Fiesta sorpresa

Ayer mi casa era una fiesta. Mis papás invitaron a todo mundo: llegaron parientes, amigos y vecinos, todos muy bien disfrazados. Hubo abrazos, café y coca colas. Mi tía Lola recitó algunos versos de Horacio Quiroga, una prima lejana fingió un desmayo, yo estrené pantalón largo y nadie me mandó a la cama temprano. Todo, gracias a la muerte repentina de mi hermanita.

Juan Manuel Valero
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 318

Juan Manuel Valero
No. 123-124, Julio-Diciembre 1992
Tomo XXI – Año XXIX
Pág. 175

De imaginación fuerte


Dos hombres están sentados en un prado. Uno de ellos imagina que unos anarquistas apresan al Papa, lo llevan ante un muro y lo fusilan. El otro hombre se vuelve:

—¿Qué es eso? ¿No ha oído usted unos disparos?

—Era yo —responde el primero—, que imaginaba que fusilaban al Papa.

Luis Buñuel (del filme La Vía Láctea)
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 429.

El salto de Alvarado


Allá por 1498, la Giralda y la Catedral de Sevilla rivalizaban en hermosura. El único defecto de la Catedral era una viga horizontal que sobresalía del campanario de una se sus esbeltas torres.

Era domingo y casi todos estaban en misa de diez de la mañana. Como los niños se aburrían con los latinajos del Obispo, se escabulleron hacia lo alto del campanario. Entre todos sobresalía uno, esbelto, largo, enteco, pelirrojo. Uno de ellos vio la viga y echó el reto: —Un churro al que se anime a recorrerla hasta la punta, y regrese desafiando el vacío—.

Sin terminar de oír la frase, el pelirrojo empezó a recorrer la viga, un pie delante, el otro atrás, sin vacilaciones. Llegó al extremo, vio al gentío allá abajo, y se dispuso a regresar. Cuando estaba a punto de alcanzar el final, alguien allá abajo lo distrajo con un grito.

Perdió pie y cayo al vacío. En el largo recorrido sintió que cruzaba el Atlántico, conquistaba tierras, diezmaba indios, preñaba indias, fundaba ciudades en nombre de un Imperio.

Maltrecho, desgonzado, malherido, fue rodeado por hombres y mujeres que habían salido despavoridos de la iglesia.

—¿Te duele algo? —le preguntó asustado uno de sus amigos. —El alma —respondió el mozalbete y expiró. El cura, cerrándole los ojos sólo pudo balbucir: —Era intrépido Pedro—.

José Barnoya
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 426

Magias de la miopía


Mi amigo era miope y como por coquetería donjuanesca se negaba a usar lentes le pasó que una mañana que iba por la calle advirtió de pronto en el suelo y al lado suyo una cosa blanca y larga y ondulante que fluía como un arroyuelo de leche y esto despertó su curiosidad y se puso a seguir tan curioso fenómeno y así recorrió y cruzó calles y más calles y finalmente entró bajo una gran puerta a un enorme ámbito en semioscuridad donde brillaban pequeñas luces en medio de una música majestuosa y allí aparecía concluir aquel fluir de lo blanco que ahora se alzaba vertical y tomaba la forma de una figura femenina que lo cogió de la mano al tiempo que sonaba una grave y solemne voz que decía:
—Os declaro marido y mujer.

José de la Colina
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 423

Fratricidio

Una vez consumado el acto justiciero, con el corazón tembloroso, Caín sintió la urgencia de ahogar un brote traidor de remordimientos en la letra firme, segura, del anónimo recibido la semana anterior. Hundió la vista en el pequeño, estrujado, sobado, sudado pedazo de papel y volvió a encontrar la paz. La denuncia era tranquilizante, inequívoca: el otro era bastardo, ilegítimo, indigno de la vasta herencia.

Guillermo Farber
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 420

La noche del soltero


Allí estaba otra vez don Salva caído en el insomnio, como un sapo en lo profundo de un pozo, golpeándose la cabeza en su almohada de piedra, casándose, y descasándose, enviudando, y volviéndose a casar con todas las muchachas de Zapotlán, con las de ahora y con las que conoció hace mucho, poniéndoles miles de defectos a unas y a otras, quedándose definitivamente solo en su noche de soltero empedernido; deshojando la inmensa margarita de los enamorados infieles, con ésta sí, con ésta no, con ésta tampoco, con aquella Dios me libre, como si las tuviera a su entera disposición, porque saben que es rico y bien parecido… Todas se le entregan y se le desvanecen, pero Chayo se le resiste a las tres de la mañana y el sultán solitario se duerme pensando en ella, allí en su cama angosta con perillas de latón: “Mañana mismo le voy a decir que se case conmigo”

Juan José Arreola
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 413

Despertar

Cada noche, tres rinocerontes blancos cabalgaban por la llanura inmensa de mis sueños. Pasaban veloces haciendo resonar su blando cuerpo de armadura ignota, resoplando suspiros viejos, inundando de vaho verde mis plantas doloridas y llevándose mi pensamiento a los ayeres no encontrados pero largamente presentidos. Corrían desbocados levantando tenues nubes rojas, y se iban empequeñeciendo hasta desaparecer en las rocas agrestes de aquella montaña: muro cerrado que abría sus grietas afiladas por el viento para tragar por entero a mis tres cabalgaduras blancas. Así, mi pensamiento se vaciaba noche a noche, dejándome dividida entre un presente incierto y un ayer desconocido.

Por eso, en mi último sueño decidí correr tras mi pensamiento, irme con él fuertemente asida a sus lazos infinitos, y así, juntamente con los tres rinocerontes blancos, traspasar la impenetrable roca-muro.

Hoy, me despierto cegada por un reflector hiriente que me recorre, Frente a mí, varios pares de ojos ávidos me observan escrutadores y una voz resuena entre las abras petrificándose en mi alma:

—¡Fantástico! ¡Vean, aquí está una mujer! No cabe duda, estas pinturas rupestres son realmente únicas.

Carolina Castro Padilla
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 406

Carolina Castro Padilla.

ESTUDIOS : Básicos, Instituto de Ciencias de Aguascalientes, 1952-1954; Academia Mercantil en Durango, 1956; Bachillerato y curso de periodismo, 1964; Maestra en Lengua y Literatura Española, Escuela Normal Superior, Guadalajara, Jalisco; Literatura española en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, España; Civilización francesa en La Sorbona, París; Educación abierta, Universidad Pedagógica Nacional.

FECHA NACIMIENTO: 10 mayo de 1938, Aguascalientes.

AREAS DE CONOCIMIENTO: Literatura Infantil.

COLABORA CON: Instituto Cultural de Aguascalientes: El sol del Centro; Universo cultural (dominical) de Hidrocálido; Revista Talleres del ICA; Lecturas de Aguascalientes del INEA; Revista Exedra, del Municipio de Ags; Carabobeño de Venezuela.

INSTITUCION ACTUAL: Instituto Cultural de Aguascalientes (ICA)2000.[1]

Traducción femenina de Homero


Toda la Odisea, con sus viajes, sus naufragios, sus sirenas, sus hierbas mágicas, sus animales míticos, sus palacios misteriosos, sus aventuras y sus desastres es, para Penélope, una inútil y tediosa demora en sus amores con Ulises. Mientras tanto Andrómaca refunfuña: “Que el viejo de Homero cuenta la historia a su manera, Yo daré mi versión. Yo, que la he vivido. Yo, una pobre mujer desdichada. Primero, recuerdo, fue la prohibición de salir de la ciudad. Después tuve que pulir escudos, coser sandalias, fabricar flechas hasta que las manos se me llagaron. Después, vendar heridas que sangraban y supuraban y enterrar a los muertos. Después escasearon los víveres y nos alimentamos de ratas y raíces. Después el ejército enemigo invadió la ciudad y abusó de mí y de mis hijas. Por fin el vencedor me hizo su esclava”.

Marco Denevi
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 391

El asesinato de Lincoln


El 14 de Abril de 1865, en el teatro Ford de Washington, el presidente Lincoln asistía al estreno de una ficción política llamada The Murder of Abraham Lincoln. El escenario del teatro Ford representaba al teatro Ford con todo y plateas, palcoa, foso de la orquesta, y, desde luego, escenario donde se desarrollaba una ficción política llamada The Murder of Abraham Lincoln.

A punto de terminar la obra, el actor John Wilkis Booth, que hacía el papel de John Wilkis Booth, abrió la puerta del palco a la derecha del proscenio y miró a los actores que impresionaban al presidente, a la señora Lincoln, al Mayor Rathbone y a su novia. John Wilkis Booth sacó una pistola marca Derringer y disparó una bala que él supo de salva. El actor que encarnaba a Lincoln se desplomó herido de muerte. John Wilkis Booth se preguntó quién le había hecho esa broma pesada. Trató de huir. Se interpuso el mayor Rathbone. John Wilkis Booth lo hirió con un puñal y salió del palco.

En el Teatro Ford se produjo una confusión total. El público ya estaba muy desconcertado por la obra tan extraña que habían puesto. Abraham Lincoln aprovechó la oportunidad para desaparecer. Quedó en la historia como el emancipador de los esclavos, el hombre que hizo la guerra para liberar a los negros, no por los intereses comerciales del norte industrial contra el sur agrícola.
Ya casi a fines del siglo XIX Lincoln se reía mucho contando esta historia, oculto y viejísimo en su plantación de Fairfax County, Virginia, muy cerca de Washington. Decía que sólo un gobernante asesinado puede preservar su gloria y que si es posible impugnar su genio político nadie nunca podría —si lo supiera— restarle méritos como dramaturgo y director escénico.

José Emilio Pacheco.
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 388

Sueño de conciencia

Fueron las tres de la mañana cuando despertó con una angustia inmensa provocada por una pesadilla, tardó poco en incorporarse y sentado sobre la cama, se llevó las manos al rostro como queriendo borrar de su mente aquellas tormentosas imágenes; un cuarto blanco y él flotando al centro, moviendo las manos con desesperación como tratando de alcanzar el techo.

Volteando hacia abajo, un mar de sangre y una serie de escenas que lo aterraban, por la violencia con que se desarrollaban. Cada instante que pasaba, bajaba más y más, la sangre casi lo alcanzaba, las imágenes cobraban vida y su angustia era mayor.

En un instante se encontraba con los guerrilleros en aquella selva espesa, llevando un machete y ropa verde olivo, caminaba y caminaba tras un grupo de los que siempre consideró terroristas y malvivientes, pero el miedo de perderse y quedarse solo en aquel lugar, lo hacía instintivamente seguir a aquel grupo.

Llegaron a un claro y descansaron en la obscuridad, de sorpresa una serie de luces los alumbraban y comenzaron disparos de metralleta, sólo escuchó que uno del grupo le gritaba: ¡Compa, corre y sálvate, estos sardos nos van a matar! Al momento, sus piernas se movieron sin dirección y se alejaba del lugar.

Se encontró en una población desconocida, en una pequeña choza, los habitantes le ofrecieron agua y comida, él platicó lo acontecido en aquel lugar y nuevamente escuchó gritos de desesperación:¡Compañero, huya de aquí con nosotros, vayamos a la selva a refugiarnos!… Corriendo y volviendo la mirada atrás, veía, cómo con lanzallamas, los sardos quemaban a los niños y mujeres, sin piedad, sin miramientos de ninguna índole.

Ya en la selva nuevamente, caminaba y caminaba, al paso encontraba víboras y los mosquitos lo devoraban, su tensión era enorme.

Platicando con los habitantes de aquella choza, le contaban que la causa que perseguía era la mejor, que no importaban las vidas que se perdieran, con tal que desaparecieran aquellos opresores, aquellos asesinos. En el recorrido cayó en una zanja que se abrió a su paso y volvió a flotar ensangrentado en aquel cuarto blanco, se elevó vertiginosamente dando vueltas, hasta estrellarse con el techo y despertó.

Después de las tres de la mañana y al sacudirse la angustia, durmió profundamente.

En la mañana, se dirigió al trabajo con una actitud decidida y firme. Llegó a su oficina y …

¡Buenos días mi general, quiero presentar mi baja!

Jorge Arturo Castañeda
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 380

Socias

Un millón al contado. Sí, un millón es lo que te corresponde si arreglamos este asunto; ya has visto que soy buena paga, al firmar por supuesto, según dicen música pagada toca mal son. Como siempre: el tres por ciento para ti, y el otro tres para mí. Tu porcentaje es sagrado. Y conste que me debería tocar uno mayor porque en realidad qué arriesgas, nada. Tu trabajo se reduce a un dedazo y ya está, pero bien a bien la que se fleta con las idas de la Ceca a la Meca soy yo. Nomás cuenta lo que llevamos ganado juntas, un dineral, por eso te tengo una fe que no veas. La verdad, desde que somos socias no sé ni de dónde me caen los clientes. La ventaja que tienes conmigo es que no pongo fecha límite, cuando sea tu santísima voluntad. Sólo aquella vez que era urgente, no me quedó otra que presionarte. Los de la promotora están enojados por que no quiero entrarle con ellos a la venta del fraccionamiento. ¿Crees que me importa? Bueno, ya sabes, un millón y sin andarlo pregonando. No sé para qué son esos desplegados: “Gracias por un favor recibido”. Luego sus iniciales, ni siquiera nombre. Y el único que saca beneficio es el periódico. En cambio, lo que yo te doy va directo a los viejitos del asilo, y me quito de andarte prendiendo veladoras, que igual que los desplegados, para nada sirven.

Teresa de Riggen
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 377

El club de los despectivos


Situado detrás de la estación de Austerlitz, este club reunía socios despectivos. Las reuniones eran los lunes y se desarrollaban en un profundo desprecio. El procedimiento era siempre más o menos el mismo: el Presidente lanzaba una mirada despectiva sobre los socios; éstos lo miraban riendo burlonamente, o le volvían ostentosamente la espalda, o escupían al suelo. El Presidente alzaba los hombros y leía muy rápidamente y sin cuidado un texto trivial que luego arrugaba entre las manos. Estas reuniones no podían durar más de unos minutos a causa de la hostilidad que no cesaba de crecer entre los socios, a quienes sólo un mutuo desprecio les impedía pelearse. La situación no podía durar y, en efecto, sólo duró cuatro años, que no es poca cosa.

Chaval (traducción de José de la Colina)
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 370

La vida de una mujer occidental en el siglo XXI


Despertar después de un tranquilo sueño estimulado por un proyector de imágenes beautyful-dreams;

desayuno preparado por una cocinera mecánica, programada para utilizar extractor de jugos, cafetera y sandwichera;

limpieza de la casa: una palanca pone en movimiento a los aparatos que aspiran el polvo y realizan el aseo;

una máquina recoge la ropa sucia y la lleva hasta la lavadora y la planchadora automáticas;

el viaje a la oficina es en un autogiro alimentado por energía solar, conducido por un robot;

al regreso del trabajo la comida está lista en un horno de microondas computarizado;

para distraerse en la tarde, un film en la videocassettera;

va a la cama, allí aguarda su marido inerte, le oprime un botón rojo que indica hacer el amor;

finalmente pone el despertador de música electrónica para el siguiente día recomenzar la rutina.

Rene Avilés Fabila
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 368

El doble


El elegante señor Pelham combatía contra un doble infernal, un ser maligno que tomaba su forma, imitaba su lenguaje, adoptaba sus costumbres, lo sustituía en actos públicos, en todos los lugares, incluso en su domicilio. Deseando suprimir a ese reflejo suyo, el señor Pelham decidió un día realizar un acto anormal, que rompiera con la rutina de sus costumbres y fuera al mismo tiempo tan menor que pudiera escapar a la sagacidad sobrenatural del doble. Compró una corbata chillona, de diseño y colores atroces, se la anudó valientemente y entró en su propia casa, donde sabía que lo esperaba el doble sin esa horrible corbata de la que no podría haber otro ejemplar. Este iba a ser el triunfo del atribulado señor Pelham. La confrontación entre los dos adversarios ocurrió ante el mayordomo del señor Pelham, un hombre que lo había servido cerca de treinta años, y que, desconcertado, no acertaba a distinguir quién era el amo falso y quién el verdadero. Entonces el impostor asestó un argumento aplastante, en la forma de esta pregunta dirigida al sirviente:

—¿Me has visto alguna vez, James, llevar una corbata tan vulgar?

Anthony Armstrong (Versión resumida por José de la Colina)
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 366

Las metamorfosis


Pigmalión, gran escultor de Chipre, creo una estatua más bella que todas las mujeres y todas las obras de arte. La llamó Galatea. Apasionado, la besaba y acariciaba. Galatea no respondía a su creador. En su desesperación Pigmalión rogó a Venus que le diera vida a la estatua. Galatea al fin cedió a sus caricias. Durante unos meses todo fue pasión y placer. Luego empezó la discordia. Llegaron los celos, el egoísmo, los rencores. Pigmalión y Galatea acabaron por separarse. Ahora se odian y cuando se encuentran en algún lado no se dirigen la palabra.

José Emilio Pacheco
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 363

La cola


Esa noche de estreno, fuera del cine, a partir de la taquilla la gente ha ido formando una fila desordenada que desciende las escalinatas y se alarga sobre la acera junto a la pared, pasa frente al puesto de dulces y el de revistas y periódicos, extensa culebra de mil cabezas, víbora ondulante de colores diversos vestida de suéteres y chamarras, nauyaca inquieta que se contorsiona a lo largo de la calle y da vuelta en la esquina, boa enorme que mueve su cuerpo ansioso azotando la banqueta, invadiendo la calle, enrollada a los automóviles, interrumpiendo el tráfico, trepando por el muro, sobre las cornisas, adelgazándose en el aire, su cola de cascabel introduciéndose por una ventana del segundo piso, a espaldas de una mujer linda que toma un café melancólico ante una mesa redonda, una mujer que escucha solitaria el rumor del gentío de la calle y percibe un fino cascabeleo que rompe de pronto su aire de pesadumbre, lo abrillanta y le ayuda a cobrar una débil luz de alegría. Recuerda entonces aquellos días de felicidad y amor, de sensualidad nocturna y manos sobre su cuerpo firme y bien formado. Abre paulatinamente las piernas, se acaricia el pubis que ya está húmedo, se quita lentamente las pantimedias, la pantaleta, y permite que la punta de la cola, enredada a una pata de la silla y erecta bajo la mesa, la posea.

Guillermo Samperio
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 358

Información

Y ahora, el estado del tiempo: Se espera un brusco ascenso de la temperatura en la meseta central del panorama político, con fuertes nublados en la perspectiva económica y chubascos aislados en el Congreso, la Federación Sindical y los gobiernos estatales. Se recomienda no salir a la calle sin paraguas, credencial del Partido y chaleco contra balas.

Guillermo Farber
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 360

Orillas del Escamandro


Atravesaron en hondas naves el mar. Desembarcaron a orillas del Escamandro y durante diez años mantuvieron el sitio de la ciudad. Tras miles de combates y muertes penetraron en Troya mediante un ardid y la tomaron a sangre y fuego. Buscaron por todas partes a Helena. Al no encontrarla comprendieron que la causante de la guerra sólo había existido en la imaginación de un poeta ciego.

José Emilio Pacheco
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 355