De amor

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—Oh el amor ¿sabes?… el cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es una enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte y ¡ese su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes? es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y muy majestuosa mucho más alta que la vida riente que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos— porque es la historia, y la nobleza, y la piedad, y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies… De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor del cuerpo son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espanto y vergüenza de sí mismo. Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo. ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena el secreto febril de la vida y de la podredumbre!

Thomas Mann en La Linterna Mágica
No. 24, Junio – Julio 1967
Tomo IV – Año IV
Pág. 535

La vida

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No era ni siquiera materia y no era espíritu. Era algo entre los dos, un fenómeno llevado por la materia, semejante al arco iris sobre la catarata, y semejante a la llama. Pero, aunque no sacase nada de la materia, era sensual hasta la voluptuosidad y hasta la repugnancia, el impudor de la naturaleza convertida en sensitiva y sensible a ella misma, era la forma impúdica del ser. Era una veleidad secreta y sensual en el frío casto del universo, una impureza íntimamente voluptuosa de nutrición y excreción, un soplo excretor de ácido carbónico y de sustancias nocivas de procedencia y de naturaleza desconocidas. Era la vegetación, el desarrollo y la proliferación de algo hinchado, hecho de agua, de albúmina, de sal y de grasas, que se llama carne y que se convierte en forma, imagen y belleza, pero que es el principio de la sensualidad y del deseo. Pues esta forma, esta belleza, no es llevada por el espíritu, como en las obras de la poesía y de la música; no es tampoco llevada por una sustancia neutra y espiritualmente absorbida, por una sustancia que encarne el espíritu de una manera inocente, como se manifiestan la forma y la belleza de las obras plásticas. Es, por el contrario, llevada y desarrollada por la sustancia que despierta, de una manera desconocida, a la voluptuosidad, por la misma materia orgánica que vive descomponiéndose, por la carne perfumada…

Thomas Mann
No. 32, Septiembre 1968
Tomo V – Año V
Pág. 795

Thomas Mann

Thomas Mann

Thomas Mann
(Lübeck, 1875 – Kilchberg, 1955)
Escritor alemán, premio Nobel en 1929. Criado en Lübeck en el seno de una familia patricia, a la muerte de su padre en 1893 siguió a su madre a Munich, donde trabajó como aprendiz en una compañía de seguros. Más tarde, aprovechando en parte las relaciones de su hermano Heinrich, colaboró con varias revistas, entre ellas Simplizissimus. De 1895 a 1897 estuvo en Italia, acompañando a su hermano.
En su juventud, su postura quedó reflejada en lasConsideraciones de un apolítico, planteadas en gran medida contra el Zola, que había publicado precisamente Heinrich. En 1933, aprovechando una gira de conferencias, y siguiendo el consejo de sus hijos, no volvió a Alemania, sino que se exilió primero en Sanary-sur-Mer, cerca de Marsella, y luego en Küsnacht, junto a Zurich. En esa época no se definió políticamente, se mantuvo apartado de los círculos de exiliados e incluso prometió al ministerio de Propaganda alemán, en 1933, abstenerse de manifestaciones políticas, pues no quería hacer peligrar la relación con sus lectores alemanes ni la edición de José y sus hermanos.
En 1938 se trasladó a California, donde residió hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí dio una serie de charlas radiofónicas de propaganda para la BBC bajo el apelativo común de Deutsche Hörer (1940-1945, ¡Oyentes alemanes!) y diversas conferencias de orientación antifascista. En 1947 visitó Alemania y participó en la primera reunión de posguerra del PEN-Club en Zurich. En 1952, decepcionado por la situación en Estados Unidos a raíz de la muerte de Franklin D. Roosevelt, volvió a Europa y se estableció de nuevo en Suiza, vastamente honrado a partir de allí por sus conciudadanos alemanes.
La producción literaria de Mann fue enorme y, de entre ella, merece destacarse cronológicamente Los Buddenbrook (1901), novela subtitulada «decadencia de una familia», que narra precisamente el progresivo declive de una estirpe hanseática en el curso del siglo XIX, sobre el fondo de los procesos de cambio sociológico producidos en esa época. Escrita bajo la influencia del radicalismo cultural de Nietzsche, en sus páginas aparece la oposición entre mundo y arte, lo que será un tema recurrente en el autor.
Tonio Kröger (1903), relato publicado conjuntamente con otros varios, es la biografía de un artista, temáticamente muy cercana a Los Buddenbrook, y, según confesión del propio Mann, la obra que afectivamente le era más próxima. En la novela Alteza real (1909), el heredero de un pequeño principado alemán se casa con la hija de un millonario estadounidense, con lo que sanea el erario y, a la vez, da un sentido a su propia existencia, hasta entonces meramente decorativa: se trata de una «comedia en forma novelesca», narrada con simpática ironía.
La muerte en Venecia (1913), sin duda la más acabada síntesis de la poética del autor, y una cumbre en el género de la novela breve, presenta a través de sus protagonistas, el músico moribundo y el joven Tadzio, una sutil relación dialécticta entre el apogeo de la belleza y la inevitable presencia de la muerte. En La montaña mágica (1924), vasta novela comenzada en 1912, que pretendía en un principio ser una especie de sátira de La muerte en Venecia,Hans Castorp, patricio alemán internado siete años en un sanatorio pulmonar internacional suizo, vive un proceso formativo: con la excusa de las varias conversaciones que se entrecruzan en ese mundo cerrado, Mann intercala una serie de ensayos sobre múltiples cuestiones y traza un cuadro minucioso de la sociedad europea anterior a la Primera Guerra Mundial.
La tetralogía José y sus hermanos (1933-1943), recreación del relato bíblico pero sin ninguna pretensión de historicidad, refleja la evolución del pensamiento del autor desde el irracionalismo del período 1914-1918, pasando por la democracia burguesa de la década de 1920 y los planteamientos condicionadamente socialistas de la de 1930, hasta su admiración por el New Deal de Roosevelt, que se hace evidente en la última de las cuatro novelas, cuyo eje gira en torno a la síntesis entre cuerpo y espíritu.
En Carlota en Weimar(1939), donde se relata el reencuentro de Goethe, en la culminación de su vida, con Carlota, su amante de juventud, Mann dibuja al representante del clasicismo alemán como el artista que ha logrado la armoniosa fusión en sí mismo entre las personalidades del poeta y el ciudadano.Doctor Faustus(1947), considerada unánimemente su obra maestra, señala en el subtítulo que se trata de «La vida del compositor alemán Adrian Leverkühn narrada por un amigo». Centrada en el carácter ambivalente del dotado compositor, que cae en manos del diablo, refleja la decadencia y una mezcla de culpa e incapacidad de la sociedad burguesa alemana, desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, con una madurez que elude la facilidad de las conclusiones.
Confesiones del aventurero Félix Krull(1954), finalmente, es una renovación de la novela picaresca y al mismo tiempo parodia de la tradicional «novela de formación» alemana. El seductor Félix, hijo de un fabricante de vinos espumosos, cambia nombre y rol social con un aristócrata en un hotel de París, donde hacía su aprendizaje y se va, en lugar de aquel, de viaje por el mundo. El argumento reanuda un tema básico de Mann: la decadencia y la degeneración no sólo son fronterizas del crimen, sino también una posibilidad de ampliar los límites de la existencia. Como acompañamiento de su obra narrativa, aparte de un único drama, Fiorenza(1906), Thomas Mann fue asimismo autor de una ingente producción ensayística.

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/mann.htm

El tiempo

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¿Qué es el tiempo? Un misterio sin realidad propia y omnipotente. Es una condición del mundo fenomenal, un movimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento. Pero ¿habría tiempo si no hubiese movimiento? ¿Habría movimiento si no hubiese tiempo? ¡Es inútil continuar preguntando! ¿Es el tiempo función del espacio? ¿O es lo contrario? ¿Son ambos una misma cosa? ¡Es inútil seguir preguntando! El tiempo es activo, produce. ¿Qué produce? Produce el cambio. El ahora no es el entonces, el aquí no es el allí, pues entre ambas cosas existe siempre el movimiento. Pero como el movimiento por el cual se mide el tiempo es circular y se cierra sobre sí mismo, ese movimiento y ese cambio se podrían calificar perfectamente de reposo y de inmovilidad. El entonces se repite sin cesar en el ahora, y el allá se repite en el aquí. Y como, por otra parte, a pesar de los más desesperados esfuerzos, no se ha podido representar un tiempo finito, ni un espacio limitado, se ha decidido creer que el tiempo y el espacio son eternos e infinitos con la esperanza de conseguir una explicación un poco más perfecta. Pero al establecer el postulado de lo eterno y de lo infinito, ¿no se destruye lógica y matemáticamente todo lo finito y todo lo limitado? ¿No queda todo reducido a cero? ¿Es posible una sucesión de lo eterno? ¿Es posible una superposición en lo infinito? ¿Cómo poner de acuerdo estas hipótesis auxiliares de lo eterno y de lo infinito con los conceptos de distancia, movimiento y cambio? ¿No queda más que la presencia de los cuerpos limitados en el universo? ¡Es inútil preguntar!

Thomas Mann
No. 32, Septiembre 1968
Tomo V – Año V
Pág. 771