El loco

Pues, como le iba diciendo…

Uno siempre está tratando de complacer, de ayudar a la gente; pero lo que a mí me jode es que nunca se lo agradecen a uno. Por cada favor que uno cree que les está haciendo, por cualquier motivo, sin que uno mismitico lo sepa, ya están hablando sandeces…, de que uno está loco, de que si a uno no lo deben dejar salir por las calles como a las tras personas, de que si a uno lo tienen que tener trancado como a los leones, de que si uno está con sed de sangre…, y veinte sandeces más.

Mira, yo te voy a hacer un cuento de una cosa que me pasó, para que tú puedas ver que lo que yo te digo es verdad. Claro, muchos creen que estoy demente, pero de loco no tengo un pelo.

Hace tiempo, una vez que me escapé del otro sanatorio en que estaba recluido, porque, sabes, tenía ganas de ver las calles llenas de gente, de ver los edificios, de oír el ruido de los autos y pararme ante las vidrieras de las grandes tiendas, pues tenía deseos de soñar en la calle con lo que nunca podré tener, porque me gusta subirme a los altos edificios y porque me gusta tirar a los niños desde allí, para ver como bajan volando y aterrizan, porque me gusta desnucar a las mujeres cuando están en la playa con sus diminutos bikinis, porque siento una tremenda satisfacción cuando con mi navaja de afeitar les corte el pene y los escrotos a esos hombres estúpidos…

Pues, como te iba diciendo…

Uno siempre está tratando de complacer a la gente… no sé… creí que te iba a hacer un cuento, pero se me ha olvidado…

 

Tomás Ortega Álvarez
No. 62, Diciembre 1973 – Enero 1974
Tomo X – Año X
Pág. 295