La ventana

Ya era de noche cuando salí de la oficina, la calle estaba sola y obscura. Había caminado sólo un poco, cuando al pasar frente a un viejo edificio escuché el llanto de un niño, que salía por una de las ventanas; me acerqué para ver si podía indagar lo que estaba sucediendo y logré escuchar con mayor claridad —¡ya no, por favor, ya no!— era el ruego y a intervalos se oían golpes que resonaban como chicotazos, seguidos por los gemidos de la criatura. Sin poder contenerme, me atreví a exclamar que dejaran al niño en paz y enseguida se hizo un silencio. Después de un instante, se asomó por el marco de la ventana el rostro del pequeño. Los golpes comenzaron de nuevo y contemplé como se estremecía con cada uno de ellos. No soporté más y traté de buscar ayuda; había caminado unos cuantos metros cuando escuché que el niño suplicaba —¡por favorcito no, no lo haga!—, me di la vuelta para ver lo que estaba sucediendo y lo vi colgado en la ventana, sujeto únicamente con una mano. Grité en el momento en que se precipitaba hacia el suelo, como si con el grito pudiera detenerlo. Su cuerpo golpeó en silencio. Logré sobreponerme y me acerqué a él. Se encontraba en un charco de sangre que le manaba de la cabeza, tenía los ojos abiertos y me miraba fijamente. Lo enderecé un poco y al tratar de ponerle mi chamarra bajo el cuello, escuché que susurrado me decía —gracias, señor, muchas gracias.

Oscar Dávila Jara
No. 138 – 141, Enero – Diciembre 1998
Tomo XXX – Año XXXIV
Pág. 56