Fernando de Pulgar

Fernando de Pulgar

Fernando o Hernando del Pulgar

(ca. 1430-ca. 1493).

Escritor e historiador español nacido hacia 1430 (se cree que en Toledo, hijo de judíos conversos) y muerto hacia 1493. Era de origen hebreo. Se educó en la corte de Enrique IV e indudablemente gozó del favor real; parece ser que actuó como embajador de la corte de Luis XI en Roma.

Al subir al trono Isabel le nombró secretario, y, al año siguiente, de nuevo viajó a Francia para comunicar la muerte de Enrique IV y para negociar el matrimonio del delfín Carlos con la hija de los Reyes Católicos. Retirado de la política y de la corte desde 1479, fue llamado por Isabel la Católica, en 1482, para ocupar el cargo de cronista. Como historiador tampoco fue original en la concepción de su obra, que es una imitación, en la forma, de Tito Livio y otros historiadores de Roma, especialmente en lo referente a intercalar discursos y razonamientos. En este estilo está escrita su Crónica de los muy altos y esclarecidos reyes Cathólicos don Fernando y doña Ysabel, historia incompleta y no muy exacta del reinado de los Reyes Católicos, que comprende desde 1468 a 1490; está dividida en tres libros, de los que el último está dedicado a la guerra de Granada, también incompleta, pues ésta finalizó en 1492.

Otras obras suyas son: Letras, las Glosas a las coplas de Mingo Revulgo, la Relación de los reyes de Granada y los Claros varones de Castilla. Escribió además 32 Cartas a distintos personajes, muy importantes para el conocimiento de su época[1].

Retrato de D. Juan Pacheco, Marqués de Villena y Maestre de Santiago

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En la edad de mozo tuvo ese Maestre seso y autoridad de viejo. Era hombre esencial, y no curaba de apariencias ni de ceremonias infladas. Hablaba con buena gracia, y abundancia de razones, sin prolijidad de palabras. Tenía la agudeza tan viva, que a pocas razones conocía las condiciones y los fines de los hombres; y dando a cada uno esperanza de sus deseos, alcanzaba muchas veces lo que él deseaba. Tenía tan gran sufrimiento que ni palabra áspera que le dijesen le movía, ni novedad de negocio que oyese le alteraba. Era hombre que con madura deliberación determinaba lo que debía hacer, y no forzaba el tiempo, mas forzaba a sí mismo esperando tiempo para hacerlo. Tuvo algunos amigos de los que la próspera fortuna suele traer; y tuvo asimismo muchos contrarios de los que la envidia de los bienes suele criar. Perdonaba ligeramente, y era piadoso en la justicia criminal. No quiero negar que como hombre humano, no tuviese este caballero vicios como los otros hombres; pero puédese bien creer que si la flaqueza de su humanidad no los podía resistir, la fuerza de su prudencia los sabía disimular.

Fernando de Pulgar
No. 128, Enero-Marzo 1995
Tomo XXIV – Año XXXI
Pág. 213