—Oh el amor ¿sabes?… el cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es una enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte y ¡ese su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes? es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y muy majestuosa mucho más alta que la vida riente que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos— porque es la historia, y la nobleza, y la piedad, y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies… De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor del cuerpo son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espanto y vergüenza de sí mismo. Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo. ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena el secreto febril de la vida y de la podredumbre!
Thomas Mann en La Linterna Mágica
No. 24, Junio – Julio 1967
Tomo IV – Año IV
Pág. 535