Trilogía

I

El cuento perfecto

“¿Habrán escrito ya el cuento perfecto?”, se preguntó el hombre ante un rimero de libros, Cortazar, Borges, Poe…, y propuso: “Si aún no lo han hecho, yo lo escribiré”. Pero otra duda acudió a su mente: “¿Cuál será la forma, el tema y el estilo que conformen el cuento perfecto?”. Tomó una hoja de papel y escribió: El cuento perfecto

II

Las infinitas posibilidades del cuento perfecto

Entró en la librería. Sobre un anaquel de incunables encontró un libro amarillento, apolillado, sin tapas. La página frontal rezaba: EL CUENTO PERFECTO y, abajo, el nombre del autor un tanto borrado por el tiempo como él mismo.

III

Apología de las infinitas posibilidades del cuento perfecto

Para evitar el vituperio de que LAS INFINITAS… son de una parquedad aberrante y absoluta, engendro de la incapacidad creadora del autor, el mismo sugiere algunos agregados que salven en extensión al texto:
Primus.- Que el protagonista ignore el libro, salga por donde entró y el lector conciba un desenlace de acuerdo a su ideología;
Secundus.- O que el protagonista se interesara en el dicho libro, lo llevara a su casa, lo ojeara, se diera cuenta que era una birria capital y a la basura;
Tertius.- En fin, que el protagonista lo leyera, reparara en la trascendencia del contenido e hiciera una exégesis fundamental del polimentado libro;
Quartus.- Et caetera.

Carlos Daniel Magaña Gracida
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 754

Los dos hermanos

Dos hermanos caminaban errantes por la selva. Las arduas jornadas hicieron mella en uno, arrebatándole sus fuerzas. El otro, que lo amaba fraternalmente, quiso evitar la muerte de su hermano cortándose un poco de carne de donde más le sobraba. Sin que se diera cuenta el enfermo, tronchóse un trozo de nalga y, después de asarla, se la dio. Éste le preguntó la procedencia de tan exquisita carne, cuestión a la que el sano prefirió no contestar. El débil poco a poco recuperaba su fortaleza, gracias a los ocultos sacrificios de su amante hermano.

Pero sucedió que la pérdida de sangre del hermano dadivoso hizo que éste se desmayara. El antes enfermo lo revisó. Después de la sorpresa reflexionó. Ahora sabía de dónde el excelente guiso. Y sin pensarlo mucho, mató a su hermano y se lo comió.

Carlos Daniel Magaña Gracida
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 742

El hombre que forjó nuestras desgracias

No recuerdo si fue un día o una noche. Olía a ruda, a palmeras, a mar. Yo miraba hacia las chozas. Mis gentes descansaban y bebían agua de cocos. De pronto oí un chapoteo que venía desde muy dentro del mar, una masa gigantesca se bamboleaba. Pensé en los dominios, en Xibalbá, y en Mictlan; presumí el inicio de nuestras infinitas desdichas. ¡Cómo deseé que el vigía fuese ciego y retomara su camino! ¡Cómo deseé que el almirante fuese miope o cobarde y nunca hubiese pisado estas benditas tierras! Si no hubiera tocado tierra, yo no sería lo que ese cerdo taxista me acaba de gritar. No sería un hijo de la chingada.

Carlos Daniel Magaña Gracida
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 709