Lilly Souflé se mira los senos.
Se para de puntitas, inclina el rostro hacia adelante, las nalgas hacia atrás y admira el balanceo desde arriba: cúpulas voluminosas y tersas, pezones besitos de chocolate.
De frente, en el espejo, hay un suave bamboleo: montes henchidos, peritas en dulce.
Luego se observa de perfil. Dos caídas de miel le desbordan los hombros y estallan sobre sus costillas: enormes burbujas ámbar.
Orgullosa, orgullosísima, Lilly da unos saltitos y las redondeces se agitan. No resiste la tentación; palpa con sus dedos la rotunda evidencia del peso, la consistencia y el calor mullido, la firmeza altiva de esa carne plena y sugerente.
Lilly se tiende por fin en la cama y su amante la recibe fascinado, la estrecha ardorosamente y luego, con la humedad de sus labios, rinde sin saberlo un efusivo y prolongado homenaje a los gigantescos adelantos de la química, al impresionante desarrollo de los silicatos, a la bendita patente de la bolsa “Silastic” (MR), y a la prodigiosa habilidad del cirujano Martínez Aldana.
Agustín Tapia
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 197