El motivo

136-137 top

De nuevo te descubro frente al espejo cuando apenas amanece; has saltado de la cama creyéndome dormido, ignorando por completo que me encuentro aquí. Tan ausente te encuentras, tan ensimismada, en eso que se ha posesionado de ti, arrancándote de mi propia posesión, que por primera vez me siento desplazado.

Desnuda, a contraluz frente a la ventana, te estiras en un obstinado ritual de tu cuerpo y tu perfil me muestra el motivo que lentamente me ha ido sacando de ti: tu vientre con cinco meses de una nueva vida en su interior.

Deslizas las manos por esa inflamación que te hace brillar los ojos, enfatizando la plática que lleva no sé cuánto tiempo, la melancólica conversación hacia tu interior, el estrecho diálogo entre tu hijo y tú.

Acaricias la imagen de tu rostro en el espejo y con dulzura la reconoces tuya; sonríes, ganándole la batalla a la perseverante extraña que ocupaba tu lugar. Algo se mueve en tus entrañas reclamando atención inmediata y te pierdes en la observación de las señales de vida que un misterioso inquilino insiste en enviarte.

La fuerza que emanas ahora, contradice la ternura de tu mirada y la quebradiza delgadez de tu cuerpo que inspiraba los más recónditos deseos de protección; y ¡qué ironía!, en estos momentos eres tú quien protege.

Reparas en mi presencia y me sonríes con la picardía de una niña que se ha descubierto a la mitad de una travesura. Eres la vida misma y me has sonreído. El sentimiento de abandono se sacude junto con la modorra y me haces tu cómplice: “Está pateando, ¿quieres sentirlo?”

Tomas mi mano entre las tuyas, la paseas por tu vientre y nos perdemos en la observación de las señales de vida que el misterioso inquilino insiste en enviarnos.

Maritza Oropeza
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 118