, acompañados de un amigo muy querido, fuimos de cacería a las montañas del norte. Una tarde. Después de mucho caminar, encontramos un hato de hermosos ciervos. Cuando indicamos a mi esposo que disparara, nos miró tristemente, arrojó la escopeta al suelo y corrió a reunirse con ellos.

—¿…..?

—Entiende por el nombre de Cornelio y no es agresivo. Le ruego que lo encuentre, señor comandante (habrá una recompensa generosa para usted), y dígale que su esposa, sus clientes y su mejor amigo, lo extrañamos mucho.

Roberto Bañuelas
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 154

Homenaje póstumo

A pesar de mi gran talento, siempre he sido un artista desafortunado. Anoche, cuando el empresario anunció que se cancelaba la función por haber muerto —minutos antes— el primer actor de la compañía, el público me despidió con una rechifla alegre y salvaje.

Roberto Bañuelas
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 154

En defensa propia

Los bandoleros, cansados por el diario desprestigio de un “Festival de las mejores películas de gangsters”, saltaron fuera de las pantallas y extrajeron de elegantes estuches de violín categóricas ametralladoras, amenazando con ellas a los televidentes que, aterrorizados e incrédulos, contemplaban el último asalto: el robo de sus propios televisores.

Roberto Bañuelas
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 154

Baile de máscaras

Después de estacionar el extraño vehículo, descendieron para entrar al gran salón de baile. Fueron recibidos con vítores y risas estridentes por una fauna de seres ridículos y fantásticos que habían abandonado sus propias deformidades para encarnar, durante una noche desquiciada, las de héroes grotescos.

Luego se celebró el concurso para premiar a la pareja del mejor disfraz, habiendo sido ellos los ganadores por su caracterización perfecta de “Los viajeros espaciales”.

Cuando terminó la fiesta, abordaron el platívolo y emprendieron el regreso a su planeta.

Roberto Bañuelas
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 154

Andante appassionato

“Eres el cielo esplendente de mi dicha”, expresó, exaltado, por encima de la sonoridad ondulante de la orquesta. Luego, sin poder resistir más la necesidad de tenerla entre sus brazos, para llegar hasta el balcón, donde ella lo esperaba, el tenor ascendió sobre la escala que, en ese momento, él mismo cantaba.

Roberto Bañuelas
No. 51, Enero – Febrero 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 630

Roberto Bañuelas
No. 118, Abril-Junio 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 161

Todo para el héroe

El día era espléndido y la mar estaba en calma. En lo más oscuro del vientre del barco, encadenados y enfermos de miedo, más de trescientos senegaleses eran transportados para aumentar las riquezas y engrandecer el alma piadosa del hombre blanco que se encontraba fatigado después de haber vencido y casi exterminado a los indios de Norteamérica.

Roberto Bañuelas
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 68

Honor declinado

 

El policía T. Tooliver, después de haber sobrevivido a innumerables batallas libradas contra asesinos, ladrones y tratantes de blancas, negras y amarillas, fue ascendido a detective.

Colgó en el armario el uniforme y, sin esperar a que su esposa le acompañara, corrió a comprar el mejor equipo de policía secreto: impermeable de gabardina; pipa y tabaco; libreta y bolígrafo; lámpara y magnetófono de bolsillo; maquillaje, toda clase de postizos y unas gafas oscuras para disimular su mirada penetrante.

Pero un año de vida nocturna, abriéndose paso entre la niebla, soportando lluvias y escarchas para conjugar con su presencia toda suerte de peligros en la calle y en los peores lupanares clandestinos; confundido por los suyos como delincuente en receso y por los contrarios como activo delator; lejos del hogar, entre gente que habla en clave; los alimentos a cualquier hora y el vicio adquirido de fumar la pipa hasta completar el turno que marca el reglamento, han dado su salud.

Decepcionado por no hacer atrapado ni siquiera al criminal de una de las muchas novelas policiacas que lee para matar las horas perdidas, ha solicitado su reincorporación al servicio, como policía uniformado, con la esperanza de exponer la vida ante amenazas menos abstractas, recuperar el gusto por las cosas simples y volver a dormir tiempo completo con su mujer.

Roberto Bañuelas
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 393

Los paraísos perdidos

Cuando me fui del siglo XX a buscar el paraíso utilicé el avión, el tren, una lancha de motor, un caballo doliente de mataduras, una rústica canoa y un machete para abrirme paso en la espesura, cortando ramas y algunas cabezas de ofidios en acecho. El día que llegué a una laguna donde las garzas devoraban peces dorados, también llegaron unos hombres desnudos que tensaron sus arcos y dispararon flechas rojas hacia lo alto de las arboledas: ese fue su saludo. Me llevaron a conocer su tribu, formada en su mayoría por mujeres que amaban indistintamente a los pocos hombres para conservarse embarazadas.

Esa tarde comimos la carne del caimán y bebimos los ácidos licores de frutas deslumbrantes. Con la luz del crepúsculo y el canto de reiterativo de los niños se inició una danza en la que todos los varones se desplazaban en círculos para ser elegidos por las mujeres impacientes. Antes de quedar sumido en la embriaguez, alcancé a mirar el inicio de aquel ceremonial de cópulas.

Con el llegar de cada noche, todos los participantes en el rito de la fecundación duermen y sueñan; las mujeres que no pudieron atrapar macho, para encontrar paz, se quedan mirando largamente la luz de las estrellas.

Por las edades de los niños que se asombran con ojos parecidos a los míos, puedo calcular el número de inviernos transcurridos en el país que un día abandoné para perderme en este infierno de torturante fecundidad.

Roberto Bañuelas
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 307

Historia de un polígamo perdido

Ya comenzaban a circular las participaciones matrimoniales cuando invitó a su novia a la feria donde se exhibían monstruosos y prodigios. Gustaron golosinas y rieron gracejadas; giraron en círculos y volaron como pájaros.

Su regocijo los llevó a la casa de los espejos, laberinto donde se multiplicaron en formas, colores y movimientos. Él, polígamo fatal de vocación, caminó espejos adentro, abrazando a todas las mujeres iguales a su prometida.

Aunque ella logró salir después de penosas tentativas, él quedó prisionero en un juego de azogue, perdido en un harén de imágenes lucífugas.

Roberto Bañuelas
No. 65, Junio-Julio 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 673

Esa tarde

El emisario llegó acompañado de dos hombres oscuros y ciertos resplandores —la pistola, casquillos de oro en los dientes (“uno pr cada cristiano”) y una luz fría que flotaba en sus ojos mientras hablaba—: “Óyeme bien, Mateo: dice el señor gobernador que no vuelvas a levantar más polvo con tus discursitos”

Esa tarde Mateo habló a los huelguistas. Al final de su discurso, cuando se sentía dueño de todas las palabras, un estallido le quebró el mundo, los sonidos, la luz…

Roberto Bañuelas
No. 65, Junio-Julio 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 604