Mi unicornio azul
ayer se me perdió
S. R.
Habíanlo secuestrado.
Fueron los gnomos. Sí: esos mismos que llegaron a la ciudad en el otoño del 43 sin que nadie supiera. Gnomos azules, negros y amarillos; rojos, verdes y ocres apoderándose de la ciudad a través de las azoteas, las ventanas, quicios, cerraduras, llaves de cristal, llaves de oro, libros místicos, libros mal escritos, máquinas de escribir sin acento, acentos sobreesdrújulos en las palabras graves, palabras de ensoñación, palabras de aburrimiento… En los sitios más inimaginables habitaban los gnomos y se reproducían en orgías de estruendo y sobriedad.
Entonces en un llamado telefónico exigían no avisar a las autoridades y fijaron las condiciones para la devolución: entregar treinta monedas en la avenida de la Desolación, justo en el segundo del vésper: cualquier error arriesgaría la vida de mi unicornio azul.
Y cumplí. Cumplí en silencio y pleno de mi terror. Entregué las monedas sin demandar contrarrecibo, sin reproche alguno, aceptando sus condiciones de niños perversos cuya única tarea vital en este universo es envejecer y embromar al mundo.
Pero ellos no cumplieron entonces. Tomaron el dinero del rescate y desaparecieron justo cuando concluyó el vésper para dar inicio a una noche sin luna.
Cuando regresé a casa, él estaba allí; rodeado por mis dos hijos que lloraban de alegría y trataban de curarle de todas sus heridas y sufrimientos. Mi unicornio azul, allí, a mitad de la sala, sin su cuerno de marfil, otra vez entre nosotros.
Eduardo Osorio
No. 125, Enero-Marzo 1993
Tomo XXII – Año XXVIII
Pág. 46