Dionisiaca

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Llegábamos entonces a un paraje en que la espesura de los girasoles nos resguardaba de las miradas de los caminantes y en que sólo quedábamos expuestos a esa otra mirada calcinante y enceguecedora del sol ante la que nos desnudábamos y mientras ella continúa hablando de las mismas cosas yo miraba su cuerpo, analizaba detenidamente esa blancura perfecta, las longitudes armoniosas de esa carne que se estremecía rimando lentamente sus movimientos con el vaivén acompasado de las enormes corolas movidas por la brisa. A veces, con el pretexto de jugar con su gruesa trenza rubia, tocaba furtivamente con las puntas de mis dedos la piel de sus hombros, de su cuello, de su cintura sin comprender que, a ciegas, mis manos entraban en contacto con un misterio supremo, indescifrable en su apariencia de claridad. Schwester Anne Marie se tendía sobre la hierba, abierta como otra flor al sol ardiente y lejano y, mirando pasar las nubes, sus labios acariciaban los bordes de la armónica produciendo canciones sin sentido.

Salvador Elizondo
No. 21, Marzo 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 251

El perfil del estípite

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Es la hora en que el gato se relame los visos con ríspida lengua. Intempestivamente la escritura agitada del gorrión salpica el cuaderno rayado de la jaula y su nota agridulce y repentina turba el minucioso discurso del reloj. Las blancas geometrías de la ventana se postulan abiertas contra el gran muro que apenas las resuelve y por el que resbala la cuña líquida del cielo azul.

Es el momento justo, no más; el instante en el que todo el filo del sol se abate allí, sobre el perfil preciso de la palabra estípite.

Salvador Elizondo
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 425

El objeto

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A primera vista diríase que la cualidad fundamental del objeto es su inexistencia. Pero allí está: esbelto, repulido, desgastado de edades costrosas, domésticas, maternales; culoteado y reciente —caliginoso en sus resquicios menudos, ligeramente amarillados en la boca ávida de sus pequeñas cánulas retorcidas. La cavidad vesicular que hay en su interior es muy suave. Cuando chorrea sangre sus complicadas lubricaciones interiores se contorsionan como vísceras y como éstas parecen envueltas en rosados tegumentos. Esto es muy extraño porque el objeto está fabricado casi todo de hierro y de basalto. Su función, modificadora del ser le confiere por necesidad las más distintas apariencias según de donde se le observe; asemeja entonces deslumbrantes síntesis de cosas imaginadas o vilmente inventadas que se confunden tan violentamente entre sí, que de esa conjugación atroz se forma un solo objeto ulterior al que creímos estar observando y más real que ese, que es éste que tenemos aquí delante. Esponjoso y turbio a veces y otras mineral, adamantino el objeto se presenta inequívocamente como el resultado erróneo de una operación torpe del espíritu; como si su condición esencial fuera la de no poder ser concebido más que como un error; un objeto que es más un hecho inconsumado que una cosa y más un simulacro de una cosa que un hecho

Salvador Elizondo
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 382

La Sra. Rodriguez de Cibolain

La casa dela Sra. Rodríguez  de Cibolain siempre le ha provocado, no bien traspone el umbral, la sensación de ser otro; otro que ciertamente no es él, sino alguien que habita provisto de una modalidad óntica imprecisa, esa casa lujosa, lóbrega y deteriorada; alguien de cuya experiencia emana, a su vez una radiación o quizás un aroma expansivo y horrible. Se trata probablemente del espíritu primario de alguna entidad misteriosa, infamemente vinculada con el ser de la señora Rodríguez de Cobolain que hace posible, por una manipulación inefable de la esencia, que la señora pueda infundir su propia naturaleza a todos aquellos que penetran en ese espacio en el que su mirada impera como un espíritu glauco, inquietante, capaz de transformar a unos de otros y a otros en ella.

Salvador Elizondo
No. 48, Septiembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 271

Aviso

i. m. Julio Torri

La isla prodigiosa surgió en el horizonte como una crátera colmada de lirios y de rosas. Hacia el mediodía comencé a escuchar las notas inquietantes de aquel canto mágico.

Había desoído los prudentes consejos de la diosa y deseaba con toda mi alma descender allí. No sellé con panal los laberintos de mis orejas ni dejé que mis esforzados compañeros me amarraran al mástil.

Hice virar hacia la isla y pronto pude distinguir sus voces con toda claridad. No decían nada, solamente cantaban. Sus cuerpos relucientes se nos mostraban como una presa magnífica.

Entonces decidí saltar sobre la barda y nadar hasta la playa.

Y yo, oh dioses, que he bajado a las cavernas de Hades y que he cruzado el campo de asfódelos dos veces, me vi deparado en este destino de un viaje lleno de peligros.

Cuando desperté en brazos de aquellos seres que el deseo había hecho aparecer tantas veces de este lado de mis párpados  durante las largas vigías del asedio, era presa del más agudo espanto. Lancé un grito afilado como una jabalina.

Oh dioses, yo que iba dispuesto a naufragar en un jardín de delicias, cambié libertad y patria por el prestigio de la isla infame y legendaria.

Sabedlo, navegantes: el canto de las sirenas es estúpido y monótono, su conversación aburrida e incesante; sus cuerpos están cubiertos de escamas, erizados de algas y sargazo. Su carne huele a pescado.

Salvador Elizondo
No. 48, Septiembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 263

Salvador Elizondo

Salvador Elizondo

 

Salvador Elizondo Alcalde (Ciudad de México; 19 de diciembre de 1932- 29 de marzo de 2006) fue un escritor, traductor y crítico literario mexicano, autor de novelas como Farabeuf o la crónica de un instante, El hipogeo secreto y Narda o el verano, y de reputados relatos breves, como El grafógrafo. Fue considerado el escritor más original y vanguardista de la generación de los años 60 en México. Desarrolló un estilo literario cosmopolita, al margen de las corrientes realistas y nacionalistas que imperaban en la época, con importantes influencias de autores como James Joyce o Ezra Pound.

Nació en la Ciudadde México el 19 de diciembre de 1932, hijo de Salvador Elizondo Pani, diplomático y productor de cine. Desde muy joven tuvo contacto con el cine y la literatura. De niño vivió varios años en Alemania, antes de la Segunda GuerraMundial, y cursó tres años en una escuela militar de California. Realizó estudios de artes plásticas en la Ciudadde México y de literatura en las universidades de Ottawa, Cambridge, La Sorbona, Peruggia y la UNAM. Fuefundador de las revistas SNOB y NuevoCine, y colaborador de las revistas Vuelta, Plural y Siempre, entre otras.

En 1965 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por su novela Farabeuf o la crónica de un instante. Fue becario fundador en El Colegio de México, en donde cursó estudios de lengua china. Fue catedrático dela UNAM y becario dela Fundación Ford para cursar estudios en Nueva York y en San Francisco, Becario del Centro Mexicano de Escritores 1963-1964, y becario también dela Fundación Guggenheim 1968-1969.

En 1990 recibió el Premio Nacional de Literatura. Fue miembro, a partir de 1976, dela Academia Mexicanadela Lengua, tomó posesión de la silla XXI el 23 de octubre de 1980. El 29 de abril de 1981 ingresó a El Colegio Nacional con el discurso de «Joyce y Conrad». Estuvo casado en primeras nupcias con Michele Alban, con quien tuvo dos hijas: Mariana y Pía Elizondo; su segundo matrimonio fue con la fotógrafa mexicana Paulina Lavista.

Es el segundo escritor mexicano después de Octavio Paz en haber recibido a su muerte un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes.[1]