Milagro

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Era una ciudad de la tierra, y niño hacía con sus amigos los estériles trabajos de las travesuras. Y así uno y otro día. Una mañana, cansado de los mismos juegos, propuso jugar “Tinguibidoo”. Dos niños juntaron los brazos para formar la silla, y una vez formada, fue Vicente quien se sentó en ella, y precedido de rezos dieron vueltas en torno de un templo imaginario. Pasados los brazos de cansancio, quisieron bajarlo; pero el santo de mentiras ya era verdadero. Convertido en madera, sus carnes estaban rígidas. Desde ese día se le veneró en mi tierra.

Andrés Henestrosa
No. 131, Octubre-Diciembre 1995
Tomo XXVI – Año XXXI
Pág. 93

Andrés Henestrosa

Andrés Henestrosa

Andrés Henestrosa nació el 30 de noviembre de 1906, en el rancho de una familia donde conviven las tres sangres substantivas de México: la india, la blanca, la negra, además de la huave y la filipina.

Entre Ixhuatán y el mar (Oaxaca), vive sus primeros seis años de edad, asombrado por el vasto horizonte y las maravillas de la naturaleza que lo rodea.

Estudio la primaria en Juchitán, Oaxaca; a los doce años, una gitana o húngara le dijo que viviría catorce veces seis años. También le pronosticó que se iría de aquel pueblo a otro que estaba muy lejos, más allá de las montañas y de los mares. Le pronosticó que cambiaría de ropa y se pondría zapatos, corbata y sombrero, que llevaría libros bajo el brazo, que aprendería otro idioma y que sería famoso.

A la edad de 15 años, se trasladó a la ciudad de México en busca de José Vasconcelos, entonces secretario de Educación Pública durante la presidencia de Álvaro Obregón, para pedirle asistido por un intérprete (sólo hablaba lenguas indígenas) que le traduce del zapoteco al español una beca. Su petición fue concedida por lo que estudió durante un año enla Escuela Normal de Maestros, ahí tuvo la oportunidad de aprender y dominar el español.

En 1924 se incorporó ala Escuela Nacional Preparatoria en la que se graduó Bachiller en Ciencias y Artes. Posteriormente se inscribió en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde cursó la carrera de Licenciado en Derecho, sin graduarse. Al mismo tiempo fue alumno de la Facultadde Filosofía y Letras de la Universidad Nacionalde México.

Desde que llegó a la Ciudadde México pasó por grandes penurias pero también vivió grandes aventuras; afortunadamente dos grandes personajes lo acogieron, primero el pintor Manuel Rodríguez Lozano (1895-1971) y luego Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), quien decide darle una formación literaria y lo lleva a vivir a su casa para traducirle noche a noche y de viva voz obras del inglés, el francés y el italiano.

En 1927 y a sugerencia de su maestro Antonio Caso, comenzó a escribir lo que sería la base de su primer gran obra «Los hombres que dispersó la danza» y la cual fue publicada en 1929.En este libro recreó e inventó, en prosa llena de brío y eficacia narrativa, mitos, leyendas y fábulas de su tierra zapoteca tomados del acervo popular.

En 1929 participó activamente en la campaña presidencial de José Vasconcelos, esto le permitió recorrer una gran parte del país, y al mismo tiempo que leía, escribía cartas a sus amigos haciéndoles descripciones de pueblos y crónicas de la gira electoral. Sin embargo, de esos escritos muy poco se salvó al publicarse en periódicos y revistas de aquella época.

En 1936, fue becado por la Fundación Guggenheimde Nueva York para realizar estudios sobre la culturas zapoteca; para ello recorrió varias partes de Estados Unidos ( Berkeley, California, Chicago, Illinois, Nueva Orleáns, Louisiana, Nueva York), investigando en archivos y bibliotecas; ese arduo trabajo resultó en la fonetización del idioma zapoteco, la creación de su alfabeto y un Diccionario Zapoteco-Español.

Considerado un hombre de gran frescura y nobleza, sumamente orgulloso de sus raíces indígenas; durante su viaje a la Unión americana, en Nueva Orleáns específicamente, por el año de 1937, escribió «El Retrato de mi madre» (carta a Ruth Dworkin), que junto con la Visiónde Anáhuac de Alfonso Reyes, y Canek de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana de entre las más hermosas de nuestra literatura y la más veces editada.

En 1940, Andrés se casó con Alfa Ríos en Juchitán. Esa fiesta es una de las páginas más ricas en su vida y en las de la literatura mexicana. La ceremonia fue objeto de fantásticas crónicas como la de Agustín Yáñez, descrita en Espejismo de Juchitán, y en Luis Cardoza y Aragón, quien evoca esa fiesta donde el ser mexicano cobra un aire de oriente.

En 1941 nace Cibeles Henestrosa Ríos, hija única de ambos, quien con gran devoción se ocupa del escritor, una vez fallecida su madre.

Formó parte de la Academia Mexicanadela Lengua el 23 de octubre de 1964 como miembro numerario, ocupando la silla 23. En este organismo de 1965 a 2000 ocupó el cargo de bibliotecario.

Cargos académicos y políticos

Fue maestro de Lengua y Literatura en la UNAMy en la Escuela Normal de la SEP.
Asi también se destacó por ser Jefe de Departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes.

En la política se desempeñó como Diputado Federal de la República en cinco legislaturas. En 1982 fue electo senador por Oaxaca por el Partido Revolucionario Institucional en la LII y LIII legislatura.

A la edad de 101 años, Andrés Henestrosa muere en la Ciudadde México el 10 de enero de 2008 por complicaciones de la neumonía que padecía.[1]

 

La abeja


No era sábado, no era domingo: era un día que los calendarios no recogieron. Ya estaba todo hecho. Las aves, los peces, los animales, el hombre, las rosas, todo estaba hecho. Pero algo faltaba: faltaba la abeja. Los hombres tenían la sal, pero no el azúcar y Dios quiso hacer a las abejas para que trabajaran la miel, que fue el azúcar de los primitivos.

Juntó arcilla rubia de las márgenes de los ríos, y un poquito de sal y un poquito de polen; cargado de estos menesteres, se acercó a la orilla del mar, que en todo ha de estar presente.

Trabajaba el artífice. Salida de sus manos la pareja de cada especie, era expuesta al sol para secarse, y, seca, la brisa se levantaba y la perdía en el azul de la mañana.

Pero el diablo no duerme, trabajaba tanto como Dios. Fue acercándose a la orilla del mar para interrumpir, en lo que pudiera, la obra del creador. Estaban sobre la arena que de tan blanca parecía polvo de perlas, la abeja y el abejón, y el diablo los partió por la mitad. Viendo aquello, Dios tomó las dos partes, las afiló y, anudándolas, las lanzó con su soplo hacia la lumbre del mediodía.
Por eso las abejas tienen el tallo delgado y de todos los insectos son aquellos en quienes el ruido de las alas es más sonoro y musical. Es que el soplo del Señor persiste en sus alas. Y, volando en torno de las flores, resplandecen.

Andrés Henestrosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 634