Dios, soy Sili. Quiero pedirte perdón por todas las cosas horribles que he hecho desde el día que comulgué. Perdóname por escuchar las groserías de Rosa, por haber espiado al suizo, por verle su sexo a Daniel y por desnudarme en la azotea y tocar mi cuerpo. Sé que son cosas malas, pero no entiendo, Diosito, por qué son tan bonitas.
Estoy triste porque ya no podré comulgar nunca, pues el padre no me va a perdonar tantos pecados, además de que ni siquiera me atrevo a contárselos. Ahora tú y yo vamos a estar separados. Ya no aspiro a ser buena como Sab, ahora voy a ser una niña triste porque mi alma no está limpia y tú no puedes perdonarme. Aunque si quisieras sí podrías perdonarme, sin que los curas se enteren, pero yo no lo voy a saber porque tú no hablas, ni escribes, ni te apareces.
Quiero decirte, Jesús, que pienso mucho en ti y que sí me arrepiento. Por favor, te lo ruego, perdóname. Ya no te prometo ser buena porque eso es imposible. Tú te das cuenta de que sin querer cometo pecados y que sufro por eso. Mira, te prometo rezar, ir a la iglesia y amarte mucho, mucho.
Diosito, no hubieras inventado a los sacerdotes; mejor hubieras hecho una fuente en donde nacieran solitas millones de hostias y todos los que nos arrepentimos y creemos en ti fuéramos a comulgar. Qué padre sería que sólo tú oyeras mis pecados y que me perdonaras sin ponerme penitencia ni castigos; que me perdonaras sólo porque me quieres y yo te quiero y somos amigos. Pero como no es así y tengo que confesarme con esos señores, pues me quedo lejos de ti, triste, muy triste.
Silvia Castillejos
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 109